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La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/Infierno/Canto I

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CANTO PRIMERO.


Invocacion á las Musas.—Dante se sobrecoge de terror al pensar en el viaje al Infierno.—Tranquilizado por Virgilio, que le dice haber sido enviado por Beatriz, se decide á seguir á su guia y Maestro.


El dia terminaba; el aire de la noche invitaba á descansar de sus fatigas á los seres animados que existen sobre la tierra, y yo solo me preparaba á sostener los combates del camino y de las cosas dignas de compasion que mi memoria trazará sin equivocarse.

¡Oh Musas! ¡oh alto ingenio! venid en mi ayuda: ¡oh mente, que escribiste lo que vi! ahora aparecerá tu nobleza.

Yo comencé: —«Poeta, que me guias, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de aventurarme en tan profundo pasaje. Tú dices que el padre de Silvio[1], aun corruptible, pasó al siglo inmortal, y pasó sensiblemente[2]. Pero quizá el adversario de todo mal le fué favorable, pensando en los grandes efectos que de él debian sobrevenir: ¡qué gentes y qué clase de gentes![3]»

No parece esto injusto á un hombre de talento; pues en el Empíreo fué elegido para ser el padre de la fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, á decir verdad, fueron establecidos en favor del sitio santo en donde reside el sucesor del gran Pedro. Durante este viaje, por el que le elogias[4], oyó cosas que presagiaron su victoria y el manto papal. Despues el Vaso de eleccion[5] fué trasportado hasta el cielo para dar más firmeza á la fe, que es el principio del camino de la salvacion. Pero yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo permite? Yo no soy Eneas, ni San Pablo: ante nadie, ni ante mí mismo, me creo digno de tal honor. Porque si me lanzo á tal empresa, temo por mi loco empeño. Puesto que eres sabio, comprenderás las razones que me callo.»

Y como aquel que no quiere ya lo que queria, y asaltado de una nueva idea, cambia de parecer, de suerte que abandona todo lo que habia comenzado, así me sucedia en aquella oscura cuesta; porque, á fuerza de pensar , abandoné la empresa que habia empezado con tanto ardor.

«Si he comprendido bien tus palabras, respondió aquella sombra magnánima, tu alma está traspasada de espanto, el cual se apodera frecuentemente del hombre, y tanto que le retrae de una empresa honrosa, como una vana sombra hace á veces retroceder á una fiera, cuando se introduce en la oscuridad. Para librarte de ese temor, te diré por qué he venido, y lo que vi en el primer momento en que me moviste á compasion. Yo estaba entre los que se hallan en suspenso[6], y me llamó una dama tan santa y tan bella, que le regué me diera sus órdenes. Brillaban sus ojos más que la Estrella[7], y empezó á decirme con voz angelical, en su lengua: —«¡Oh alma cortés Mantuana, cuya fama dura aun en el mundo, y durará mientras su movimiento se prolongue! Mi amigo, que no lo es de la ventura, se vé tan embarazado en la playa desierta que en medio del camino el miedo le ha hecho retroceder; y temo (por lo que he oido de él en el Cielo) que se haya extraviado ya y que sea tarde para que yo acuda en su socorro. Vé pues y con tus elocuentes palabras y con lo que se necesita para sacarle de su apuro auxilíale tan bien que yo quede consolada. Yo soy Beatriz la que te hace marchar vengo de un sitio á donde deseo volver: Amor me impele y es el que me hace hablar[8]. Cuando vuelva á estar delante de mi Señor le hablaré de tí bien y con frecuencia.» Calló entonces y yo repuse:

—¡Oh mujer de virtud única, por quien la especie humana excede en dignidad á todos los seres contenidos bajo aquel cielo que tiene los círculos más pequeños[9]! Tanto me place tu orden que si ya te hubiera obedecido creería haber tardado no tienes necesidad de expresarme más tus deseos. Mas dime por qué causa no temes descender al fondo de este centro desde lo alto de esos inmensos lugares á donde ardes en deseos de volver?

—Puesto que tanto quieres saber, te diré brevemente, respondióme, por qué no temo venir á este abismo. Solo deben temerse las cosas que pueden redundar en perjuicio de otros; pero no aquellas qué no inspiran este temor. Por la merced de Dios, estoy hecha de tal suerte, que no me alcanzan vuestras miserias, ni puede prender en mí la llama de este incendio. Hay en el Cielo una dama gentil[10], que se conduele del obstáculo opuesto al que te envío, y que mitiga el duro juicio de la justicia divina. Ella se ha dirigido á Lucía[11] con sus ruegos, y le ha dicho: —«Tu fiel amigo tiene necesidad de tí, y te lo recomiendo.» —Lucía, enemiga de todo corazon cruel , se ha conmovido é ido al lugar donde yo me encontraba, sentada al lado de la antigua Raquel[12]. Y me ha dicho: —Beatriz, verdadera alabanza de Dios, ¿no socorres á aquel que te amó tanto, y que por tí salió de la vulgar esfera? No oyes su queja conmovedora? No ves la muerte contra quien combate sobre ese rio, más formidable que el mismo mar?» —En el mundo no ha habido jamás una persona más pronta en correr hacia un beneficio ni en huir de un peligro, que yo, en cuanto oí tales palabras. Descendí desde mi dichoso puesto, fiándome en esa elocuente palabra que te honra, y que honra á cuantos la han oido.

Despues de haberme hablado de este modo, volvió llorando hacia mí sus ojos brillantes, con lo que me hizo partir más presuroso. Y me he dirigido á tí tal como ha sido su voluntad, y te he preservado de aquella fiera que te cerraba el camino más corto de la hermosa montaña. Pero, ¿qué tienes? ¿por qué te suspendes? ¿por qué abrigas tanta cobardía en tu corazon? ¿por qué no tienes atrevimiento ni valor, cuando tres mujeres benditas cuidan de tí en la corte celestial, y mis palabras te prometen tanto bien?

Y así como las florecidas inclinadas y cerradas por la escarcha, se abren erguidas en cuanto el Sol las ilumina, asi creció mi abatido ánimo, é inundó tal aliento mi corazón, que exclamé como un hombre decidido:

—¡Oh! ¡Cuán piadosa es la que me ha socorrido! ¡Y tú alma bienhechora, que has obedecido con tal prontitud las palabras de verdad que ella te ha dicho! Con las tuyas has preparado mi corazón de tal suerte y le has comunicado tanto deseo de emprender el gran viaje, que vuelvo á abrigar mi primer propósito. Vé pues; que una sola voluntad nos dirija tú eres mi Guia, mi Señor, mi Maestro.

Así le dije, y en cuanto echó á andar, entré por el camino profundo y salvaje.







  1. Eneas.
  2. Es decir, con su cuerpo.
  3. Alude á los Romanos, descendientes de Eneas, y á sus virtudes.
  4. Alude al descenso de Eneas al Infierno, de que trata Virgilio en su Eneida.
  5. San Pablo, que fue transportado al paraíso. Quoniam vas elections est mihi iste. (Act. ii.)
  6. *Che son sospesio; es decir, en el Limbo.
  7. Más que el Sol.
  8. Dante conoció á Beatriz á los nueve años (teniendo ella ocho); la volvió á ver á los 18 á la hora nona soñó con ella en la primera de los nueve horas de la noche, la cual á los diez y ocho años la perdió á los veinte y siete, el noveno mes del año judaico y esta repeticion de las potencias del número más augusto le indicaba alguna cesa divina llegando á decir que Bice (Beatriz) es un 9: esto es un prodigio que tiene por raíz la Santísima Trinidad. Por esto la divinizó como símbolo de la luz interpuesta entre el entendimiento y la verdad.
    Combinando lo real con lo ideal lo sensible con lo simbólico, Dante hace que en su obra resulten los dos mundos reflejados el uno en el otro siendo Beatriz al mismo tiempo la mujer amada y la ciencia de Dios. Todo en este poema está sujeto á cálculo siguiendo el simbolismo de los números que se observa en la arquitectura relijiosa de la Edad media. Es uno y trino: se compone de tres veces treinta cantos además de la introduccion y cada uno de ellos de casi igual número de tercetos. Las distribuciones numéricas que principian en el primer verso van siempre coordinadas de nueve en nueve hasta el fin.
  9. El cielo de la Luna que según el sistema de Tolomeo es el más central y por o mismo son más pequeños sus circuios.
  10. La clemencia divina.
  11. La gracia divina, ó mas bien, la gracia que ilumina. Lucia, lux, luz.
  12. Raquel, hija de Laban y esposa de Jacob, simbolo de la vida contemplativa.