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—"Sí, amigo mio;—indicadme, os lo suplico, en qué parte podré hallar al Doctor."

—"Ah!" murmura el zoólogo, "la Salamandra. . . . .la hija de las llamas...." y luego agrega en voz alta "por aquí, venid Señor Nic-Nac."

Sofocado entre las cúpulas de fuego, y el reverberar de las llamas, experimento un malestar de agonía.

Nos hallamos en la gran plaza.

La mayor parte de los habitantes eltá allí reunida. Muchos han perecido ya.

—"¿Qué es esto," pregunto á mi antiguo amigo el cicerone.

—"¿Qué es? los Theopolitas robaron á mi hija. Hemos dado un ataque y nos han rechazado. Lo han hecho ellos, no hemos podido contenerlos, y han incendiado nuestra ciudad. En este momento sucede algo extraño ¿no veis?"

Dirijo la vista hácia Theopolis, y observo al loco del matraz, tranquilo como la estátua de la venganza satisfecha, mirando hácia el centro de la ciudad. Su calma cesa, y agitando los brazos en circulo perfecto al rededor de su cabeza, creo que ha llegado al último grado de su insensatez.

—"No!" me dice el astrónomo Hacksf que no había podido desprenderse de su telescopio, y á quien comunico la idea que me ha asaltado respecto del Loco, "nó! el Loco del matraz somete la última fuerza de su espíritu al último recurso de vengan-