Francisco de Mendoza y Bobadilla (Retrato)
DON FRANCISCO DE MENDOZA Y BOBADILLA.
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Don Francisco de Mendoza y Bobadilla, hijo de D. Diego Hurtado de Mendoza y de Doña Isabel de Bobadilla, Marqueses de Cañete, nació el año de 1508, según unos en la ciudad de Córdoba, y según otros, y no sin fundamento, en la de Cuenca. Su inclinación al estudio, y su vocación al estado eclesiástico, le hiciéron distinguir muy pronto entre los jóvenes esclarecidos de su tiempo. Instruido en las lenguas latina, griega y hebrea en la Universidad de Alcalá, y matriculado, como él mismo se explica en una carta á su madre, para el Sacerdocio con el Beneficio de Cañete en el Obispado de Cuenca, y con el Priorato de Aroche en el de Salamanca, pasó á esta ciudad á estudiar el Derecho civil y canónico, en que obtuvo el grado de Doctor ántes de cumplir veinte años de edad; y lo que es mas, regentando al mismo tiempo, con asombro de los mayores Sabios de aquellas escuelas, la Cátedra de Griego.
Noticioso el Cardenal Tavera, Arzobispo de Toledo, y Presidente de Castilla, del sobresaliente mérito de este jóven, le proporcionó el Arcedianato titular de su Iglesia, y le recomendó al Emperador Cárlos V, como á un sugeto digno de grandes mercedes. Tratóle el Emperador, y conoció que no se habia excedido el Presidente en su elogio: admiró su talento y su modestia; y aunque apénas tenia entonces Mendoza veinte y ocho años, le presentó para el Obispado de Coria, que acababa de vacar. Á poco tiempo murió la Emperatriz; y deseando el César autorizar con su confianza á Mendoza, le encargó que acompañase al Real cadáver hasta Granada, en donde debia ser sepultado.
El porte de Mendoza, en esta comisión, le abrió camino para otras de mas importancia. Los negocios políticos de Flandes y de Italia exigían á la sazón la asistencia de algunos Españoles de talento y caracterizados; y entre los que S. M. I. juzgó mas á propósito para enviar á estos dominios fue uno Mendoza. Destinóle por el pronto á Roma; y sin embargo de que no era desconocido su mérito en aquella capital, creció de tal suerte con su trato la opinión que de él se tenia, que en todos los puntos se le consultaba como á un oráculo, y sus respuestas eran casi siempre las decisiones.
Esta era la situación de Mendoza en el año de 1558, en el que trasladado á la silla de Compostela el Cardenal Fr. Juan de Toledo, Obispo de Búrgos, se le promovió á este Obispado. Esta circunstancia y la de haber muerto en el mismo año el Emperador, empeñaron á Mendoza á restituirse á España; pero condecorado con la Púrpura por Paulo III, y encargado al mismo tiempo del Gobierno y Capitanía general de Sena, tuvo que sacrificar con harto dolor suyo sus deseos, y permanecer en Italia. Por fin, capitulado Felipe II con la Infanta de Francia Doña Isabel, se le comisionó por este Soberano para recibirla á su entrada en España, y conducirla á la Corte.
Ocupaba ya la Cátedra de S. Pedro Julio III, quando Mendoza, que había asistido á su elección, tuvo órden para salir de Italia. Las señales que tanto este Sumo Pontífice como los literatos y los pobres diéron de dolor al saber la nueva de su partida, bien expresadas en la carta que S. S. le escribió después de su arribo á España, son el panegírico mas enérgico de sus virtudes. No le fué tampoco indiferente á Mendoza apartarse de un pais en que había recibido tantas pruebas de aprecio: sintió su despedida, y manifestó su gratitud por quantos medios le permitieron sus obligaciones, y la urgente necesidad de partirse.
Vuelto á España, apenas llegó á Búrgos quando comenzó á disponerse para el recibimiento de que estaba encargado. Al aceptar esta comisión habia hecho presente D. Francisco al Rey lo muy atrasado que se hallaba para salir con honor de este empeño; mas á pesar de esta prevención, difícilmente se habrá visto otra jornada tan brillante: llevó consigo, y á su costa, entre parientes, amigos y criados hasta 1500 personas, y gastó en ella mas de tres millones de reales. Entregado de la Reyna, que conduxo á la raya de España el Cardenal de Borbon, la acompañó á Guadalaxara, en donde la esperaba el Rey para velarse. Esta sagrada ceremonia la hizo también Don Francisco; y después pasó con SS. MM. á Toledo á celebrar de Pontifical en la jura del Príncipe D. Cárlos.
Concluidas estas graves y honoríficas ocupaciones se regresó Mendoza á Búrgos, en donde se halló con la noticia de habérsele promovido al Arzobispado de Valencia, y con la prevención de que fuese quanto antes á ocupar esta silla. Trató de obedecer; pero habiéndose retirado á concluir algunos asuntos á la villa de Arcos, pueblo del Señorío de la Mitra de Búrgos, le acometió una fiebre maligna, de la que murió el primero de Diciembre de 1566 á los 58 años de edad. Su Iglesia hizo particular empeño de conservar sus preciosas cenizas, que no obstante se trasladaron á la Catedral de Cuenca á la Capilla en que estaban sepultados sus Mayores.
Fué en extremo sentida la falta de este varón eminente: Buen ciudadano, buen político, sabio, generoso, activo y dulcísimo en el trato, en todos estos atributos dexó un vacío inmenso con su muerte. Los continuos cuidados de que estuvo rodeado siempre, apénas le permitieron dedicarse al estudio, objeto de su predilección; con todo compuso varias obras, de las que se conservan una Glosa del Profeta Isaias, un tratado de los Linages de España, otro de la Nobleza española, y el libro intitulado De vera et naturali quadam cum Christo imitate, que hizo tanto ruido, especialmente en Italia.