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En el panteón (Cuéllar)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
EN EL PANTEÓN.


Que las humanas cosas
Cuanto con más belleza resplandecen
Más pronto desvanecen.
¡Y, tú, la edad no miras de las rosas!

RIOJA.


Enmedio del terror que siente el alma
Brota la inspiración, vibra el acento
        De mi triste laúd;
Y, enajenado en la mansión de calma,
Contemplo de olvidado monumento
        La cenicienta cruz.

Vengo á turbar el plácido sosiego
De los que yacen en la losa fría
        En sueño perennal,
Al idealismo fúnebre me entrego
Y se exhala veloz del alma mía
        El íntimo pesar.

Estéril panteón en cuyo suelo
Sembrado de osamentas blanquecinas
        Se arrastra el huracán;
¡Oh cuánto acreces mi profundo anhelo
Al contemplar tus lúgubres ruinas
        En calma y soledad!

Amo tu paz, porque á la mente inspira;
Amo la sombra que me presta amante
        Tu lánguido saúz;
Y aislado y libre el corazón suspira
Al espirar del astro rutilante
        La moribunda luz.

Aquí yacen los restos de los hombres
Que ayer llenos de vida y alegría
        Bebieron el placer.
¿Qué queda de esos seres? vanos nombres
Que se escribieron en la losa fría;
        El himno del no ser.

Dintel de la existencia, mudo asiento
Del orgullo del hombre, tumba helada,
        Espantoso lugar:
¿Quién al poner su osado pensamiento

En tí, no siente el alma atribulada
        Por angustioso afán?

Eres una verdad que al pecho infunde
Religioso pavor, postrer asilo
Del mísero mortal:
Al contemplarte el hombre se confunde
Y atónito ante tí, mudo, tranquilo,
        Se para á meditar.

¡Oh muerte, muerte, inexorable, impía!
Yo vi elevarse tu incansable brazo
        Blandiendo la segur,
Y la alba flor que en el vergel veía
Contemplé deshojada en tu regazo....
        ¡Me la robaste tú!

¡Ay! yo la vi, sobre su labio amante
Vagaba una sonrisa de ventura,
        ¡Sonrisa divinal!
Y luego entre tus brazos espirante,
En el trance postrero de amargura
        Sintiera tu dogal.

Sí, tú la asiste con tus secos brazos,

Y tú grabaste en su apacible frente
        Un ósculo glacial;
Del corazón las fibras mil pedazos
Hiciste, y contemplaste indiferente
        Tu triunfo funeral....

¡Cruel! ¿No ves al padre delirante?
¿No ves á los que la aman y la lloran?
        ¡Ah, no los miras, no!
¿Qué te importan la madre y el amante.
Si te deleitan los que abajo moran,
        Qué te importa el dolor?

Que ¿no sacian tu bárbaro deseo
Víctimas mil que en la terrible fosa
        Se hunden sin cesar?
No; que es tu solo perennal recreo,
El vuelo de la vida deliciosa
        De súbito cortar....

Y si ves que una virgen hechicera
Va cruzando en el valle de la vida
        En medio del placer,
Traidora, armando tu guadaña fiera,

La hieres, y la entregas, fementida,
        Al sueño del no ser....

Si ves que el hombre entusiasmado siente
La sed sublime de la inmensa gloria
        Que exalta su razón,
Ante su débil planta derepente
Te arrastras tú, y en deleznable escoria
        Lo torna tu ambición.

Al contemplar tus víctimas sangrientas,
Con júbilo fatídico te engríes
        En ancho panteón:
Tú sola entre ellas sin cesar alientas,
Y á todas horas de la vida ríes
        En medio del dolor....

Solo una voz te halaga aterradora.
Que está gritando ¡destrucción! y miras
        A los hombres caer
En tu ignota región hora por hora,
Y muda, en tanto, sin cesar conspiras
        Contra el humano sér.

Es esa voz que escucha vagarosa

El miserable huérfano que pena
        Sin tregua á su aflicción,
La voz con que la vida lucha ansiosa,
La voz que está clamando en Santa Elena:
«¡Aquí está Napoleón!»

Es esa voz terrífica que aduna
El crimen, la virtud, el gozo, el llanto
        En rara confusión,
Y lleva sin cesar una por una
Del mundo al solitario camposanto
        Las galas del amor.

El vago resonar de la campana,
Del triste coro las sentidas preces,
        Los gritos de dolor.
Eso es ¡oh muerte! la lisonja vana
Con que siempre de gozo te estremeces,
        Es esa tu ovación.

¡Ah! yo sé que mis sueños de ventura.
Mis ilusiones de feliz poeta,
        Y mi encantado Edén,
Debajo están de tu guadaña dura;

Y mi existencia á tu poder sujeta,
        Y mi poder también.

Y el rico porvenir y la esperanza,
El amor, las creencias de mi mente....
        ¡Todo se acabará!...
Mas no; que el alma espera bienandanza,
Y encuentra un bien magnífico el creyente.
        En la inmortalidad!