Comentarios de la guerra de las Galias (Wikisource tr.)/Libro 1

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1

Toda la Galia[1] está dividida en tres partes, de las cuales una habitan los belgas, otra los aquitanos y la tercera los que en su propia lengua se llaman celtas y en la nuestra galos. (2) Todos estos se diferencian entre si en la lengua, las costumbres y las leyes; a los galos los separa de los aquitanos el río Garona; de los belgas, el Marne y el Sena. (3) De todos estos, los más fuertes son los belgas, porque estan muy alejados del genero de vida y de las costumbres de las provincias, y con muy poca frecuencia llegan a ellos mercaderes que traen aquellas cosas que sirven para afeminar los espiritus, y porque son vecinos de los germanos, que habitan el otro lado del Rin, con los cuales están en continua guerra. (4) Este es también el motivo de que los helvecios aventajen en valor a los demás galos, pues casi diariamente traban en lucha con los ellos, ya alejándolos de sus fronteras, ya haciendo la guerra en las de ellos. (5) La parte que, según hemos dicho ocupan los galos comienza en el Ródano y confina con el Garona, con el Océano y con las fronteras de los belgas; por el lado de los secuános y de los helvecios llega hasta el Rin, doblándolo luego hacia el Septentrión. (6) Los belgas comienzan en los últimos límites de la Galia, se extienden hasta el curso inferior del Rin y están orientados hacia el Septentrión y hacia el Oriente. (7) La Aquitania llega desde el Garona a los Pirineos y a aquella parte del Océano que baña las costas de la Hispania; está orientada hacia el Poniente y hacia el Septentrión. (Latín)

2

De entre los helvecios fue Orgetórix el más noble y rico, quién, durante el consulado de Marco Mesala y de Lucio Pisón,[2] impulsado por la ambición de reinar, se ganó a la nobleza y persuadió a sus conciudadanos a salir de su país con todos sus efectivos. (2) Les hizo ver que era cosa sumamente fácil conquistar toda la Galia, pues eran, según decía, los más valerosos de todos.(3) Los persuadió de esto muy fácilmente pues estaban limitados por todas partes debido a la naturaleza de la región; de un lado, por el Rin, río muy ancho y profundo que separa al país helvecio del germano; de otro por el Jura, monte altísimo que se alza entre el territorio helvecio y el de los secuános; y finalmente por el Lago Lemán y por el río Ródano, que separa la Provincia de los helvecios. (4) En esas características, sucedía que no podían espaciarse a sus anchas, ni hacer cómodamente la guerra a sus vecinos; lo cuál era motivo de aflicción para esos hombres belicosos. (5) Además, teniendo en cuenta su crecido número de habitantes y su reputación de valientes guerreros, les parecían muy estrechas sus fronteras, que medían doscientos cuarenta mil pasos de largo por ciento ochenta mil pasos de largo.[3] (Latín)

3

Inducidos por estos motivos y por la confianza que tenían por Orgetórix, comenzaron a preparar todo lo necesario para la expedición, comprando todas las acémilas y los carros que hallaban, sembrando abundantemente para que no les falte el trigo durante la campaña y haciendo alianzas con los pueblos limítrofes. (2) Les pareció que para toda la preparación bastarían dos años; por lo que por un acuerdo solemne fijaron la marcha al tercero. (3) Orgetórix fue elegido como el encargado de llevar adelante todas estas cosas; encargándose de ponerse en contacto con los pueblos vecinos. (4) Durante este viaje persuadió a Cástico, de la tribu de los secuános, que también era hijo de Catamantaloedes, aquel rey secuáno que el Senado Romano le había honrado con el título de Amigo, de que ocupase el trono. (5) También persuadió al heduo Dumnórix, hermano de Divicíaco, quién tenía una gran influencia en su patria y era muy querido por el pueblo, que intentase lo mismo y lo casó con su hija. (6) Les hizo ver, también, que la empresa no era para nada difícil, pues planeaba obtener el mando de los helvecios, los más poderosos de la Galia, y que no tardaría en someter a las distintas tribus con su ejército. (7) Convencidos por estos argumentos, se juraron mutua fidelidad, esperando que una afianzada su soberanía, unidas las tres naciones más poderosas y fuertes, podrían apoderarse sin dificultades de la Galia Entera. (Latín)

4

Ni bien el pueblo helvecio tuvo indicios de que Orgetórix planeaba liderarlos como un rey, lo obligaron a defenderse cargado de cadenas; decididos a quemarlo vivo si lo hallaban culpable. (2) El día señalado para el juicio, Orgetórix hizo traer a todos sus familiares, en número de diez mil, al igual que a muchos de sus clientes y a los que le debían dinero, consiguiendo con la intervención de ellos, ser absuelto. (3) Mientras el pueblo, irritado por tal incidente, intentaba hacer valer sus derechos mediante las armas y los magistrados reclutaban hombres en los campos, murió Orgetórix. (4) Nunca dejó de sospecharse, según los propios helvecios, que él mismo se dio la muerte. (Latín)

5

La muerte de Orgetórix no impidió que los helvecios sigan planeando salir de su comarca. (2) Ni bien les pareció que estaban preparados para tal empresa, incendiaron sus doce ciudades, sus cuatrocientas aldeas y sus demás caseríos aislados. (3) Quemaron todo el trigo, salvo el que habrían de llevar consigo y ordenaron que cada uno llevara harina para tres meses; todo esto para que, perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más dispuestos para enfrentar a todos los peligros. (4) Lograron que los rauracos, que los tulingos y que los latobicos, vecinos suyos, sigan su ejemplo, quemen sus ciudades y aldeas y que se unan a ellos; recibieron como aliados, también, a los boyos, que, habitando al otro lado del Rin, habían pasado al país nórico, y habían tomado su capital, Noreya. (Latín)

6

Sólo por dos caminos podían salir de su tierra; uno, estrecho y difícil, pasaba por tierras de los secuános entre el Monte Jura y el Ródano, que apenas podía dar paso a dos carros juntos; estaba, también, dominado por un monte muy elevado, de manera que muy pocos podían cortar el paso. (2) El otro era, pasando por la Provincia, más llano y ancho, pues entre las tierras de los helvecios y de los alóbroges, recientemente pacificados, corre el río Ródano, que en algunas partes es vadeable. (3) La ciudad alóbroge más próxima este río es, pues, Ginebra, donde hay un puente que lo cruza terminando en el país de los helvecios; quienes, creían que, o bien persuadirían a los alóbroges de que se unan a ellos, pues creían que no miraban con buenos ojos a los romanos, o bien los obligarían por la fuerza a que les dejen paso. (4) Listas todas las cosas para la marcha, señalaron un día fijo para reunirse todos a la orilla del Ródano, el quinto antes de las calendas de abril, durante el consulado de Lucio Pisón y de Aulo Gabinio.[4] (Latín)

7

Al ser informado César de que pretendían pasar la Provincia, se apresuró a salir de Roma y, diriguiéndose a la Galia a marchas forzadas, llegó a Ginebra. (2) Dió la orden de que le procurasen el mayor número de soldados posibles, pues, en ese momento, no había en la Galia Ulterior más de una legión,[5] y mandó quemar el puente de Ginebra. (3) Al correr la noticia de su venida entre los helvecios, estos le enviaron como emisarios a las personas más distinguidas de la región, comandadas por Nameyo y Veruclecio, quienes le pidieron que les conceda paso por la Provincia, pues era el único camino y no causarían daño alguno. (4) César juzgaba que no debía acceder a la demanda, pues habían sido los helvecios los que, años atrás, habían derrotado y hecho pasar por el yugo al cónsul Lucio Casio y a sus hombres. (5) Por ello, ahora, no podía asegurar que estos hombres con sentimiento hostil, si les autorizaba a pasar por la Provincia, se abstendrían de ultrajes y de daños. (6) Sin embargo, debía esperar a que llegaran las tropas que había reunido para poder enfrentarlos, por lo que le contestó a los emisarios que le tomaría tiempo pensarlo y que, de querer, se volviesen a entrevistar en los idus de abril.[6] (Latín)

8

Mientras tanto, con la legión que tenía consigo y con los soldados que había reunido en la Provincia, levantó, hasta el Monte Jura, que separa a los secuanos de los helvecios, desde el Lago Lemán, que desemboca en el Ródano, un muro de diecinueve mil pasos de largo y un foso de dieciséis pies de alto. (2) Tras el fin de la construcción, ordenó a sus soldados colocarse en esta como guardias, y fortificó los catilletes a fin de rechazar sin dificultades al enemigo, si este intentaba pasar en contra de su voluntad. (3) Al llegar el día que había convenido con los emisarios helvecios, estos se presentaron, y César le dijo que, por costumbre del pueblo romano, el no podía dejarles paso por la Provincia, y que, si querían hacerlo por la fuerza, los iba a enfrentar. (4) Los helvecios, intentaron abrirse paso, unos en balsas y naves que juntaron, otros vadeando el río, a veces de día y más seguido de noche; pero todos estos intentos fracasaron, pues la construcción era sólida y los soldados fuertes, por lo que el enemigo cejó en su empeño. (Latín)

9

Les quedaba solo un camino, el que pasaba por tierras de los secuános, pero era muy angosto, y sin el consentimiento de estos era imposible atravesarlo. (2) Al no poder persuadirlos por si solos, enviaron emisarios al heduo Dumnórix, pidiéndole su intervención a fin de convencerlos. (3) Este simpatizaba con los secuános y estaba casado con la hija de Orgetórix, y, movido por su ambición de reinar, poseía afición a las aventuras y quería granjearse, con sus beneficios, a todos los pueblos que pudiera. (4) Así pues, tomó a su cargo el negocio y consiguió que los secuános dejasen pasar por su tierra a los helvecios y que se diesen mutuos rehenes, los primeros, como garantía de que no estorbarían el paso, y los segundos, de que no causarían ultrajes y daños al pasar. (Latín)

10

Llegó pronto a César la noticia de que los helvecios estaban resueltos a marchar por los territorios de los secuános, de los heduos y de los santonos, poco distantes de los tolosanos, que están dentro de nuestra jusridicción. (2) Si eso sucedía, la Provincia se vería expuesta a grandes riesgos teniendo como vecinos en regiones abiertas y fértiles a estos hombres enemigos de Roma y a los amigos de la guerra. (3) Debido a estos motivos, dejando las fortificaciones que había construido al cuidado del legado Tito Labieno, se diriguió él mismo a Italia a marchas forzadas, donde alistó dos legiones y sacó tres de los cuarteles de invierno de Aquileya y volviendo, luego, a la Galia con estas cinco legiones, cruzó los Alpes por el camino más corto. (4) Allí, encontró la resistencia de los ceutrones, grayocelos y catúriges, pero los derrotó en varios encuentros. (5) En solo siete días marchó desde Ocelo, última ciudad de la Galia Citerior, a la región de los voconios, dentro de la Galia Ulterior; de allí condujo sus tropas a la región de los alóbroges y de allí a la de segusiavos, los primeros que están del otro lado del Ródano, y por lo tanto, fuera de la Provincia. (Latín)

11

Mientras tanto, los helvecios, tras haber pasado sus tropas por los defiladeros del territorio de los secuános, habían entrado en el país heduo, devastando sus campos. (2) Los heduos, al no poder defender ni sus personas ni sus bienes, enviaron emisarios a César. (3) Le dijeron que ellos habían sido siempre leales aliados del pueblo romano y que no debía consentirse que, en vista de las legiones romanas, sean devastados sus campos, esclavizados sus hijos y asoladas sus ciudades. (4) Al mismo tiempo, los ambarros, amigos y parientes de los heduos, le dijeron a César que ellos, ya arrazadas sus tierras, a duras penas podían defender sus ciudades de la violencia del enemigo. (5) Igualmente los alóbroges, que tenían aldeas y chacras al otro lado del Ródano, se acogieron al amparo de César, diciéndole que solo le quedaba tierra desnuda en sus campos. (6) Debido a estas cosas, César decidió no aguardar a que los helvecios llegaran al país de los santonos después de haber arrasado los bienes de los aliados. (Latín)

12

Cuando los helvecios llegaron al río Arar, que fluye por tierras de los heduos y de los secuános y que desemboca en el Ródano con tanta lentitud que, a simple vista, no se puede ver para que lado vá la corriente, lo comenzaron a cruzar en barcas y almadías unidas. (2) Al saber César, gracias a sus exploradores, que tres cuartas partes de los helvecios ya habían cruzado el río, y que una cuarta parte había quedado de este lado, pasada la media noche, salió del campamento con tres legiones y cayó sobre aquella parte que aún estaba de este lado del río.[7] (3) Al agarrarlos en plena maniobra y descuidados, mató a muchos de ellos, mientras que el resto emprendió la huída y se refugió en los bosques cercanos. (4) De los cuatro cantones en que la nación helvecia se divide eran los tigurinos los que habían sido derrotados. (5) Las personas de este cantón, eran las que, en tiempos de nuestros padres, habían salido solas de su territorio, dado muerte al cónsul Lucio Casio y hecho pasar por el yugo a sus hombres. (6) Así, ya por el azar, ya por voluntad de los dioses inmortales, aquella parte de los helvecios que tanto desastre había causado al pueblo romano, había sido la primera en ser castigada. (7) Con esto, César no sólo vengó los agravios públicos, sino también los suyos, pues los tigurinos habían dado muerte en la misma batalla que murió Casio, al legado Lucio Pisón, abuelo de un pariente suyo del mismo nombre.[8] (Latín)

13

Tras el fin de esta batalla, César, decidido a alcanzar a la otra parte de los helvecios, tendió un puente sobre el río Arar y pasa por él junto a su ejército (2) Los helvecios se espantaron por su repentina llegada, pues ellos con sumo trabajo habían tardado veinte días en cruzar el río, mientras que César lo había hecho en uno solo; por lo que le enviaron unos emisarios, comandados por Divicón, aquel que había acaudillado a los helvecios en la batalla en que Casio murió. (3) Este le dijo a César: «Si el pueblo romano quiere hacer la paz con los nuestros, estamos dispuestos a ir y permanecer donde vosotros determinéis. (4) Más, si pretendéis hacer la guerra, recordad la antigua derrota del pueblo romano y de la bravura que siempre los nuestros demostraron. (5) Por el hecho de que hayas sorprendido a un cantón aislado, cuando los que habían cruzado el río no podían ayudarlos, no debéis vanagloriarte de ello ni criticar a los nuestros. (6) Nosotros aprendimos de nuestros antepasados a confiar en el combate, más en el valor que en la táctica. (7) Por ello, espero que no se dé motivo por el cuál este lugar se convierta en el recuerdo de una nueva derrota del pueblo romano». (Latín)

14

A todo esto contestó César: «Es precisamente por tener en mi memoria lo que los emisarios me han recordado, lo cual me causa una gran pesadumbre, que hallo menos posibilidades de dudas. (2) Si Casio hubiera cometido alguna injusticia, seguramente se habría prevenido; sin embargo fue cogido en la trampa justamente porque no veía en lo que había hecho motivo de temor alguno y porque juzgaba que no se debía temer sin motivos. (3) De todos modos, aún cuando olvidara este antiguo ultraje, ¿podría, acaso, olvidar las actuales ofensas, el haber intentado pasar por la Provincia en contra de mi voluntad y el haber maltratado a los heduos, a los ambarros y a los alóbroges? (4) Vuestra insolencia proviene de haberse vanagloriado de haber vencido a Casio y de no haber sido castigados en tanto tiempo. (5) Suelen los dioses inmortales[9] concederle al que quieren castigar una mayor prosperidad y una impunidad duradera para que lo sientan más cuando su fortuna cambia. (6) Sin embargo, en caso de que me entreguéis rehenes como garantía de que lo prometido se cumplirá, y que hagan la paz con los heduos, los ambarros y los alóbroges, haré la paz con vosotros». (7) A este discurso, Divicón respondió: «La tradición de nuestros antepasados es, poniendo como testigo al pueblo romano, recibir rehenes, no el darlos», y tras decir esto se marchó. (Latín)

15

Al día siguiente, los helvecios alzaron su campamento, haciéndo lo mismo César, quién envió a su caballería, la cual, en número de cuatro mil jinetes, había alistado en la Provincia, entre los heduos y los aliados de éstos, a que observase hacia qué lugar se dirigía el enemigo. (2) Siguieron a la retaguardia enemiga con excesivo ardor, pero trabaron combate en un lugar desfavorable y cayeron algunos de los nuestros. (3) Los helvecios, vanagloriándose de su triunfo, pues con quinientos jinetes habían vencido a muchos más enemigos, comenzaron, de vez en cuando, a detenerse, y confiados en su audacia, a provocarnos con su retaguardia. (4) Sin embargo, César reprimía el ardor de los suyos y por el momento se contentaba con impedir que el enemigo robara, se aprovisionara del forraje o talaran los campos. (5) Esto siguió sucediendo durante quince días, de manera tal que entre la retaguardia enemiga y nuestra vanguardia no había más de entre cinco o seis mil pasos. (Latín)

16

Mientras tanto instaba César todos los días a los eduos por el trigo que por acuerdo de la República le tenían ofrecido; y es que, a causa de los fríos de aquel clima, que, como antes se dijo, es muy septentrional, no sólo no estaba sazonado, pero ni aun alcanzaba el forraje; y no podía tampoco servirse del trigo conducido en barcas por el Arar, porque los helvecios se habían desviado de este río, y él no quería perderlos de vista. Dábanle largas los eduos con decir que lo estaban acopiando, que ya venía en camino, que luego llegaba. Advirtiendo él que era entretenerlo no más, y que apuraba el plazo en que debía repartir las raciones de pan a los soldados, habiendo convocado a los principales de la nación, muchos de los cuales militaban en su campo, y también a Diviciaco y Lisco, que tenían el supremo magistrado (que los eduos llaman Vergobreto, y es anual con derecho sobre la vida y muerte de sus nacionales) quéjase de ellos agriamente, porque no pudiendo haber trigo por compra ni cosecha, en tiempo de tanta necesidad, y con los enemigos a la vista, no cuidaban de remediarle; que habiendo él emprendido aquella guerra obligado en parte de sus ruegos, todavía sentía más el verse así abandonado. (Latín)

17

En fin, Lisco, movido del discurso de César, descubre lo que hasta entonces había callado; y era «la mucha mano que algunos de su nación tenían con la gente menuda, los cuales, con ser unos meros particulares, mandaban más que los mismos magistrados; ésos eran los que, vertiendo especies sediciosas y malignas, disuadían al pueblo que no aprontase el trigo, diciendo que, pues no pueden hacerse señores de la Galia, les vale más ser vasallos de los galos que de los romanos; siendo cosa sin duda, que si una vez vencen los romanos a los helvecios, han de quitar la libertad a los eduos no menos que al resto de la Galia; que los mismos descubrían a los enemigos nuestras trazas, y cuanto acaecía en los reales; y él no podía irles a la mano; antes estaba previendo el gran riesgo que corría su persona por habérselo manifestado a más no poder, y por eso, mientras pudo, había disimulado». (Latín)

18

Bien conocía César que las expresiones de Lisco tildaban a Dumnórige, hermano de Diviciaco; mas no queriendo tratar este punto en presencia de tanta gente, despide luego a los de la junta, menos a Lisco; examínale a solas sobre lo dicho; explícase él con mayor libertad y franqueza; por informes secretos tomados de otros halla ser la pura verdad: «que Dumnórige era el tal; hombre por extremo osado, de gran séquito popular por su liberalidad, amigo de novedades; que de muchos años atrás tenía en arriendo bien barato el portazgo y todas las demás alcabalas de los eduos, porque haciendo él postura, nadie se atrevía a pujarla. Con semejantes arbitrios había engrosado su hacienda, y amontonado grandes caudales para desahogo de sus profusiones; sustentaba siempre a su sueldo un gran cuerpo de caballería, y andaba acompañado de él; con sus larguezas dominaba, no sólo en su patria, sino también en las naciones confinantes; que por asegurar este predominio había casado a su madre entre los bituriges con un señor de la primera nobleza y autoridad; su mujer era helvecia; una hermana suya por parte de madre y varias parientas tenían maridos extranjeros; por estas conexiones favorecía y procuraba el bien de los helvecios; por su interés particular aborrecía igualmente a César y a los romanos; porque con su venida le habían cercenado el poder, y restituido al hermano Diviciaco el antiguo crédito y lustre. Que si aconteciese algún azar a los romanos, entraba en grandes esperanzas de alzarse con el reino con ayuda de los helvecios, mientras que durante el imperio romano, no sólo desconfiaba de llegar al trono, sino aun de mantener el séquito adquirido». Averiguó también César en estas pesquisas que Dumnórige y su caballería (mandaba él la que los eduos enviaron de socorro a César) fueron los primeros en huir en aquel encuentro mal sostenido pocos días antes, y que con su fuga se desordenaron los demás escuadrones. (Latín)

19

Hechas estas averiguaciones y confirmados los indicios con otras pruebas evidentísimas de haber sido él promotor del tránsito de los helvecios por los secuanos, y de la entrega recíproca de los rehenes; todo no sólo sin aprobación de César y del gobierno, pero aun sin noticia de ellos; y, en fin, siendo su acusador el juez supremo de los eduos, parecíale a César sobrada razón para castigarle o por sí mismo, o por sentencia del tribunal de la nación. La única cosa que le detenía era el haber experimentado en su hermano Diviciaco una grande afición al Pueblo Romano, y para consigo una voluntad muy fina, lealtad extremada, rectitud, moderación; y temía que con el suplicio de Dumnórige no se diese por agraviado Diviciaco. Por lo cual, antes de tomar ninguna resolución, manda llamar a Diviciaco, y dejados los intérpretes ordinarios, por medio de Cayo Valerio Procilo, persona principal de nuestra provincia, amigo íntimo suyo, y de quien se fiaba en un todo, le declara sus sentimientos, trayéndole a la memoria los cargos que a su presencia resultaron contra Dumnórige en el consejo de los galos, y lo que cada uno en particular había depuesto contra éste. Le ruega y amonesta no lleve a mal que o él mismo, substanciado el proceso, sentencie al reo, o dé comisión de hacerlo a los jueces de la nación. (Latín)

20

Diviciaco, abrazándose con César, deshecho en lágrimas, se puso a suplicarle: «que no hiciese alguna demostración ruidosa con su hermano; que bien sabía ser cierto lo que le achacaban; y nadie sentía más vivamente que él los procederes de aquel hermano, a quien cuando por su poca edad no hacía figura en la nación, le había valido él con la mucha autoridad que tenía con los del pueblo y fuera de él, para elevarlo al auge de poder en que ahora se halla, y de que se vale, no sólo para desacreditarle, sino para destruirle si pudiera. Sin embargo, podía más consigo el amor de hermano, y el qué dirán las gentes, siendo claro que cualquiera demostración fuerte de César la tendrían todos por suya, a causa de la mucha amistad que con él tiene; por donde vendría él mismo a malquistarse con todos los pueblos de la Galia». Repitiendo estas súplicas con tantas lágrimas como palabras, tómale César de la mano, y consolándolo, le ruega no hable más del asunto; asegúrale que aprecia tanto su amistad, que por ella perdona las injurias hechas a la República y a su persona. Luego hace venir a su presencia a Dumnórige; y delante de su hermano le echa en cara las quejas de éste, las de toda la nación, y lo que él mismo había averiguado por sí. Encárgale no dé ocasión a más sospechas en adelante, diciendo que le perdona lo pasado por atención a su hermano Diviciaco, y le pone espías para observar todos sus movimientos y tratos. (Latín)

21

Sabiendo ese mismo día, por los batidores, que los enemigos habían hecho alto a la falda de un monte, distante ocho millas de su campo, destacó algunos a reconocer aquel sitio, y qué tal era la subida por la ladera del monte. Informáronle no ser agria. Con eso, sobre la medianoche ordenó al primer comandante Tito Labieno, que con dos legiones, y guiado de los prácticos en la senda, suba a la cima, comunicándole su designio. Pasadas tres horas, marcha él en seguimiento de los enemigos por la vereda misma que llevaban, precedido de la caballería, y destacando antes con los batidores a Publio Considio, tenido por muy experto en las artes de la guerra, como quien había servido en el ejército de Lucio Sila y después en el de Marco Craso. (Latín)

22

Al amanecer, cuando ya Labieno estaba en la cumbre del monte y César a milla y media del campo enemigo, sin que se trasluciese su venida ni la de Labieno, como supo después por los prisioneros, viene a él a la carrera abierta Considio con la noticia de «que los enemigos ocupan el monte que había de tomar Labieno, como le habían cerciorado sus armas y divisas». César recoge luego sus tropas al collado más inmediato, y las ordena en batalla. Como Labieno estaba prevenido con la orden de no pelear mientras no viese a César con los suyos sobre el ejército enemigo, a fin de cargarle a un tiempo por todas partes, dueño del monte, se mantenía sin entrar en acción, aguardando a los nuestros. En conclusión, era ya muy entrado el día cuando los exploradores informaron a César que era su gente la que ocupaba el monte; que los enemigos continuaban su marcha, y que Considio en su relación supuso de miedo lo que no había visto. Con que César aquel día fue siguiendo al enemigo con interposición del trecho acostumbrado, y se acampó a tres millas de sus reales. (Latín)

23

Al día siguiente, atento que sólo restaban dos de término para repartir las raciones de pan a los soldados, y que Bibracte, ciudad muy populosa y abundante de los eduos, no distaba de allí más de dieciocho millas, juzgó conveniente cuidar de la provisión del trigo; por eso, dejando de seguir a los helvecios, tuerce hacia Bibracte, resolución que luego supieron los enemigos por ciertos esclavos de Lucio Emilio, decurión de la caballería galicana. Los helvecios, o creyendo que los romanos se retiraban de cobardes, mayormente cuando apostados el día antes en sitio tan ventajoso habían rehusado la batalla, o confiando el poder interceptarles los víveres, mudando de idea y de ruta, comenzaron a perseguir y picar nuestra retaguardia. (Latín)

24

Luego que César lo advirtió, recoge su infantería en un collado vecino, y hace avanzar la caballería con el fin de reprimir la furia enemiga. Él, mientras tanto, hacia la mitad del collado dividió en tres tercios las cuatro legiones de veteranos; por manera que, colocadas en la cumbre y a la parte superior de las suyas las dos nuevamente alistadas en la Galia Cisalpina y todas las tropas auxiliares, el cerro venía a quedar cubierto todo de gente. Dispuso sin perder tiempo que todo el bagaje se amontonase en un mismo sitio bajo la escolta de los que ocupaban la cima. Los helvecios, que llegaron después con todos sus carros, lo acomodaron también en un mismo lugar, y formados en batalla, muy cerrados los escuadrones, rechazaron nuestra caballería; y luego, haciendo empavesada, arremetieron a la vanguardia. César, haciendo retirar del campo de batalla todos los caballos, primero el suyo, y luego los de los otros, para que siendo igual en todos el peligro, nadie pensase en huir, animando a los suyos trabó el choque. Los soldados, disparando de alto a bajo sus dardos, rompieron fácilmente la empavesada enemiga, la cual desordenada, se arrojaron sobre ellos espada en mano. Sucedíales a los galos una cosa de sumo embarazo en el combate, y era que tal vez un dardo de los nuestros atravesaba de un golpe varias de sus rodelas, las cuales, ensartadas en el astil y lengüeta del dardo retorcido, ni podían desprenderlas, ni pelear sin mucha incomodidad, teniendo sin juego la izquierda, de suerte, que muchos, después de repetidos inútiles esfuerzos, se reducían a soltar el broquel y pelear a cuerpo descubierto. Finalmente, desfallecidos de las heridas, empezaron a cejar y retirarse a un monte distante cerca de una milla. Acogidos a él, yendo los nuestros en su alcance, los boyos y tulingos, que en número de casi quince mil cerraban el ejército enemigo, cubriendo su retaguardia, asaltaron sobre la marcha el flanco de los nuestros, tentando cogerlos en medio. Los helvecios retirados al monte que tal vieron, cobrando nuevos bríos, volvieron otra vez a la refriega. Los romanos se vieron precisados a combatirlos dando tres frentes al ejército; oponiendo el primero y el segundo contra los vencidos y derrotados, y el tercero contra los que venían de refresco. (Latín)

25

Así en doble batalla estuvieron peleando gran rato con igual ardor, hasta que no pudiendo los enemigos resistir por más tiempo al esfuerzo de los nuestros, los unos se refugiaron al monte, como antes; los otros se retiraron al lugar de sus bagajes y carruajes: por lo demás, en todo el discurso de la batalla, dado que duró desde las siete de la mañana hasta la caída de la tarde, nadie pudo ver las espaldas al enemigo; y gran parte de la noche duró todavía el combate donde tenían el bagaje, puestos alrededor de él por barrera los carros, desde los cuales disparaban con ventaja a los que se arrimaban de los nuestros, y algunos por entre las pértigas y ruedas los herían con pasadores y lanzas. En fin, después de un porfiado combate, los nuestros se apoderaron de los reales, y en ellos, de una hija y un hijo de Orgetórige. De esta jornada se salvaron al pie de ciento treinta mil de los enemigos, los cuales huyeron sin parar toda la noche; y no interrumpiendo un punto su marcha, al cuarto día llegaron a tierra de Langres, sin que los nuestros pudiesen seguirlos, por haberse detenido tres días a curar los heridos y enterrar los muertos. Entre tanto César despachó correos con cartas a los langreses, intimidándoles «no los socorriesen con bastimentos ni cosa alguna, so pena de ser tratados como los helvecios»; y pasados los tres días marchó con su ejército en su seguimiento. (Latín)

26

Ellos, apretados con la falta de todas las cosas, le enviaron diputados a tratar de la entrega; los cuales, presentándosele al paso y postrados a sus pies, como le instasen por la paz con súplicas y llantos, y respondiese él le aguardasen en el lugar en que a la sazón se hallaban, obedecieron. Llegado allá César, a más de la entrega de rehenes y armas, pidió la restitución de los esclavos fugitivos. Mientras se andaba en estas diligencias, cerró la noche; y a poco después unos seis mil del cantón llamado Urbígeno escabulléndose del campo de los helvecios, se retiraron hacia el Rin y las fronteras de Germania, o temiendo no los matasen después de desarmados, o confiando salvar las vidas, persuadidos a que entre tantos prisioneros se podría encubrir su fuga, o ignorarla totalmente. (Latín)



Notas de traducción

  1. César se refiere aquí a las Galias Comata, Bélgica y Aquitania, no a las Padana y Trasalpina, que ya estaban en dominio romano en aquella época.
  2. Es decir, el año 61 a. C..
  3. Un paso es 1,41 metros.
  4. El 28 de marzo de 59 a. C.
  5. Ordenó que le procurasen el mayor número de «auxiliares», es decir, soldados que no son ciudadanos romanos. La legión poseía aproximadamente 5.000 hombres y comantada por un legado (en este caso probablemente era Labieno), estaba compuesta de ciudadanos romanos.
  6. El 13 de abril de 59 a. C.
  7. Según Plutarco, fue Labieno el que atacó a los helvecios en el río Arar. Sin embargo, debió haberse confundido, pues otros autores como Casio Dión dicen que fue César.
  8. En efecto, Lucio Pisón, legado de Casio, era abuelo de Lucio Pisón, padre de la esposa de César, Calpurnia.
  9. Los romanos llamaban así a los dioses en que ellos creían.