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A Dios (Derzhavin)

De Wikisource, la biblioteca libre.
(Redirigido desde «A Dios.»)
El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 17
A Dios.
de Gabriel Romanowiz Derzawine

Nota: se ha conservado la ortografía original.


¿Qué es el hombre y el universo entero ante el Supremo Hacedor, eterno, infinito y omnipotente? Mas, aunque átomo de polvo ruin, el hombre posee un alma, imagen de la Divinidad, que redimida y transfigurada por la gracia, suspira por la posesión de sus destinos inmortales. Tal es el pensamiento capital de la siguiente oda de Gabriel Romanowiz Derzawine, célebre poeta ruso (1743-1816). Esta hermosa composición ha sido traducida a casi todos los idiomas.


A DIOS

¡O

H Tú, cuya existencia eterna e inmutable,

De vida y de grandeza colma la inmensidad.
Cuya divina esencia tres veces adorable
Abarca en solo un punto la augusta eternidad!
Ser puro, siempre santo, y Ser siempre invisible,
En todo manifiestas tu fuerza irresistible.
Que el tiempo nunca acorta, marchando de ella en pos;
Cuyo amor sin medida al mundo se le ofrece,
Le guía, le sostiene, le abraza y embellece,
Autor del Universo, a quien llamamos Dios.
                    ...............
Antes de que el vacío fuera alba de existencia,
Tu voluntad suprema el caos de él sacó;
La eternidad, aun antes, marcaba de tu esencia
La sombra y el augusto reposo en que vivió.
Los gérmenes del mundo en tu poder se basan;
Tú riges las edades que nacen y que pasan,
Luz sin orto ni ocaso, que no muere jamás;
Hablas, y el mundo entero, que es obra de tu mano,
Refleja en luz brillante tu rostro soberano,
Y vives, y has vivido, y siempre vivirás.

En Ti se juntan todos los círculos que lleva
El mundo, y que penetra tu soplo creador;
Lo que morir parece adquiere vida nueva;
La vida con la muerte se funde por tu amor.
En la extensión del éter fecundas las centellas;
Abortas como enjambres las pálidas estrellas;
Innumerables soles tu planta hace brotar,
Como la brisa helada del Norte en las llanuras
Deshace en perlas pálidas las blancas vestiduras
Que plugo a la nocturna escarcha modelar.
 
Tanto como se extiende tu diestra bendecida,
Sus ígneos resplandores heraldos son de amor,
Y en el dominio inmenso poblado por la vida,
Innumerables seres reciben tu favor.
Del elevado cielo en el azul espacio,
Los soles, las esferas de tintes de topacio,
Los globos de oro flotan en la divina luz;
Las glorias que recorren la etérea llanura,
Son, a Ti comparadas, como la sombra obscura,
Junto al brillante día que borra su capuz.

El universo entero ante tu faz sagrada
Es pobre gota de agua que el mar se sorbe al fin;
Y por cualquiera parte que tienda la mirada,
Veo que soy un átomo del átomo más ruin.
Si poblando a mi gusto los ámbitos profundos,
Encima de los cielos y a través de los mundos
Sembrases de los soles el esplendor viril;
Su multitud inmensa ante tu gran palacio,
¿Qué sería? Tan sólo un punto en el espacio,
Y yo polvo mezquino, cieno, ceniza vil.

Polvo, sí...; pero siempre dispuesto en favor mío,
Tu gracia me reanima, a Ti me hace volver;
Como el sol que colora las gotas del rocío.
Tus santos resplandores reflejan en mi ser.
¡Polvo!... Mas me conmueve tu amor y mí alegría,
A la celeste altura aspira el alma mía,
Con vuelo irresistible que no tiene otro igual;
Sobre la arcilla impura resalta mi grandeza;
Pienso, medito, espero y en mi naturaleza
De tu existencia veo la prueba más cabal.
 
¡Tú vives! Tu existencia en todas partes mora;
El mundo la publica, la siente el corazón;
Mi mente encuentra en ella promesa seductora;
La idea de la nada huye de mi razón.
Átomo de tu gracia, ella piadosa ordena
Mi puesto en la invisible trascendental cadena
Donde, de bien colmado, me siento sin rival.
Solo, sobre la escala de formas corporales.
De tantos, tantos seres diversos y mortales.
Vengo a ser el anillo, el punto más central.

Maravilloso emblema de toda la Natura,
Me hace el sentido esclavo de la materia ruin;
Mas siento en mí un espíritu que el triunfo me asegura,
Un rayo de la gracia, que me ilumina al fin.
Mi cuerpo se reduce a polvo en su desmayo;
Mi mente, con la misma celeridad del rayo
Mide el profundo abismo que luz nunca alumbró;
Esclavo, rey me siento; ángel, siendo gusano.
¿De qué nace el contraste? ¿De quién viene el arcano?
¡Acorde misterioso que no he inventado yo!

Tú solo, Dios potente: de Ti solo ha manado;
En Ti su origen tienen la dicha y santidad;
Tú eres el solo dueño del mundo que has formado;
Tu soplo es una antorcha que alumbra la verdad.
Tu sabia Providencia dispuso que mi alma.
Antes de ser partícipe de la celeste calma
Cruzara de la muerte el negro antro de horror;
Triunfante de esta prueba, que Tú has instituido.
Regenerada y libre, lanzarse así ha podido
A la morada eterna de tu divino amor.

¡Oh singular prodigio! ¡Misterio impenetrable!
La mancha del pecado borras en nuestro ser;
Tu gracia revelaste al hombre miserable,
Y tu piedad es bálsamo a tanto padecer.
Víctima expiatoria, el mundo ha redimido;
La luz brillante y clara las sombras ha barrido
De muerte y de pecado en el sepulcro ya;
Y a su palabra santa mi corazón en vela
Se une alegre y triunfante al Dios que le consuela.
Mientras la muerte llega y el alma al cielo va.
 
¡Oh Rey de las esferas, Señor de los señores!
Tu gran sabiduría en todas partes es;
Débil, mi mente inclino ante tus resplandores;
Aturde mis oídos el roce de tus pies.
No obstante, si adorarte es mi deber primero,
Si bendecir tu nombre la obligación que quiero,
¿Qué puedo hacer, si es presa mi vida del error?
Abatida, humillada mi alma en tu presencia,
En la luz inundándose de tu magnificencia,
Mis ojos te tributan llanto consolador.