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ascendiera los primeros peldaños de su gloria en 1777, encaminándose á la casa de Gobierno.

Muy de madrugada, aún no había pedido el chocolate en la cama el viejo Cisneros, cuando el oficial de guardia le despertó azorado.

— Ahí está Liniers.

— ¡Cómo! ¿Se divisa del muelle?

— Más acá, señor.

— ¿Está ya en la playa?

— Más aquí.

— La guardia á formar. ¿Va llegando á la plaza?

— Más inmediato.

— ¡Mis pistolas, ligero! ¿Trae mucha tropa? —y ceñíase su rota espada de Trafalgar.— ¿Dónde, pues? —abriendo la puerta para dirigirse á la sala, en medio de la que, cuadrado y haciendo la venia militar: — Aquí, excelentísimo señor, y á sus órdenes, —contestó Liniers avanzando al caer el penúltimo Virrey en los brazos del postrero, de quien en sus primeros años había sido subalterno. Lealtad de corazón no engaña. Elío aconsejaba el fusilamiento de Liniers. Los partidarios de éste que impidiera el arribo de Cisneros.