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III

Levantándose de improviso, abrió la puerta, saliendo á pasear por el baluarte, entre las garitas en que á uno y otro extremo del bastión se cobijaban centinelas.

La atmósfera estaba serena y fría, de riguroso invierno. Luna llena de Julio espejaba visos azulados en el Plata resplandeciente, inmenso y solitario en aquellas horas. En el silencio dilatándose ecos lejanos, gritos de pescadores que salían á tender sus redes, oyóse: «¡embarque!» Tal exclamación á orden parecida, resonó vibrante en su oído, y cavilando sobre esa voz anónima en el misterio de las altas horas de la noche, aviso del cielo le pareció en medio de sus cavilaciones. Refrescada su ardiente cabeza por las brisas del Plata, dio término á sus paseos resolviendo consultar con la almohada.

Al pasar frente la capilla, por su puerta entreabierta vislumbró luz de algún cirio olvidado en la solemne misa de la mañana. Entró postrándose ante la santa de su devoción, rogando á los pies de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, á quien otrora ofreciera banderas prisioneras arrolladas ya á su peana. En las sombras del