A Víctor Hugo

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A Víctor Hugo
de Olegario Víctor Andrade
I

¡La negra selva por doquier! el viento
como inquieto lebrel encadenado
aullando en la espesura!
¡La noche eterna por doquier! el cielo
como un mar congelado,
y el mar como una inmensa sepultura.

De tarde en tarde brilla,
de la aurora boreal el rayo frío,
y a su vislumbre pálida, los astros
que ruedan lentamente en el vacío,
enormes buques náufragos semejan,
que al ronco son del trueno,
van llevando sin rumbo
cadáveres de mundos en su seno!

Hay vida en la creación, vida embrionaria
pero embotada y fría. — Allá a lo lejos,
en la extensión inmensa y solitaria,
islas y continentes van surgiendo
de la muriente aurora a los reflejos,
como monstruos del mar que se dirigen
en confuso rebaño hacia la orilla;
y los montes lejanos,
gigantes de armaduras de granito,
parece que esperasen de rodilla,
el mandato de Dios, para lanzarse
a escalar la región del infinito!

II

Era la edad en que la densa noche
del polo sobre el mundo se extendía,
la noche de la calma aterradora,
en cuya soledad, lóbrega y fría
como raudal helado, dormitaba
la savia engendradora !
No hay noche sin mañana...
En el cielo, en la historia, dondequiera
la sombra es siempre efímera y liviana,
la nube, por más negra, pasajera;
y aquella noche al fin iba a rasgarse
como inmensa, flotante vestidura.
Preludios de gorjeos, ruidos de alas,
la alegría del nido en la espesura,
flotaron en la atmósfera ligera,
y antes de desplegar la luz sus galas
entonó un ave la canción primera!

Al eco de la insólita armonía
la tierra despertó. — La selva obscura
con ansia de volar, batió las ramas ;
misteriosa y extraña vocería
se alzó del mar en la siniestra hondura,
cual si ensayasen sus salvajes himnos
la borrasca y la tromba asoladora,
y de la informe larva del abismo,
mariposa de luz, surgió la aurora!

III

También la historia tiene
torvas noches de horror, como el Océano,
noches glaciales en que duerme todo:
la vida, el arte, el pensamiento humano.
También como en la selva primitiva
de mustias cicadeas,
la savia del espíritu dormita,
sin reventar en frutos, ni cuajarse
la flor de las ideas!

¡Qué lentas son las horas de la historia!
¡Qué largo y qué sombrío
el imperio del mal! — cuando parece
la conciencia pasmada,
profundo cráter de apagada escoria,
desierto cauce de agotado río,
y en la noche callada
no se oye más rumor que el de la orgía
o es áspero crujir de la cadena,
mientras del cielo en la extensión vacía
la ronca voz de los espantos truena!

IV


Tarda el amanecer, pero al fin llega,
¡oh mal! ¡no eres eterno!
Así como en la noche de la tierra,
profunda noche de aterido invierno,
el mundo despertó cuando en las ramas
de la selva dormida
el primer himno resonó del ave
que desplegaba el ala entumecida
presintiendo a la aurora:
Así la humanidad despierta inquieta
en la noche moral abrumadora
cuando surge el poeta,
ave también de vuelo soberano,
que en las horas sombrías,
canta al oído del linaje humano
ignotas armonías,
misteriosos acordes celestiales,
enseñando a los pueblos rezagados
el rumbo de las grandes travesías,
la senda de las cumbres inmortales.

V

Olvidada de Dios, Judá apuraba
la copa del placer. — En sus altares,
los ídolos extraños recibían
cobarde adoración. — No era la esposa
sencilla del Cantar de los cantares,
no era la Virgen de Israel, gallarda
como las palmas de Samir: ajada
la tez de rosa y ulcerado el pecho,
con inquietud febril se revolcaba
del vicio impuro en el candente lecho!

¡ Viento de corrupción ! viento de muerte
soplaba sobre el mundo. — Babilonia,
del deleite en los brazos reclinada,
ceñida la guirnalda, flaco el brazo
para blandir el hierro,
y a la orilla del Eufrates sentada,
a los pueblos vecinos daba cita
en las lúbricas danzas del Becerro
o a la sombra del mirto de Mylita!

El mundo iba a morir — como Bacante
ebria al compás de báquicas estrofas,
al son de besos, al rumor de orgías, —
cuando a las puertas del cerrado templo,
torvo y airado apareció Isaías!
Y tronó en los espacios vengadora
su voz, hondo murmullo
de rayos, fulminando
al crimen, a la guerra y al orgullo,
prediciendo a la plebe pecadora
largas horas de llanto, tras las cuales,
purificada y bella, surgiría
la ciudad del Señor; y a Babilonia,
a Babilonia la soberbia, el día
en que el Medo feroz, los vasos de oro
y las sedas de Persia, el arpa siria
con que encantaba al mundo,
las águilas do bronce, los jardines
aéreos, todo, todo,
iba a hollar insensible
de sus corceles bajo el casco inmundo!

VI

Dos razas batallaban
en campo estrecho con furor insano, —
la vieja raza de la historia, aquella
señora un tiempo del destino humano,
abuela de naciones;
la que templó sus armas
al sol de Arabia y abrevó en las ondas
del Indus y del Tigris sus legiones, —
y la raza nacida
del sol levante al ósculo de fuego,
que llevaba en la frente
la centella de luz del genio griego!

¿Cuál iba a sucumbir? La raza vieja
esclava del destino, mar volcado
do Tesalia en el valle sonriente,
avanzaba tenaz.— ¡Ya estaba mudo
de Maratón el bosque consagrado!
Ya no brillaba en el combate rudo
de Leónidas la diestra refulgente,
cuando la musa helena,
la musa de alas de águila de Esquilo,
hendió los aires y voló a la escena,
de la rapsodia enervador asilo,
y con voz que aun resuena
del mar Egeo en la sonora playa,
ceñida de laurel la sien divina,
al cadencioso son del ritmo jonio,
y entre el fragor de la feral batalla
lanzó el himno triunfal de Salamina!

VII

Ya Roma no era Roma, la que un día
encadenó a su paso la fortuna,
la Roma de los grandes caracteres, —
mudo el Foro, desierta la tribuna,
en sus plazas y circos no se oía
más que el rumor de esclavos y mujeres
en bulliciosa confusión danzando
al son lascivo de los himnos griegos,
o el palmotear de cortesana impura
del vil histrión en los obscenos juegos, —
ya Roma no era Roma. — No anidaban
del Aventino en la gloriosa cima,
emblema de una raza gigantea,
las águilas de Júpiter Tonante,
sino en mansa, blanquísima bandada,
las palomas de Venus Citerea!

Dormido estaba el rayo — como duerme
en el monte la lava rugidora
y en la cumbre el turbión. — Llegó la hora,
y el rayo despertó. — Vibró en la lira
de Juvenal, no en caprichoso alarde,
de dulce verso o de canción sonora,
de torpe mofa o de cobarde duda ;
sino implacable, acerbo, burilando
en carne viva la común afrenta.
Némesis vengadora, el duro azote
alzó sobre la sien calenturienta
de aquel rebaño humano,
y fué marcando con eterno mote,
a la falsa virtud, al crimen pálido,
al vulgo y al tirano!

VIII

Eclipse de la historia, la Edad Media,
¡crepúsculo sin día!
Pesaba sobre el mundo, como inmenso
torrente de tinieblas despeñado
del ancho cielo en la extensión vacía,
astro sin luz, el pensamiento, mustia
lámpara de un altar abandonado
que el cierzo helado azota,
al través de las sombras perseguía
de un prometido bien la luz remota!

Dante entonces, noctámbulo divino,
bajó del corazón al antro obscuro
a descifrar la letra del arcano,
la misteriosa cifra del futuro;
y con voz, ora triste y ora grave,
mezcla a veces de cántico y lamento,
dijo a la muchedumbre horrorizada:
"¡Quien sabe de dolor, todo lo sabe!"
Y de su siglo la conciencia helada,
se despertó a su acento !

IX

Siempre al cambiar de rumbo en el desierto
la caravana humana, halla un poeta
que espera en el dintel, alta la frente
coronada de pálidos luceros,
sacerdote y profeta,
para enseñarle el horizonte abierto
y bendecir los nuevos derroteros !

¡A tí te tocó en suerte, soberano
del canto! ¡Inmortal Hugo!
la más ruda jornada de la historia, —
Ya no es una nación que rompe el yugo
de la opresión, ni el canto de victoria
tras las horas durísimas de prueba —
¡Hoy es la humanidad que se emancipa!
¡Hoy es la humanidad que se renueva!

Todo lo tienes tú, la voz de trueno
del gran profeta hebreo,
fulminador de crímenes y tronos!
El grito fragoroso del que un día
encarnó, para ejemplo de los siglos,
la idea del derecho en Prometeo,
la cuerda de agrios tonos
de Juvenal, aquel Daniel latino,
tremendo justiciero de su siglo,
y el rumor de caverna, de los cantos
del viejo Gibelino!

¡Todo lo tienes tú! por eso el cielo
te dio tan vasto sin igual proscenio.
No hay notas que no vibren en tu lira,
espacios que no se abran a tu genio;
cantas al porvenir, y los que sufren,
esclavos de la fuerza o la mentira,
sienten abrirse a sus llorosos ojos
de la esperanza las azules puertas!
Apostrofas al tiempo y se levantan —
¡mágico evocador de edades muertas! —
como viviente, inmenso torbellino,
razas extintas, pueblos fenecidos,
fantasmas y vestiglos,
para contarte en misterioso idioma
la colosal "Leyenda de los Siglos!"

¡ Todo lo tienes tú ! todo lo fuiste :
profeta, precursor, mártir, proscripto, —
gigante en el dolor te levantaste
cuando en la noche lóbrega sentiste
temblar los mares, vacilar la tierra
con pavorosa conmoción extraña,
cual si un titán demente forcejease
por arrancar de cuajo una montaña. —
Era Francia, montaña en cuya cumbre
anida el genio humano,
la Francia de tu amor, que tambaleaba
herida por el hacha del germano,
y arrojando la lira en que cantabas
la "Canción de los Bosques y las calles"
fuiste a tocar llamada
de París sobre el muro ennegrecido
en el ronco clarín de Roncesvalles!

Desde aquí, teatro nuevo
que Dios destina al drama del futuro,
razas libres te admiran y se mezclan
al coro de tu gloria, —
Orfeo que bajaste
en busca de tu amante arrebatada¡
la santa democracia,
a las más hondas simas de la Historia!
Desde aquí te contemplan
entre dos siglos batallando airado
y arrancando a la lira
la vibración del porvenir rasgado
o el triste acento de la edad que expira!
Y al través de los mares,
astro que bajas al ocaso, envuelto
en torrentes de llama brilladora, —
entonando tus cantos seculares
te saludan los hijos de la aurora!