honra no había la más leve manchita, y de que era un vil calumniador el caritativo quídam que le había dado el amargo aviso.
Cuando más tarde se halló á solas con su mujer, la preguntó:
—¿Qué buenas mozas eran las que tenías de visita?
Y la muy zorra contestó sin turbarse:
—Hijo, eran unas amiguitas que me querían mucho, y á quienes yo correspondo su cariño.
Y la señora quedó firmemente persuadida de que debía su salvación á la complacencia de las benditas ánimas del purgatorio, que se prestaron á desempeñar en obsequio suyo el poco airoso papel de terceras. Puso enmienda á sus veleidades amorosas, y se hizo tan devota de las amiguitas del otro mundo que no economizaba agasajarlas con misas y sufragios, para tenerlas propicias, si andando los tiempos volvía á encontrarse en atrenzos idénticos.
Y si éste no es milagro de gran fuste, que no valga y que otro talle; pues lo que soy yo me lavo las manos como Pilatos, y pongo punto final á la tradición.