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Revisión del 20:38 7 feb 2021
185 Pues... já su estancia!, que hasta entonces había sido respeiada, iy a no dejar alli quien se resistiera ni cosa en su sitio!, como decla el capitan. Loreuzo Salay, que volvió a contestar con su mudo des- precio a las nuevas amenazas de Palomino, reunido a los tres pescadores y á Bruno Páez, marchaba à la retaguar- dia, observandolo todo y esperando, como ellos, que tras de algunos de aquellos árboles o de aquellos matorrales, se les apareciera la india Ipond, haciéndoles la señal con- venida. Siasi fuera, ellos ya estaban prevenidos: retrocederian, huirían al sitio indicado, mientras aquellos forajidos de la banda, caerian, por sorpresa, prisioneros. Y segulan hablando en voz baja cuando sonó un pro- longado silbido. No: esa no era la señal de la india; era la convenida del espía que mandara Palomino ade. lantarse para que pudieran atacar la estancia impune- mente. Palomino dió entonces la orden que les transmitió su teniente, de que apresuraran la marcha y aquellos desal. mados, esperanzados en el uuevo botín, saltaban, más que corrian, veloces por aquellas intrincadas sendas, descono- cidas para otros. Y he aqul cómo describe el mismo corresponsal aquel nuevo asalto: «Después del saqueo que hizo de la aldea de las Vibo- ras la cuadrilla de ladrones, pasaron a la estancia de dou Francisco Albin, y no sólo robaron cuanto habia, sivo que destrozaron los muebles y otras especies que no pu. dieron llevarse o hirieron a los que les hicieron resis- tencia.» Y asi fué; pero también el corresponsal se olvidó de de tallar que los bandoleros de Palomino, mandados por éste y él el primero, tuvieron á yala el pegar fuego á log ran chos, a las pervas de pasto y á los mismos muebles y espe- cies de que habla. Después volvieron de nuevo á su guarida, alli cerca del Rodeo, donde, en el mayor desorden y vociferaciones de