Cancionero (Petrarca)/De cuita en cuita voy, de monte en monte

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De cuita en cuita voy, de monte en monte,
detrás de Amor, que toda senda hollada
mal le cuadra al sosiego de la vida.
Si arroyo solitario o si somonte,
si vega entre dos cerros hay cerrada,
allí descansa el alma compungida;
y, pues Amor convida,
ya ríe o llora, o teme o se asegura;
y el rostro, que la sigue adonde diga,
se calma y se fatiga,
y en uno y otro estado poco dura;
tal que al mirar dirá quien de Amor sepa:
«Se abrasa sin que en él certeza quepa».

Sólo en áspera selva y monte siento
algún reposo; que el tratar la gente
mortal es de mis ojos enemigo.
A cada paso un nuevo pensamiento
de mi señora nace; que frecuente-
mente trueca en contento este castigo;
y entre mí digo,
si el alma mi pasión trocar desea:
«Quizás Amor te haga beneficio
en tiempo más propicio;
quizás, aunque lo pienses, vil no sea».
Y paso así mi cuita suspirando
si habrá de ser verdad, y cómo, y cuándo.

Donde hay sombra de un pino o de un collado
me paro, y en cualquier piedra que escojo
figuro otra vez ver su rostro ledo.
Vuelvo en mí luego, y digo conturbado,
mientras el pecho con el llanto mojo:
«¡de dónde me he apartado y dónde quedo!»
Mas, mientras tener puedo
fijada en el primer engaño el alma,
y, olvidado de mí, a ella la veo,
a Amor tan cerca creo
que su propia mentira el alma calma:
tan bella y tan presente en ella para,
que no pidiera más, si más durara.

Muchas veces (¿creer esto quién pueda?)
en agua clara y sobre hierba verde
viva la ví, y en leño que fue un haya,
y en nube blanca, tan bella que Leda
diría bien por tal que su hija pierde,
como estrella a que el sol cegado haya;
Y cuánto es más la playa
desierta y el lugar es más remoto,
más bella la figura el pensamiento.
Después la verdad siento
con su dolce dolor y allí me noto
frío hecho piedra muerta en piedra viva,
fingido hombre que piense, llore, escriba.

Allá donde hay más alta y libre cima
que sombra de otro monte no la toca,
suele llevarme mi deseo intenso.
Allá mi daño el pensamiento estima
y con el llanto que ello me provoca
de triste niebla el corazón condenso;
y entonces miro y pienso
cuánto aire de aquel gesto me retira
que tan lejos lo siento y tan conmigo;
y en voz baja me digo:
«¿Qué sabes, triste, tú, si ella suspira
hoy por tu ausencia allá donde ha quedado?».
Y en ello el corazón siento aliviado.

Canción, allende el Alpe,
donde es más ledo el cielo y más hermoso,
me podrás ver subido a una corriente,
donde la aura se siente
de un laurelcillo fresco y oloroso:
el alma allí la que la hurtó acrisola,
que aquí cuanto ves es mi imagen sola.