Ir al contenido

Joseíto el Perejilero

De Wikisource, la biblioteca libre.
Joseíto el Perejilero
de Arturo Reyes


-¿Aónde vas tan de estampía? Chavó, ¿es que vas a avisarle al cura?

Y al preguntarle esto, detenía por un brazo el tío Cáncamo a Pepe el Perejilero.

-Déjeme usté, agüelito -repúsole éste con acento desabrido-; déjeme usté, que voy buscando a uno que me empreste una miajita de cutis y otra miajita de vergüenza.

-Pus aquí estoy yo, que la tengo almacená, y no sé lo que jacer con ella; con que asiéntate y toma resuello, que no están jechas mis sillas de jarales, ni güelen mal, ni le mientan la madre a naide que no se lo merezca.

-Sí que me sentaré, hombre, sí que me sentaré, a ver si se me refresca la sangre -exclamó Pepe uniendo la acción a la palabra, mientras el viejo sentábase también sobre el escalón, colocando las rodillas casi a la altura de la encorvada nariz.

Pepe, ya sentado, colocó el pavero contra la pared, al pie de la silla; desabrochóse el chaleco, se recogió los pantalones, retrepóse gallardamente en la silla y, sacando un pequeño abanico, dio comienzo a abanicarse mientras decía:

-¡Camará!, que me han metío en el cuerpo un calenturón que me está jaciendo yesca.

-Pero ¿qué es lo que te pasa, chavó, pa que vengas con esa temperatura?

-¡Qué quiée usté que me pase! ¡Camará!, que me parece a mí que ya se me han muerto a mí der to los quereles que yo tenía.

-Vamos, hombre, que será una miajita menos de lo que tú dices, que a ti de ese cubril no te echa ni un quintal de dinamita.

-Eso creía yo tamién, pero es que yo no pueo seguir asín; es que esa paloma se ha creío que yo estoy jechito de gutapercha, y yo ya no pueo resistirla más, y no tengo más que dos caminos: jacer lo que ha jecho, u sea, agüecar el ala, o buscarme una esaborición y arrematar en la sala de autosias u en el Peñón de la Gomera.

-Vamos, hombre, que no será la cosa pa tanto.

-Que sí, hombre, que la cosa es de las que le agrian a cualquierita la merienda: supóngase usté que al ir yo esta noche a platicar con ella, me la jallé de pico con el Tomatero, el de juego de pelota del Huerto de los Claveles.

-Estaría el hombre explicándole el catecismo.

-El cate... Puñalá que me den por poca lacha que tengo.

-¿Y qué fue lo que tú jiciste al trompezarte con ellos en esa mala postora?

-¿Qué quiée usté que jiciera? Darle las güenas noches con la mar de finura y preguntarle al Tomatero que cuál médico era el que le había recetao el acosón que yo le diba a dar por bajo de la clavícula.

-¿Y él qué te contestó?

-Pus me contestó que con las glorias se le había dío la memoria, pero que tenía apuntao el nombre en su casa y que ya me lo diría cuando nos trompezáramos por ahí. Total, que el hombre arrió vela y se salió del puerto, y que yo, por no matar a mi Dolores, me he vinío, y que no voy ya más allí manque me amarren a una yunta.

-¡Eso no se sabe! -exclamó el tío Cáncamo con acento lleno de incredulidad, y después, mirando fijamente al Perejilero, continuó-: De to lo que a ti te pasa no tiée la culpa naide más que tú. Las jembras toas, y entre toas y salgan las que puean, son malinas, pero que mu malinas, y pa ganarlas sa menester saber más que Merlín, y estar ya desengañaos de que son jierro con la cera, y cera con el jierro, y tú no has salío entoavía, pa con ella, de mantequilla de cacao, y lo que sa menester pa que tu Lola, que no es mala, pero que tiée por cabeza dos docenas de cascabeles, se ponga en su sitio, es que tú te estires y te metas el corazón por debajo del contrafuerte y le des a su tiempo una de cal y dos de arena, y que te múes a la calle del tira y afloja, y que tengas pa con ella unas veces jiel en el pico, y otra caramelos de los Alpes, y que cuando veas otra gachí, esa otra gachí se entere cómo sabes tú mirar con disimulo, y que Lola se entere tamién de que tú la has mirao, y que cuando le dé celos, tú le digas, de mo que ella no sepa si es verdá u si es mentira, que pa ti no hay más mujer que ella en toíto er mundo y... Basta ya, que ya se me arremató la cuerda.

-Pero entonces, agüelito, ¿qué es lo que usté cree que yo debo jacer?

-Pos lo que yo creo que tú debes jacer es dirte ahora mismito a dormir el berrinche, y no parecer por la ventana de Lola jasta que yo te vise el pasaporte.

-Pero ¿cuándo me lo va usté a visar, tío Cáncamo?

-Mañana mismo te lo viso yo; pero con un conqué, y este conqué es que tú me empeñes tu palabra de hombre de no arrimarte ni a los lindes tan siquiera de su casa, jasta que yo te dé mi premiso pa jacello.

-Yo con tal que no tarde el aviso mucho, mucho.

-Mañanita mismo te aviso yo. No ves tú que lo que yo quiero pa arreglar este mal chapú es platicar cuatro palabras con tu Dolores antes de que tú güervas a su querencia.

-Pos siendo asín, yo le prometo a usté con toas las veras de mi arma no arrimarme allí ni manque me den una bula.

-No; lo que yo quiero es que me des tu palabra de hombre de no arrimarte allí jasta que yo te avise.

-Pos bien: ¡palabra de hombre! -exclamó el Perejilero tras algunos instantes de vacilación-. Pero, agüelito, que me vea usté mañana mismo, no sea cosa que si no la veo se me grieteen las entrañas y se me caiga alguna puente de la pena.

-No tengas cudiao, hombre; no tengas tú cudiao, que to llega, y ya verás tú el percal que yo me traigo pa amansar leonas y pa zurcir lo roto y pa pespuntear lo descosío.


II

[editar]

Cuando el tío Cáncamo penetró en las habitaciones que ocupaban en uno de los corralones del Perchel Lola y su madre, ocupábase ésta en atarse al cuello el pañuelo de la cabeza, en tanto aquélla, fresca, limpia y riente, iba de acá para allá, dedicada a sus domésticas faenas.

-A mala hora llego -exclamó el viejo al ver a la señá Rosario dar fin a su tocado de calle.

-Nadie llega a su casa a mala hora -repúsole aquélla con acento afectuoso.

-Que Dios le pague a usté la fineza, señá Rosario.

-¿Y cómo ha sío eso de descolgarse por este aguaero? ¿Es que está usté jaciendo el padrón de las cédulas?

-No, señora; es que hoy me he alevantao con ganas de sol, y por eso he vinío a que me dé el sol en la cara.

-Ya se encontrará usté con menos sol -exclamó, mirándolo y sonriendo picarescamente, Dolores.

-Güeno -dijo la señora Rosario-, pus siendo asín, yo me voy y güervo en seguía, y tan y mientras yo güervo, usté se quea aquí un ratico con mi lucero, pero muchísimo cudiao con jacer locuras, agüelito; mucho cudiao, no sea cosa que al volver yo tenga que decirle a usté las yo no sé cuántas del barquero.

-Vamos, señá Rosario, que entoavía soy yo capaz de una hombrá y de cimbrear el talle y de poner los ojos a dormivela.

-¿Y qué viento lo ha jechao a usté por esta badía? -preguntóle Lola cuando ya hubo salido su madre.

-Pos te diré -repúsole el viejo con voz grave y campanuda-. Si he vinío, no he vinío na más que pa jacerte un favor o una cosa mu parecía.

-¡Camará, agüelito, con que favores tenemos!

-Pos sí, señora, favores.

-¿Y se puée saber de qué color y de qué jechuras es ese favor que me quiée usté regalar?

-Ya lo creo que sí, ahora mismo vas a saberlo.

-Pos más vivo.

Y Lola diciendo esto, apoyó un codo en una rodilla y la barba en la palma de la mano, y quedóse mirando irónica y fijamente al viejo.

Encendió éste un cigarro, saturó cumplidamente de humo sus pulmones y exclamó con acento sentencioso:

-Pos bien, jechizo: el favor que yo te quiero jacer es el de dicirte que el pájaro que tú más estimas se está picando el embrague por mo de ti, por mo de tus malitas partías.

-¿Y eso me lo cuenta usté o me lo canta, agüelito?

-Te lo canto y te lo cuento. Tú lo tomas to en chirigota, porque no sabes bien con quién te gastas los parneses; a ti, porque Dios te mira con ojos de misericordia, te ha tocao en el reparto un chaval que no tiée desperdicios: güen mozo, con muchísimo cimbel en tos sus distritos, honrao y cabal y trabajador, y que no tiée más defertos que dos: uno que es el no gustarle más que el vino de lágrimas, y otro el haber perdío los papeles por una chavalilla más remala que un tiro y más rebonita que ese sol que mos alumbra.

-¡Conque tan remala y tan rebonita!

-¡El Evangelio! ¡Lo que se dice en la misa! Y conste que esto que yo te digo, te lo digo por tu bien, porque es que tú te crees que ese gachó no se puée librar de los espartos con liria que le pusieron esos dos pícaros que Dios te engarzó en la cara, y eso que tú te crees, como toas las cosas del mundo, tiée sus más y tiée sus menos.

-¿Y qué es lo que usté cree que puea pasar?

-Pos como yo soy, de los que no creen más que lo que ven...

-¿Y usté qué ha sío lo que ha visto?

-Pos lo que yo he visto ha sío esta mañana a tu hombre enganchao en los flecos de una pelinegra que, mejorándote a ti, es un fenómeno de bonita, y un fenómeno de salá, y un fenómeno de garbosa.

-¿Y aónde y cómo y cuándo lo vio usté con esa tres veces fenómeno?

-Pos lo vide a las once, a la verita de la fuente de calle de los Cristos.

-Pero ¿quién es esa pelinegra?

-El milagro lo digo, pero el santo no, y el milagro te lo digo porque yo te miro bien, y me da lástima que por mo de tú ser una caprichosilla, pierdas lo que tú te mereces, u sea, un hombre de los que ya no se encuentran ni dándole el encargo a los jurones.

-Pos bien, agüelito: yo le agradezco a usté la mucha ley que me tiene, pero mi Pepe no es capaz de jacerme una mala chaná por naíta de este mundo.

-No diré yo que lo sea, pero el hombre que tiée hipotecá la chaveta a una mujer, ese hombre no se está de palique hora y media con otra en una esquina.

-¡Con que hora y media! -exclamó Dolores poniéndose pensativa.

-Hora y media justas y cabales. Y no es eso lo peor, sino que me parece a mí que ese gachó no va a poner más los pinreles en tus posesiones.

-No, eso no puée ser; eso no lo pueo consentir yo -dijo Lola con tan extraño acento, que el tío Cáncamo frunció las cejas, sin saber si aquélla hablaba en serio o en tono de zumba.

-Ni yo quiero que lo consientas, ni tampoco quiero que pase, y si tú me prometes que te enmiendas, yo te prometo que yo jago que esta noche venga tu José; pero ya sabes que yo te jago este favor con la condición de que de aquí pa alante cuide más y mejor la jaza de tus quereles.

-Sí, señor, yo se lo prometo a usté. ¡Charrán! ¡Hora, hora y media de palique con otra mujer!

-Hora y media, desde las once a las doce y media; y vaya una jembra, camará. No será tan bonita como tú, pero merecía ser tu prima hermana.

«¡Chavó, qué gachí esta! Cualquierita sabe si platica de quea u con el corazón en la mano», murmuraba momentos después el tío Cáncamo, alejándose lentamente calle arriba.



III

[editar]

-Gracias a un divé que te encuentro -díjole el viejo a Pepe el Perejilero, al toparse por fin con él en la barbería del Lentejas.

-Pos no he estao metío en ningún sótano -repúsole aquél, rehuyendo mirar al viejo frente a frente.

-Lo mismo da. Con que vamos a ver si alegras ese perfil y le das gracias a Dios de lo mucho que yo chanelo y de la mucha pupila con que me echó al mundo mi madre, que esté en gloria, y de que na más que en un doblaillo tengo yo más sabiduría que en to el terno el sabio Salomón y toíta su parentela.

-Pero ¿qué es lo que pasa, tío Cáncamo?

-Pos lo que te digo, que me río yo del que inventó el furminante; que to lo he dejao yo ya más liso que tu pechera; que tu Lola está rabiando por verte de nuevo en su ventana, y que ahora mismito te voy a llevar allí, y que voy a decirle que me ha costao más trabajo llevarte, que trabajo costó la toma de los Castillejos.

-¡Pero, tío Cáncamo!

-Sin peros que valgan. Ahora mismo te llevo yo allí, y si Lola te pregunta qué es lo que has estao jaciendo desde las once a las doce y media, cuando te lo pregunte jaces como si te atorrullaras, y después, como si te acordaras de pronto, le contestas que a esas horas estabas tú tomando el sol y pensando en sus jechuras en el espigón u en la escollera u donde te dio la repotente gana.

-¡Pero si es que yo no pueo decirlo eso! -exclamó Pepe con dolorido acento.

-¿Y eso poiqué? -preguntóle encorvando las cejas el anciano.

-Pus por eso, porque a esa hora precisamente estaba yo platicando con ella por la ventana.

Y según cuenta a todo el que lo quiere oír el dueño de la barbería, jamás tuvo tantas probabilidades de saber por experiencia lo que duele una bofetada del tío Cáncamo el novio de Dolores, Pepillo el Perejilero.