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Ricardo Palma

llaba confundido entre los grupos de curiosos, la miró fijamente y murmuró:

—¿No es aquélla la Paca? ¿Y ha venido sola?.... Esto quiere decir que María ha quedado en la casa y podré verla sin testigos.

Y aquel hombre, embozándose en su larga capa española, salió de la Alameda con paso precipitado. Quien se hubiera entonces fijado en sus ojos, habría leído en ellos un pensamiento siniestro.

De pronto se encontró detenido por un vendedor de suertes.

—Patrón: Este número me queda—le dijo el suertero, que para servir á usarcedes era el honrado Chombo, el decano de este gremio de vendedores de billetes de lotería, á quien todos los limeños conocemos.

Chombo es un pobre viejo que, como el jorobadito Lumbreras, no ha sabido en su vida sino asentar suertes. Cuenta hoy más de setenta años; y Chombo á imitación de Ashavero, sentenciado por la justicia divina á errar sobre la tierra hasta el fin de los siglos, está condenado por la fatalidad á vender billetes de lotería hasta que se acabe el pábilo de su vida.

El embozado, al sentir que le hablaban, pareció volver de una idea que lo preocupaba, y contestó con acento reconcentrado:

—Una suerte..... ¡Ah!... Ponga usted...... para hacer bien por el alma de una que va á morir.

Chombo lo miró asustado; y á la postre, ecnando cuentas consigo mismo, escribió el mote que le dictaban, cobró, entregó el respectivo billete, y el hombre de la capa se alejó á buen paso.

VI Melancólica como la predestinación estaba aquella tarde María en las habitaciones de Paca, recostada en un canapé de terciopelo. Tristes pensamientos dominaban su alma, y acaso entre ellos iba alguno consagrado á la mujer que la llevó en su seno y cuya ternura había olvidado seducida por los halagos de un hombre.

Desde que María se acogió al amparo de su amiga, Cebada no omitió súplicas ni extremos para obligarla á reanudar un lazo que su cobarde imprudencia había roto. Pero mientras más rogaba él, más crecía la negativa de su querida; que achaque de mujer ha sido siempre desdeñar al que se humilla. Esa tarde María permaneció inalterable, como la fatalidad, á las amenazas y ruegos, hasta que su amante, en un arrebato de desesperación, exclamó: «Pues bien, María, si no has de pertenecermo, no quiero que ningún hombre llegue á poscer tu belleza.» Y seis veces clavó su puñal en el cuerpo de la desventurada joven ....

Tres días después circulaba este soneto en honor de María Moreno, y