El fascismo redentor
Otra vez sale a plena luz la figura singular del nuevo dictador de Italia, Benito Mussolini. La Prensa de todos los países comenta el gesto imperioso con que, a semejanza de un nuevo Pontífice, ha condenado a las logias masónicas, arrojándolas de la legión fascista como un elemento impuro y desechando su nefasta influencia en la política nacional. El acto no es sólo de un gran valor cívico, sino de incalculables consecuencias para la obra de reconstrucción que hoy sigue Italia, y para toda la política europea.
Nadie ignora el imperio que la masonería universal—agencia secreta de revoluciones—ha ejercido durante tantos años en la política "avanzada" de Francia, de Italia y de Portugal. Le debe también España la campaña pro Ferrer, que las logias masónicas desencadenaron por toda Europa contra nuestra "supuesta tiranía" clerical y nuestros "procedimientos inquisitoriales". Han tenido que pasar algunos años para que la opinión europea se percatara del ridículo de aquella farsa grotesca, tan hábilmente montada, en que el siniestro y fanático perturbador de cultura embrionaria y de mentalidad mediocre apareció en calidad de apóstol, sabio y pedagogo, crucificado cual nuevo Mesías por la ceguera de los españoles.
Felicitemos pues, a Mussolini por este nuevo escobazo a la izquierda, destinado a barrer los establos de Augias, restablecer el orden y la limpieza en el vasto edificio nacional. Mussolini ha visto que en Italia, como en todas partes, la masonería, lo mismo que el comunismo y que el socialismo, son elementos disolventes, agentes de propaganda extranjera cuyas utópicas teorías siembran la discordia, la lucha de clases y, por consecuencia, la guerra civil. Ya en sus tiempos de polemista y de orador contrarrevolucionario, en que tan briosamente luchaba por salvar a Italia de la anarquía, Mussolini definía su actitud frente al comunismo de la siguiente manera:
"Hay que trabajar; la restauración del país es urgente. El comunismo es una pretensión grotesca, digna de una tribu salvaje. Es ridículo el querer repartir lo que no existe; ridículo el querer socializar la pobreza y de hablar de comunismo en un país en que los hombres son tan delicadamente, tan divinamente personales. Lenine mismo se ha percatado de la imposibilidad de su doctrina. Rusia se ha convertido en un país de pequeña burguesía. Lenine, el artífice diábolico, es ahora emperador. Pero su experiencia ha fracasado. Y ahora los cuervos del capitalismo descienden en bandadas sobre la inmensa Rusia arruinada."
No es menos categórico lo que les dice a los socialistas, en cuyas filas militó un tiempo:
"Respecto a Italia, ya no es cuestión de entrar en pleno socialismo, porque en él estamos. Ahora lo que se trata es salir de él. Es preciso restarle al Estado unas atribuciones para las cuales no tiene competencia y que desempeña mal." En cuanto al elemento obrero, lejos de adularle con miras electorales o puramente revolucionarias, le hace oír, claro, la voz de la razón: "Nadie puede soñar con reducir a la masa obrera a condiciones de trabajo y de existencia menos buenas que las de hoy. Nosotros (los fascistas) seríamos los primeros en oponernos a semejante intento. Pero, al mismo tiempo, declaramos y sostenemos que en la forma aún parcial y rudimentaria de sus organizaciones y de su cultura, el proletariado no puede pretender substituir, ni siquiera parcialmente, a la organización capitalista.
¿Reacción? Desde luego, si se entiende por esto un rudo frenazo a las teorías democráticas que han imperado en el mundo antes y después de la guerra. Como hace notar muy bien el publicista francés Jacques Bainville en su prefacio a la traducción francesa del ya famoso libro de Gorgolini (Le fascisme, traducido por Eugène Marsan, Nouvelle Librairie Nationale), aunque Mussolini y sus partidarios rechacen el mote de "reaccionario", ?qué ha sido el "fascismo" sino una reacción y no otra cosa? En efecto, fué el instinto de conservación de Italia resistiéndose a la ola de disolución y de anarquía que la invadió tras de la sangría de la guerra y del desencanto de la paz. Y podíamos añadir que el fascismo es también la reacción contra el sistema parlamentario y la vieja política electoral de caciques, partidos y agrupaciones. Para darse cuenta de los orígenes del fascismo, de sus luchas y por fin de su triunfo arrollador, es necesario leer el sombrío cuadro que de la Italia de la post-guerra traza Gorgolini en su intenso libro El fascismo. Estas páginas bien merecen leerse y meditarse, porque recuerdan las etapas de anarquía por la cual han atravesado o atraviesan otros países. Oigamos al propio autor:
"Jamás la situación financiera, económica, política, social y moral había sido más crítica. La Corona, ante los males que afligían al país, guardaba una extraña impasibilidad (que muchos juzgaban señal de impotencia).
El Estado parecía ausente; el Gobierno, rebasado; la ley, inefectiva, y la magistratura, temerosa de aplicarla. En la disolución de la anarquía burocrática, en la disolución de los más delicados servicios, los funcionarios brindaban su servilidad al monstruo bolchevique. El ejército era impunemente vilipendiado lo mismo en la Prensa subversiva que entre la turba callejera. La Policía, despreciada y descontenta, mostraba una inercia completa. La burguesía, lo mismo la de la gente honrada que la de los acaparadores, cada día más inquieta, miraba a su alrededor con la actitud penosa y ridícula de alguien que implora piedad... Y sobre ese fondo desolador de ruinas materiales y morales era la risa y el sarcasmo de la horda leninista entregada a su propia bestialidad, desencadenada contra la Patria. Unicas luces en la noche: Gabriele d'Annunzio y Benito Mussolini. El primero despliega en Fiume la bandera tricolor italiana, seguro de interpretar el sentimiento de la raza heredera de Roma. El segundo, en el Milán "rojo", vigila sobre los destinos de la Patria, buscando la ocasión propicia para arrojarse sobre el bolcheviquismo y aniquilarlo, aun a riesgo de la muerte."
Tal fué, en efecto, la obra de reconstrucción nacional, ideada y llevada a cabo con admirable tesón de energía por Benito Mussolini. Si gracias al poeta Gabriel d'Annunzio se salvó la llama de la idealidad, enardeciendo a sus legiones en pro de una política libertadora, gracias al periodista batallador la opinión pública italiana, desorientada, vió al fin el camino de la redención. Mussolini ha sido al propio tiempo el sembrador de ideas salvadoras y el caudillo que las pone en práctica, invadiendo el campo de la acción. Los que se imaginan que el fascismo nació y triunfó en un día, como por arte de magia, harán bien en leer este libro. Porque antes de que acudiesen a su llamamiento militares y civiles, antes de dar la batalla al comunismo, de ganar puestos en las elecciones y de emprender la marcha triunfal sobre Roma, Mussolini y sus satélites tuvieron que sostener una titánica lucha contra todos los elementos políticos y revolucionarios. Esto es lo que inició el futuro dictador en sus patrióticas campañas del Popoli d'Italia. Ya tendremos ocasión de comentar esta contrarrevolución. Más conviene tener en cuenta que no bastan propagandas, ni un Mussolini, ni diez, en pueblo pueblos cuyo patriotismo sólo sirve de etiqueta para encubrir intereses de partido o mezquinos sentimientos personales.