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suceder, — había dicho el oficial francés que al levantarse de la mesa llamó al jactancioso, diciéndole, con más gravedad de la que la efervescencia del vino provocaba, éstas ó semejantes palabras:

— Señor don Víctor: he oído á usted, entre dos brindis, el nombre de una dama que estimo en mucho. Puede que usted no sepa soy su cortejo. Como extranjero, no estoy al corriente de ciertas costumbres, y haciendo poco arribé, eche anclas ó no en ese puerto, quisiera saber si corro peligro de embicar entre ocultas sirtes. Usted me entiende. Si gasto inútiles galanteos en quien no merece, ó si es digna de toda distinción la joven á quien he sido presentado.

Medio vidriosa la mirada, y algo balbuceante, contestó:

— No venga á aguar la fiesta, á echar pelos en la leche. Pero ya que entre espumas de champañe desliza tal confidencia, debo hablar en serio, — dijo quien pasó toda la vida en broma, — aconsejando á usted se diga: «Dónde vas corazón, volvete».

— ¿Qué quiere decir eso?

— Que si empieza usted á marearse y para la gente de mar, los mareos en tierra producen más fuertes vendavales, si comienza verdaderamente á enamorarse de la bella de la calle Esmeralda, cuya