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cruzado criticando á todo el mundo, decapitando moros y cristianos, así en España como en La Habana; en Méjico, en «El Moro Muza», y entre nosotros, con el condimentamiento sin salsa de «Antón Perulero». Es el resultado natural de los que atraviesan la vida silbando alegres la solfa de la burla. Los heridos y maltrechos forman, al fin, regimiento.

El ridículo mata, pero no enmienda. ¡Qué confianza puede inspirar el burlón de oficio, dispuesto siempre á sacrificar el mejor amigo por un chiste! Cuan lejos se hallan esos tales de los dispensadores del buen humor, que provocan la risa abierta, sana, espontánea, festiva, granito de sal, dulzor de la vida! Pretender alegrar las horas con la ironía picante é irrascible, que apenas encubre la punta de saeta envenenada, misión muy distinta es á la antigua máxima: «Corregir las costumbres deleitando».


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«Víctor el burlón», así apodado, no porque naciera en la burlonería andaluza, cuna de toda exageración, sino porque pasó sus días inventando burlas, concluyó en la venganza que provocaba. Así termina, por lo regular, el burlón, víctima de su envenenado gracejo!

Sin alejarnos de nuestro barrio, ni salir de una misma cuadra, recordamos haber oído de él