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fama tiene cierto viso del color de tan hermosa piedra, va pisando mal, cambie el paso.

— Lo contrario me han asegurado dos de mis compañeros de mesa.

— Entonces, ¿qué le voy á decir? El Diablo ciega á los que quiere perder. ¿Cuando va usted de visita á esa casa?

— La próxima semana. Me hacen el honor de recibirme los jueves por la noche.

— ¿A qué horas acostumbra llegar?

— ¡A las ocho!

— Bien! Al toque de ánimas en San Miguel, me encontrará usted en el aposento de la doncella. Y dando media vuelta se escurrió.

Aunque incrédulo el marino, siempre sereno entre tumbos de borrasca, todo encendido, menos por los repetidos brindis que por tan punzante saeta trastabilló un momento tambaleando, sin caer.

Era Víctor retacón, grueso, de amplio rostro rubicundo, tan ligero en el andar como en la ironía de su contestación, sonriente siempre, de locuacidad inagotable, sin tal vez mal corazón, pero sin reflexionar sobre el resultado de sus bromas, por demás pesadas, al soltar la sin hueso. ¡En cuantas ocasiones comprobó lo de: «palabra suelta, no tiene vuelta».