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Juan de Rivera (Retrato)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


D. JUAN DE RIVERA.

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D. JUAN DE RIVERA.
Obispo de Badajoz, Patriarca de Antiochia, Arzobispo y Virrey de Valencia. Famoso por sus virtudes cristianas y civiles. Nació en Sevilla en 1532 y murió en 1611.

D. Pedro Afan de Rivera, primer Duque de Alcalá de los Gazules, Virrey de Cataluña y de Nápoles, y favorecido en extremo de Felipe II, fue el padre de D. Juan de Rivera, que nació en Sevilla el año de 1532. Este niño que prometía las mejores esperanzas, fue enviado á Salamanca á seguir los estudios mayores: allí tuvo por Maestros en Teología á los dos mas célebres Teólogos de su tiempo Melchor Cano y Domingo de Soto, y con ellos vivia mas bien como amigo que como discípulo. Generalmente era estimado de todos por su aplicación al estudio, la afabilidad y llaneza de sus modales, y la inocencia de sus costumbres. El Rey le sacó de la Universidad, donde era ya Doctor y Catedrático, y le elevó á la Silla de Badajoz, dignidad que Rivera admitió con suma repugnancia, y solo obligado de las instancias de la Corte. Habiendo poco tiempo después vacado con la muerte del Arzobispo de Valencia la dignidad de Patriarca de Antioquia, el Papa Pio V se la confirió, y entonces fue quando dixo en público Consistorio aquellas palabras tan notables en la boca de un Pontífice como él: Es, decia de nuestro Rivera, lumbrera de toda España, raro exemplo de virtud y de bondad, dechado de las costumbres y de la santidad, tanto que nos confunde con su humildad y parsimonia. Trasladado de Badajoz á Valencia, sus virtudes y sus talentos resaltaron con mayor brillo, y presentó en su persona la idea mas cumplida de un perfecto Prelado. No se cansaba de predicar, de confesar, ni de escribir; y su zelo era infatigable así en la conversión de los Moriscos, como en la reforma de las costumbres, y en la observancia de la disciplina eclesiástica. Penetrado de las verdaderas calidades del sublime ministerio que estaba á su cuidado, siempre quiso ser padre mas que juez, y daba á su autoridad el amable carácter que él tenia.

Pero despues que Felipe III le entregó el Gobierno político del Reyno de Valencia, entonces aquel mismo Prelado humilde, bondadoso y humano, se revistió de toda la entereza de la justicia, y se mantuvo inflexible en su exercicio. Ni la nobleza ni los empeños podian torcerla con él, y los facinerosos, vagabundos y vandoleros huían precipitadamente de Valencia perseguidos de su severidad y vigilancia. Sus ojos paternales, abiertos no solo sobre las necesidades públicas, sino también sobre las secretas, preveian unas, y remediaban otras: á nadie por ínfimo que fuese despidió jamas sin oírle: en su palacio se daba hospedage á todo pasagero necesitado que lo pedia: en tiempo de escasez acopiaba inmensidad de harina para alivio de los pobres; y quando socorría á las familias nobles y menesterosas, su discreta generosidad inventó mil medios exquisitos, con que salia al paso de sus necesidades, y les evitaba el bochorno de manifestarlas.

No contento con hacer mientras vivia la felicidad de Valencia, quiso dexar en ella una fundación, que fuese eterno manantial de beneficios. Erigió para ello el magnífico Seminario de Corpus Christi en 1594, dotándole liberalmente para que allí fuesen mantenidos y educados veinte y quatro jóvenes Colegiales de beca, y quatro Familiares. En esta suntuosa obra y venerable institución sacrificó la mayor parte de su rico patrimonio, no queriendo emplear en ella los bienes de la Iglesia, que siempre tenia destinados al alivio de los pobres.

¿Será cierto que no se puede hacer bien alguno á los hombres impunemente? Rivera, que jamás hizo mal alguno á nadie, que tenia un corazón tan benéfico y tan humano, y cuya capacidad y momentos se empleaban todos en la felicidad del pueblo que gobernaba: Rivera se oyó llamar tirano inexorable: hubo insolentes que tuviéron osadía para apedrearle: hervían á temporadas los pasquines contra él; y dos Clérigos súbditos suyos eran los fautores de estos movimientos escandalosos. Los qttales no hicieron otra cosa que dar mayor realce á la virtud del Virey; porque su corazón magnánimo se vengó de sus enemigos colmándolos de beneficios, y dándoles el exemplo de las virtudes. Lleno al fin de años y merecimientos, falleció este hombre verdaderamente grande y benéfico de una aguda enfermedad en 1611, con general sentimiento de los buenos y de los infelices, que perdían en él un compañero y un padre.