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Tradiciones peruanas

La virreina convocó á los oidores y sometió á su acuerdo la denuncia.

Sus señorías opinaron por que inmediatamente y sin muchas contemplaciones se echase guante al padre Núñez y se le ahorcase coram populo.

¡Ya se ve! En esos tiempos no estaban de moda las garantías individuales ni otras candideces de la laya que hogaño se estilan, y que así garantizan al prójimo que cae debajo, como una cota de seda de un garrotazo en la espalda.

La sagaz virreina se resistió á llevar las cosas al estricote, y viniéndosele å las mientes algo que narra Garcilaso de Francisco de Carbajal, dijo á sus compañeros de Audiencia: «Déjenlo vueseñorías por mi cuenta que, sin necesidad de ruido ni de tomar el negocio por donde quema, yo sabré descubrir si es fraile ó monago; que el hábito no hace al monje, sino el monje al hábito. Y si resulta preste tonsurado por barbero y no por obispo, entonces sin más kiries ni letanías llamamos á Gonzalvillo para que le cuelgue por el pescuezo en la lorca de la plaza.»» Este Gonzalvillo, negro retinto y feo como un demonio, era el verdugo titular de Lima.

Aquel mismo día la virreina comisionó á su mayordomo para que invitase al padro Núñez á hacer penitencia en palacio.

Los tres oidores acompañaban á la noble dama en la mesa, y en el jar dín esperaba órdenes el terrible Gonzalvillo.

La mesa estaba opíparamente servida, no con esas golosinas que hoy se usan y que son cono manjar de monja, soplillo y poca substancia, sino con cosas suculentas, sólidas y que se pegan al riñón. La fruta de corral, pavo, gallina y hasta chancho enrollado, lucía con profusión.

El padro Núñez no comía..... devoraba. Hizo cumplido honor á todos los platos.

La virreina guiñaba el ojo á los oidores como diciéndoles:

—Bien engulle! Fraile es.

Sin saberlo, el padre Núñez había salido bien de la prueba. Faltábale otra.

La cocina española os cargada de especias, que naturalmente despiertan la sed.

Moda era poner en la mesa grandes vasijas de barro de Guadalajara que tiene la propiedad de conservar más fresca el agua, prestándola muy agradable sabor.

Después de consumir, como postres, una muy competente ración de alfajores, pastas y dulces de las monjas, no pudo el comensal dejar de sentir imperiosa necesidad de beber; que seca garganta, ni grunc ni canta.

—¡Aquí te quiero ver escopeta?—murmuró la condesa.