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Tradiciones peruanas

to. Recibió el dueño el billete, y riéndose lo mostró á los demás. La misiva decía ad pedem litteræ, y perdonen ustedes la ortografía, que una costurera de tres al cuarto no está obligada á pespuntes gramaticales.

«Muy señor mío y mi dueño de todo mi corazón: doňa Juanita Riquelme, la confesada del padre definidor, pide á vuesamerced cuyas Manos Besa que la socorra en una necesidad mandándole de Limosna lo que pese este papelito y que Dios se lo pague y se lo aumente y no soy más que su humilde criada. » Rieron no poco los tertulios con lo original de la petición, y el vanidoso comerciante puso la carta en un platillo de la balanza, y en el otro una onza de oro. ¡Cosa de brujería: El platillo no se rindió. Maravilláronse los amigos, y á porfía empezaron á echar onzas y más onzas, y..... ¡nada!, como si tal cosa. El platillo de la carta no subía.

Aquello era caso de Inquisición ó milagro de tomo y lomo.

Por fin, el papelito se dió por vencido tan luego como en la balanza se hallaron depositadas onzas por valor de mil pesos de á ocho reales, con cuya suma dotó la viuda á sus hijas, que tuvieron larga prole y murieron cuando les llegó la hora.

Paréceme que el milagro no es anca de rana, Pues allá va el otro.

III

DE CÚMO LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO FUERON RUFIANAS Y ENCUBRIDORAS Esto sí, esto sí que no pasó en Lima, sino en Potosí, Y quien lo dude no tiene más que echarse á leer los Anales de la villa imperial, por Bartolomé Martínez Vela, que no me dejarán por mentiroso.

Diz que el sobrino del corregidor Sarmiento, á quien no tuvo el lector la desdicha de conocer ni yo tampoco, era gran aficionado á la fruta de la huerta ajena. ¡Habrá pícaro! Andaba, pues, el tal á picos pardos con la mujer de un prójimo, cuando una noche éste, que estaba ya sobre aviso, llegó tan repentinamcate que el galán no tuvo tiempo sino para esconderse, más doblado que abanico, bajo un mueble del dormitorio, mientras su atribulada cómplice, temblando como azogada, exclamaba:

—Válganune las ánimas benditas del purgatorio!

Entró Otelo furioso, puñal en mano y daga al ciuto, resuelto á hacer una carnicería que ni la del rastro ó matadero; y de pronto se detuvo en el dintel de la puerta, se inclinó cortésmente, y dijo:

—Buenas noches, señoras inías.

Y siguió su camino para otra habitación, convencido de que en su