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Discurso de Patricio Aylwin en el Estadio Nacional (12 de marzo de 1990)

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Discurso de Patricio Aylwin en el Estadio Nacional

Santiago, 12 de marzo de 1990

Este es Chile, el Chile que anhelamos, el Chile por el cual tantos, a lo largo de la historia, han entregado su vida; el Chile libre, justo, democrático. La nación de hermanos.

Nos reunirnos esta tarde con esperanza y alegría. Con esperanza, porque iniciamos, por fin, con espíritu fraterno y anhelantes de libertad y de justicia, una nueva etapa en la vida nacional. Con alegría, porque -por primera vez al cabo de veinte años- emprendemos una ruta que ha sido elegida consciente y voluntariamente por nosotros mismos; no nos ha sido impuesta, sino que corresponde a la decisión libre y soberana del pueblo de Chile.

Hoy celebramos un nuevo amanecer. Más que festejar el triunfo concretado formalmente ayer en la transmisión del mando ante el Congreso Pleno, solemnizamos en este hermoso encuentro nuestra firme voluntad de forjar la unidad nacional, por caminos de reconciliación entre todos los chilenos, sobre las bases del respeto mutuo, el imperio irrestricto de la verdad, la vigencia del derecho y la búsqueda constante de la justicia.

Realza esta celebración la presencia de nuestros invitados, gobernantes y representantes de naciones amigas. Nos acompañan ahora, en este feliz momento, como nos acompañaron con su solidaridad en los tiempos de persecución y de dolor, en el asilo generoso que dieron a los chilenos exiliados, en la defensa de los derechos humanos de tantos compatriotas y en la lucha del pueblo de Chile por recuperar su democracia. En nombre de este pueblo, ahora les decimos: Gracias, muchas gracias. Y les decimos algo más: Podéis tener la seguridad de que el reencuentro de Chile con a democracia significará también nuestra incorporación activa a todas las instancias de colaboración internacional que corresponda para contribuir con nuestro aporte al desarrollo de los pueblos, al logro de la justicia y la paz entre las naciones y al pleno imperio de los derechos humanos en todos los rincones de la Tierra.

Nos acompañan, también, en esta fiesta, millones de chilenos que de uno u otro extremo del territorio nacional, o en la añoranza de la patria desde sus lugares de residencia, voluntaria o forzada, en otras tierras, tienen puesta su esperanza en la recuperación de nuestra democracia. A todos ellos les enviamos un fraternal saludo.

Desde este recinto, que en tristes días de ciego odio, de predominio de la fuerza sobre la razón, fue para muchos compatriotas lugar de presidio y de tortura, decimos a todos los chilenos y al mundo que nos mira: ¡Nunca más! ¡Nunca más atropellos a la dignidad humana! ¡Nunca más odio fratricida! ¡Nunca más violencia entre hermanos!

Desde aquí, donde Su Santidad Juan Pablo II dijo a los jóvenes chilenos que los valores del espíritu como la hija de jairo- no estaban muertos sino dormidos, proclamamos ante la faz del universo que el tradicional espíritu cívico y democrático del pueblo chileno, que nos ganó prestigio entre las naciones y fue justo motivo de orgullo patrio, no murió nunca; pudo dormirse, pero luego de años de sufrimiento, de amarguras, luchas y tropiezos, ha despertado con el ánimo alerta para no dormirse más.

Hoy asumimos el compromiso de reconstruir nuestra democracia con fidelidad a los valores que nos legaron los Padres de la Patria y que configuran lo que el Cardenal Silva Henríquez ese varón justo y gran amigo del pueblo a quien tanto debemos- ha descrito hermosamente como "el alma de Chile': el amor a la libertad y el rechazo a toda forma de opresión, la primacía del derecho sobre la arbitrariedad, la primacía de la fe sobre cualquier forma de idolatría, la tolerancia a las opiniones divergentes y la tendencia a no extremar los conflictos, sino procurar resolverlos mediante soluciones consensuales.

¡Estos valores imperarán de nuevo entre nosotros!

Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares, sí señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos! ¡Tenemos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena! Sean trabajadores o empresarios, obreros o intelectuales; abrir cauces de participación democrática para que todos colaboren en la consecución del bien común; acortar las agudas desigualdades que nos dividen y, muy especialmente, elevar a niveles dignos y humanos la condición de vida de los sectores más pobres; cuidar de la salud de nuestros compatriotas, lograr relaciones equitativas entre los actores del proceso económico, abrir a nuestros jóvenes acceso a los conocimientos y oportunidades de trabajo y de progreso propias del tiempo que vivimos; promover la participación y dignificación de la mujer en la sociedad chilena; dar a nuestros ancianos el respeto que merecen; impulsar el crecimiento y asegurar la estabilidad de nuestra economía; mejorar los términos de intercambio de nuestro comercio exterior; defender el medio ambiente y la adecuada conservación de nuestros recursos naturales renovables y no renovables; contribuir con nuestros mejores aportes a la democratización, al desarrollo e integración de América Latina y a la consolidación de la paz en el mundo; implementar, en fin, las políticas diseñadas en el programa de gobierno que la Concertación de Partidos por la Democracia presentó al país.

Pero así como es grande y hermosa nuestra tarea y nos exige la mayor entrega y entusiasmo, al abordarla debemos tener clara conciencia de sus dificultades.

Habrá dificultades causadas por los obstáculos y amarras que el pasado régimen nos deja en el camino; las habrá derivadas de la naturaleza misma de las cosas, y habrá también algunas –no menos importantes- originadas en nosotros mismos.

Nadie ignora que el pasado gobierno pretendió eternizarse en el poder. La historia enseña que tales intentos jamás logran prevalecer sobre el derecho de los pueblos a gobernarse por sí mismos. Así está ocurriendo ante nuestros ojos en variadas partes del mundo. Así lo estamos demostrando nosotros también aquí, con el propio acontecimiento que celebramos. Pero nuestra satisfacción en este día no puede impedimos advertir con claridad las numerosas limitaciones, trabas y pies forzados que, en su afán de prolongarse, nos deja el régimen hasta ayer imperante. Quienes ejercieron el poder total se empeñaron hasta el último día en reducir el poder de las nuevas autoridades democráticas. Quienes dispusieron de los bienes del Estado como dueños absolutos, sin limitaciones, se ingeniaron para sustraer cuanto pudieron de esos bienes a la administración que constitucionalmente corresponde al Presidente de la República. Muchos se preguntan por qué aceptamos estas cosas, y no ocultan su repulsa a las formas corteses en que se ha realizado el proceso de traspaso del gobierno mientras se consumaban estos hechos.

Participando de la condena moral que merece tal conducta -condena que, estoy seguro, la historia compartirá-, invito a mis compatriotas a ver la otra cara del asunto. Estamos contentos por la forma pacífica y sin grandes traumas en que ha operado el tránsito hacia el gobierno democrático. ¿Deberíamos, para evitar aquellas limitaciones, haber expuesto a nuestro pueblo al riesgo de nuevas violencias, sufrimientos y pérdida de vidas? Los demócratas chilenos escogimos, para transitar a la democracia, el camino de derrotar el autoritarismo en su propia cancha. Es lo que hemos hecho, con los beneficios y costos que ello entraña.

Sinceramente creo que la vía que escogimos fue la mejor entre las posibles. Lo cortés no quita lo valiente. Tengo la convicción de que la mayoría de las trabas con que se ha pretendido dejamos amarrados no resistirán el peso de la razón y del derecho. Confío en que el Congreso Nacional, por encima de las diferencias de partidos, aprobará las reformas necesarias para asegurar el funcionamiento normal y expedito de nuestra renaciente democracia. Estoy cierto de que si alguien llegara a abrigar la tentación de emplear la fuerza contra la voluntad del pueblo, nuestras Fuerzas Armadas y de Orden no se apartarán de sus deberes institucionales. También deberemos superar dificultades propias de la naturaleza de las cosas.

Nuestro programa es vasto; los requerimientos son múltiples. Hay muchas necesidades largamente postergadas que esperan ser satisfechas. No podremos hacer todo al mismo tiempo. Deberemos establecer prioridades. Lo justo es empezar por los más pobres. Es mucha la gente con problemas. Daremos la primera prioridad a los que realmente son más necesitados.

Nuestro país pertenece al mundo en desarrollo. Nuestro ingreso nacional por habitante es bajo; si lo distribuyéramos por igual entre los 12 millones de chilenos, nadie quedaría satisfecho y detendríamos el crecimiento. Para salir de la pobreza tenemos que crecer, y esto exige estimular el ahorro y la inversión, la iniciativa creadora el espíritu de empresa. Las políticas gubernamentales deberán conciliar los legítimos requerimientos en la satisfacción de las necesidades fundamentales, con espíritu de justicia social, y las exigencias ineludibles del crecimiento.

Todo en la vida requiere tiempo. ¿Cuántos años nos costó recuperar la democracia? El hecho de que ahora tengamos un gobierno del pueblo no significa que los problemas se van a solucionar milagrosamente; significa, sí, que de inmediato, desde ahora mismo nos vamos a poner a trabajar para solucionarlos, y contamos par ello con el esfuerzo y participación de todos. Sólo así consolidaremos nuestra democracia y resolveremos los problemas.

Tendremos todavía otras dificultades: las que derivan de nosotros mismos. Yo las llamaría "las grandes tentaciones: la tentación de ensimismarnos en el ajuste de cuentas del pasado, la tentación de empezar todo de nuevo, y la tentación del poder.

Es legítimo y justo que después de un período tan largo de poder absoluto y misterioso, en que tanta gente ha sufrido tanto en que los asuntos públicos fueron secretos inaccesibles para el pueblo, éste quiera saber la verdad de lo ocurrido.

Hemos dicho -y lo reiteramos hoy solemnemente- que la conciencia moral de la nación exige que se esclarezca la verdad de los desaparecimientos de personas, de los crímenes horrendos y de otras graves violaciones a los derechos humanos ocurridos durante la dictadura. Hemos dicho también -y hoy lo que debemos abordar este delicado asunto conciliando la virtud y la justicia con la virtud de la prudencia y que, concretadas las responsabilidades personales que corresponda, llegará la hora del perdón.

Hay también otras situaciones injustas que merecen reparación o exigen pronta corrección. Hoy he firmado decretos de indultos para poner en libertad a numerosos presos políticos; en los próximos días resolveremos otros casos, y he enviado al Congreso Nacional los proyectos de ley pertinentes para que, en el más breve plazo, se haga justicia a todos los presos políticos.

Será necesario, asimismo, hacer claridad en asuntos importantes nunca bien explicados que comprometen el patrimonio del Estado o el interés nacional.

En este necesario ejercicio de justicia debemos evitar los riesgos de querer revivir otros tiempos, de reeditar las querellas del pasado y de engolfarnos indefinidamente en pesquisas, recriminaciones y cazas de brujas que nos desvíen de nuestros deberes con el porvenir. Considero mi deber evitar que el tiempo se nos vaya de entre las manos mirando hacia el pasado. La salud espiritual de Chile nos exige encontrar fórmulas para cumplir en plazo razonable estas tareas de saneamiento moral, de modo que más temprano que tarde llegue el momento en que, reconciliados, todos miremos con confianza hacia el futuro y aunemos esfuerzos en la tarea que la patria nos demanda.

En nuestro empeño, debemos evitar también la tentación de querer rehacerlo todo, de empezar todo de nuevo, como si nada de lo existente mereciera ser conservado. La historia enseña que las naciones se construyen por la acción acumulativa de sucesivas generaciones cada nueva etapa se gesta a partir de la anterior, con sus aciertos y sus errores.

Lo que Chile nos pide es conservar lo bueno, corregir lo malo y mejorar lo regular. Este es el único método eficaz de avanzar en el noble y justo afán de acercar la realidad al ideal.

También deberemos cuidarnos de las tentaciones propias del poder, sea creyéndonos dueños del mismo en vez de meros mandatarios del pueblo soberano y responsables ante éste de su desempeño, sea convirtiendo la legítima controversia democrática en la lucha despiadada por conservar, acrecentar o conquistar poder.

El poder ha de ser para nosotros un mero instrumento para servir. Conservaremos y acrecentaremos la confianza de nuestros compatriotas en la medida misma en que seamos capaces de servir eficazmente el bien común de la nación.

Por mi parte, asumo la honrosa y difícil responsabilidad que el pueblo me ha encomendado, con la firme voluntad de ser el primer servidor de Chile y los chilenos.

¿Qué pueden mis compatriotas esperar de mí?

Que ejerza el poder que se me ha confiado con integridad y plena entrega, sin pretender honores ni rehuir sacrificios, buscando siempre el bien común según los dictados de mi conciencia. Que diga siempre la verdad, sin apartarme nunca del derecho y buscando afanosamente la justicia.

Que sea leal a los valores democráticos y leal también, dentro del marco de las bases programáticas que constituyen nuestro compromiso con el pueblo de Chile, a quienes me honran con su apoyo.

Que respete a todas las personas y a las distintas opiniones, que sepa escuchar a todos, que me empeñe siempre en promover entendimientos y lograr acuerdos, pero no vacile en adoptar las decisiones que, según mi recto parecer, exija el interés superior del país.

Que trate, en fin, de ser para todos mis compatriotas como un buen padre de fan-tilia, que pone su mayor diligencia, abnegación y autoridad en labrar el bienestar y la felicidad de su gente, preocupándose especialmente de los hijos que más lo necesitan, en este caso, de los más pobres y humildes.

¿Y qué espero yo de mi compatriotas?

Espero y reclamo, antes que nada, comprender que las tareas de construir una democracia verdadera y sólida y de conquistar el progreso y la justicia a que aspiramos, no son sólo del gobierno, del Parlamento o de las autoridades, sino de todos los chilenos; que de todos se requiere imaginación, esfuerzo, iniciativa, disciplina y sacrificio, y que sólo podremos cumplirlas con la colaboración de todos. Nuestro gobierno no vendrá a sustituir las obligaciones que tiene cada chileno, cada organización social, cada empresa; estará para apoyarlos, estimularlos, respaldarlos; pero nadie puede olvidar que Chile somos todos y lo hacemos entre todos diariamente.

Espero y demando a todos patriotismo, para entender y aceptar que por encima de los intereses particulares de personas, grupos o sectores, está el interés general de Chile. Si queremos alcanzar un orden político, económico y social justo y estable, cada cual debe estar dispuesto a contribuir generosamente en la medida de sus posibilidades.

Espero y exijo a todos acatar las vías de la razón y del derecho para promover sus aspiraciones, absteniéndose de acudir a la violencia para imponer lo que se pretende. Quien lo intente por esa vía, no lo logrará. La fuerza es propia de las dictaduras; la razón y el derecho son las armas de la democracia.

Espero de mis compatriotas que nos respetemos mutuamente en nuestras diferencias, que renunciemos a toda suerte de sectarismos o afán hegemónico y que hagamos todo lo posible por entendemos y encontrar caminos de consenso.

Bien sé que son muchos los chilenos maltratados y postergados durante estos largos años, que están cansados de esperar y visualizan en el retorno a la democracia la pronta solución de sus problemas, muchas veces angustiosos. Yo comprendo su urgencia y los invito a comprender también que -como lo dije insistentemente en la campaña electoral- necesitaremos tiempo y mucha colaboración. Si han soportado tantos años de espera forzada, les pido ahora un poco de paciencia voluntaria y racional.

Y a los chilenos que han prosperado contando con la tranquilidad de un orden impuesto por la fuerza, les pido comprender que en las sociedades contemporáneas no hay orden ni seguridad estables sino sobre la base del consenso racional fundado en la justicia.

El anhelo de paz que prevalece entre nosotros requiere de todo nuestro esfuerzo para mantener y proyectar hacia el futuro el clima de acuerdos que ha caracterizado nuestro tránsito hacia la democracia.

Dentro de este ánimo, es digno del mayor elogio el diálogo que se está realizando entre trabajadores y empresarios, con la mira de alcanzar acuerdos en el ámbito económico-laboral. A fin de respaldar y concretar esa iniciativa, he instruido a mis ministros de Hacienda, Economía y Trabajo para que formalicen conversaciones entre la Central Unitaria de Trabajadores, la Confederación de la Producción y del Comercio y el gobierno, a fin de concertar un acuerdo marco que sea garantía de progreso, justicia y estabilidad.

Compatriotas:

Pidamos a Dios que nos ayude a cumplir la tarea que Chile espera de nosotros.

Pidámosle sabiduría para hacer las cosas bien y no caer en errores ni torpezas.