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La abadía de San Quirce

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La abadía de San Quirce (30 sep 1899)
de Vicente Lampérez y Romea
Nota: Vicente Lampérez y Romea «La abadía de San Quirce» (30 de septiembre de 1899) La Ilustración Española y Americana, año XLIII, número 36, pp. 179-186
LA ABADÍA DE SAN QUIRCE
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Al distinguido artista y arqueólogo burgalés, celoso individuo de la Comisión Provincial de Monumentos, D. Isidro Gil.[1]

Región importante de la España latina, é histórica cuna de la Monarquía castellana, conserva la provincia de Burgos, diseminados por su vasto territorio, venerandos restos de pasadas grandezas, en sobrado número y con valor propio para servir de jalones en la historia monumental de la patria, desde los desenterrados cipos de Clunia y Sasamón, hasta la broncínea estatua de Lerma. Al finalizar el siglo xvii, la predilección de los reyes por la región central de España marcó el principio do la decadencia artística del suelo búr­gales.
Entre los restos medievales de que puede justamente envanecerse éste, merecen predilecto estudio de los la abadía de San Quirce. Ocupa amenísimo lugar de agreste monte, situado a la izquierda de la carretera de Burgos á Soria, á unas tres leguas de aquella capital. Llégase á la abadía tras muy agradable viaje, en el que pueden admirarse interesantes cosas: el palacio de Saldañuela, deliciosa mansión de campo, con líneas de villa italiana y detalles del más pintoresco y bizarro arte del Renacimiento español; lugar escogido para ocultar su desgracia ó su vergüenza por una dama que vivió, según una leyenda, en los tiempos de D. Pedro I, y según otra, más conforme con la historia y los caracteres artísticos del palacio, en los del segundo Felipe; la torre de Olmos Albos, ejemplar no muy bello, aunque interesante, de las torres señoriales: las canteras de Ontoria, en cuyo vaciado monte se ve la inmensa cavidad de donde ha salido la materia bruta que la fe y el arte convirtieron en la filigranada masa de la catedral de Burgos; enorme é inacabable yacimiento que, al ser explotado desde la más remota antigüedad, tómo formas y colores verdaderamente fantásticos, que acá simulan faraónicos hipogeos, y allá misteriosas galeras donde pudiera estamparse el dantesco

Per me si va nella città dolente

Indefinible encanto rodea hoy á la abadía de San Quirce, como á tantos otros monumentos que, alejados de todo centro de población, subsisten aislados y como perdidos en los campos, envueltos en el poético ambiente que les prestan su belleza artística y sus legendarias memorias. Las de San Quirce se remontan al siglo X, en cuyo año de 904, y á 16 de Junio, obtuvo Fernández González memorable victoria sobre los moros, y atribuyéndosela á favor especial de San Quirico ó Quirce y su madre Santa Julita, fundó la abadía entre los años 924 y 928.[2] Puso el Conde seis ministros con su abad, sujetos á la regla de San Benito; y andando los tiempos, en 1088, fué donada esta casa á la iglesia de Oca por Sancho el Fuerte. Trasladada la silla aucense á Burgos en 1075, pasó San Quirce á depender de los obispos de la capital de Castilla. Mediaba el siglo XII, cuando uno de ellos, D. Víctor, celebró una concordia con el abad D. Domingo, por la cual fueron secularizados los canónigos y se concedió dignidad en el cabildo burguense al abad. Sucedía esto el año 1147; y de tal modo aficionóse el Obispo á las santas reliquias que guardaba la iglesia de San Quirce, que decidió consagrarla con todo esplendor, lo que se hizo por el prelado palentino D. Vasco, con asistencia del de Coria, D. Arnulfo, y multitud de grandes señores, abades y personajes importantes.
La abadía componíase de la iglesia, á cuyo alrededor se agrupaban las pequeñas casas de habitación de los seis canónigos, y algo separada de ellas la del abad. Pero éste, verdadero señor feudal, ejercía actos de señorío, y poseía privilegios comparables á los de los abades de aquellos grandes monasterios que la Orden de Cluny tenía por entonces en Europa. Y no deja de ser curioso el ver al abad de San Quirce, cuyos vasallos serían todo lo más un centenar entre ministros y servidores, nombrando jueces de campo y tenientes de alcalde de coto; ejerciendo el derecho de corrección de los canónigos, con absoluta independencia del Obispo, é investido de la facultad de poner el veto á éste en sus visitas á la abadía. A su vez, tenía que prestar juramento, antes de tomar posesión, de guardar los derechos y libertades concedidas á la casa por Fernández González; y en caso de ocurrir en el territorio de su señorío algún homicidio, estaba obligado á sufrir la mitad de la pena, compartiéndola con el cabildo.
Lo que hoy se conserva de la abadía consiste en la iglesia, á dos de cuyos lados se agrupan algunas casas de fecha relativamente moderna y humildísimo aspecto. La del abad elévase aislada á cierta distancia de las otras. A la iglesia, único edificio que merece llamar la atención por su valor arqueológico, se llega atravesando ancho paso abierto en una de las casas, y que termina en un patio ó compás. En éste se levante el imafronte principal del templo, orientado, como manda la liturgia, al oeste. Ostenta la fachada[3] en su parte inferior una puerta de estilo románico, con arcos abocinados de medio punto, grueso baquetón y archivolta ajedrezada, que descansan en columnas, y tejaroz compuesto de canes y metopas en los que se ven esculpidos el pecado de nuestros primeros pradres, el consiguiente castigo y otras escenas de no fácil interpretación. Sobre el volado cuerpo de esta portada ábrese un muro liso, abierto con sencillísima ventana y terminado por las inclinadas líneas de la cubierta. Siguiendo el examen exterior, obsérvase en el costado norte otra puerta, hoy tabicada, con análoga composición que la anterior; pero en las enjutas de su arco aparecen empotradas en pintoresco desorden hasta quince piedras esculpidas con escenas varias, pues se ven la figura del Salvador en la tradicional postura que le asigna el arte románico; la Visitación de la Virgen; figuras de santos; signos del Zodíaco, y un ballestero preparando su arma. El carácter de estas esculturas, un tanto arcaicas dentro del estilo románico; sus variados asuntos y la dislocada colocación en que hoy se ven, autorizan á creer que son restos salvados de la demolición de una fábrica anterior á la que hoy les sirve de campo.[4] El único ábside que tiene la iglesia presenta al exterior rudos contrafuer­tes, entre los que se abren óculos de sencillísima composición, cubriendo este cuerpo su bóveda con hiladas de piedra en vierteaguas. Sobre la parte central de la iglesia levántase una torre cuadra­da, coetánea en su prim er cuerpo de la fábrica de aquélla, pero cuya terminación actual manifiesta ser obra del siglo xvi.
Penetremos en el interior. Se compone de una sola nave que comprende tres partes: una rectan­gular á los pies de la iglesia; un crucero cuadra­do, separado de los tramos vecinos por arcos to­rales que insisten sobre robustas columnas ado­sadas á los muros, y un ábside compuesto de un recinto rectangular coronado por otro semicircu­lar. Sobre esta planta se levantan lisos muros en la primera parte; machos resaltados con columnas en la segunda, y arquerías adosadas sobre lisos fustes en la tercera. Cúbrese hoy el primer tramo con una feísima bóveda por arista, brutal agre­gado del siglo xvii; pero para deducir cómo estuvo cubierto primitivamente, fuera preciso un examen del trasdós de la bóveda, lo cual no nos ha sido posible hacer por razones materiales de que luego se hablará. Parece lógico suponer, en consecuencia con los caracteres del estilo, que estuviese cubierto con bóveda de medio cañón de directriz semicircular, y sin embargo no se ve la posibilidad de esto, porque estudiando el emplaza­miento de las cuatro ventanas, la carencia de im­posta que marca el arranque y la altura de la cubierta, no hay espacio para el desarrollo del semicírculo director. Pudo ser cañón de arco re­bajado, ó simplemente un techo de vigas aparen­tes; pero este punto sólo podría aclararse con un examen de la parte alta de los muros.
Los tramos absidales se cubren con medio ca­ñón en su primera parte, y de nicho en la segunda, cuvo nacimiento se marca por ajedrezada imposta. El crucero ó espacio central es la parte verda­deramente interesante del monumento y donde radica su importancia. Porque iglesias románicas con capiteles de vario carácter hay muchas en España; pero de cúpulas sobre pechinas, arcos ó trompas, existen pocos ejemplares, y, aun dentro del tipo, creemos que la de San Quirce es el único.
Fórmalo un espacio de planta cuadrada, sobre cuyos lados se voltean cuatro arcos de medio punto no moldurados. Cubre este crucero un casquete esférico, y el paso del cuadrado de la planta á la circunferencia de éste se obtiene por cuatro nichos que, con los planos de los arcos, forman un octógono y ocho pequeñas pechinas (triángulos esféricos), que convierten éste en aquélla.
Esta estructura es por demás compleja y verdaderamente singular. Porque los raros monu­mentos con cúpula que se conservan en Occiden­te obtienen el cambio de planta por medio de la pechina si buscan el tránsito desde el arranque de los arcos, ó por arcos en retirada si la preten­den á más altura. Pechinas tienen las iglesias de Salamanca, Toro, Zamora é Hirache; trompas la de San Pablo de Barcelona;[5] y arcos en retirada la de Castañeda (Santander), en lo que á España se refiere. Del primer tipo son los monumentos de Périgueux, Angulema, Cahors y Solignac en Francia; la iglesia de Ripen en Dinamarca, y la oriental San Marcos de Yenecia. En la catedral de Worms, citada por Violet,[6] se inicia la pechina, que luego se convierte en nicho, y la cú­pula es octogonal, lo cual la aleja bastante del tipo bizantino. El constructor de San Quirce adoptó una forma que no es de trompa, puesto que no tiene generación rectilínea, y que tam­poco es de nicho, pues su línea de arranque no es semicircular. Partiendo del ángulo formado por los dos muros torales, fué curvando las hiladas hasta obtener la forma semiesférica, como se ve en el apunte adjunto. Tal procedimiento ¿acu­sa ignorancia ó ingeniosidad en el autor? No me atrevería á decirlo; pues si salta á la vista que la disposición citada tiene algo del barbarismo in­herente á toda forma geométrica no bien defini­da, no cabe dudar que la solución es por modo notable interesante y curiosísima. Que el arquitecto en cuestión conocía su arte lo prueban claramente las ocho pechinas que dan la solución perfecta del problema, sin las aproximaciones á que tuvo que atenerse el de la cúpula de Casta­ñeda.
¿Cuál ha podido ser la génesis de esta forma arquitectónica? Necia pretensión sería querer establecerla en absoluto; pero sí puede recordarse que entre las varias modificaciones del sistema bizantino, llevado á su completo desarrollo por Anthenio de Tralles é Isidoro de Mileto, figura el de la cúpula sobre trompas y pequeñas pechinas. Ejemplo de esto vemos en la iglesia de San Nicomedes[7] y en las fortificaciones de Nicea[8] fueron numerosos en las complicadas plantas que los arquitectos bizantinos al servicio de los tur­cos dieron á las mezquitas elevadas en Constantinopla á raíz de la toma de esta ciudad por los soldados de Mahomet.
Es, por lo tanto, la forma del crucero de San Quirce de perfecto origen bizantino; pero la circunstancia de ser su cúpula un casquete esfé­rico, sin gallones ni nervaturas, permite suponer que es obra de un constructor aquitano, aleccio­nado en la arquitectura franco-bizantina del si­glo xii, ya que no de directa importación griega.
Fáltannos datos para conjeturar cuál fué la forma exterior de esta cúpula; pero un tambor semicircular adosado al muro del norte, y que aloja la escalera, parece indicar que aquélla no se acusó por otro casquete más ó menos peralta­do, como en Zamora, Toro y Salamanca, sino que se ocultaba bajo cuadrada torre, al modo de otras muchas iglesias de la época y del estilo.
La situación de la abadía en despoblado terri­torio, aconsejaba ciertamente este elemento por mitad religioso y guerrero.
La iglesia de San Quirce ofrece otro rasgo que aumenta su interés: la yuxtaposición de dos construcciones de distinta época malamente unidas en el arco triunfal. El más ligero estudio de este arco, de distinto radio que el toral inmediato; la diferencia de nivel en las hiladas de ambas par­tes, y más que todo el distinto carácter de capi­teles y molduras, hacen ver que este monumento se compone del ábside de una iglesia unido á una nave de construcción más reciente. Y que aquél es más antiguo que ésta, lo comprueban la arque­ría adosada á sus muros interiormente y en toda su altura, que recuerda el celarium latino-bizan­tino de Santa Cristina de Lena, Priesca, San Pe­dro de Nave y otras iglesias pelagianas; los capi­teles de esa arquería, unos con las formas clási­cas degeneradas, de liso tambor otros, y lodos de nulo carácter, expresivo de la primera época del estilo románico. El crucero y la nave con sus historiados capiteles, las impostas ajedrezadas y las bellísimas ventanas, manifiestan ya el des­arrollo de aquel estilo.
¿En qué tiempos se levantaron estas dos cons­trucciones? No existe documento que lo mani­fieste explícitamente; pero la historia de la aba­día cuenta dos sucesos que convienen perfec­tamente con los caracteres artísticos. Dice un autor[9] que D. Fernando I y su esposa D.ª San­cha visitaron después de la batalla de Atapuerca (1054) las obras que comenzaban á verificarse en el valle de San Quirce, y hemos ya apuntado que en 1147 consagróse con gran esplendor la iglesia, por iniciativa del obispo de Burgos D. Víctor. Las obras que visitaron los regios cónyuges eran, sin duda, las de la iglesia á que pertenece el ábside hoy conservado,[10] pues sus líneas arquitectóni­cas no desdicen de los tiempos que vieron levan­tarse el Real Panteón leonés; y lo restante del monumento es el templo consagrado por D. Vasco en 1147, y que sustituyó á otra parte de la pri­mera construcción que se vino á tierra, ó pareció mezquina á los antecesores del abad D. Domingo; que si se hizo precisa una consagración, era por haberse levantado nuevas fábricas que exigían las ceremonias de la unción sagrada. La notable cú­pula es, por lo tanto, uno de los ejemplares del sistema que desde final del siglo XI, ó acaso an­tes, inspiró la arquitectura de varios templos es­pañoles, entre los que debe citarse, como el más antiguo conocido, el de Silos.[11]

Compréndese por esas observaciones cuán grande es la importancia de la iglesia de San Quirce, jalón interesantísimo en la historia de la arquitectura en España, y ejemplar raro en ésta de un sistema de construcción importado de Oriente. Doloroso es, por tal razón, la sentencia de muerte que pesa sobre el monumento: porque ocurre que, por una anomalía por demás extraña, la Mitra de Burgos ve limitado su dominio al in­terior de la iglesia y no más allá de sus bóvedas, y sobre éstas y en el exterior ejerce soberanía un particular. Semejante condominio y las cuestio­nes á que inevitablemente da lugar, redundan en perjuicio del monumento. Y si una mano piadosa no acude en su socorro, ó la Comisión de Monu­mentos de Burgos no propone y consigue que sea declarado nacional (que hartas condiciones reúne para ello), habremos de verle desaparecer en breve plazo. Y plegue á Dios que este modesto es­tudio no sea Ja oración fúnebre de la iglesia de San Quirce.

Vicente Lampérez y Romea

Arquitecto.


  1. Debo á la amabilidad de este notable artista las fotografías y el dibujo del capitel que ilustran el presente artículo. Al expresarle mi gratitud, le ruego considere éste como un memorial en pro del monumento.
  2. España Sagrada, del P. Flórez .—La Abadía de San Quir­ce, por D. Manuel Martínez Añibarro y Vives. Burgos, 1879.
  3. Está dibujada en la obra Monumentos Arquitectónicos de España.
  4. Deben pertenecer á la iglesia del siglo xi. Frecuentes son en las construcciones de este tiempo las representacio­nes zodiacales, y ejemplo de éstas tenemos en San Isidoro de León y en la catedral de Santiago.
  5. La bóveda de esta iglesia no es, en realidad, semies­férica, sino octogonal, cuya forma se pierde en las última hiladas.
  6. Dictionnaire. Coupole.
  7. Violet, ob. y lug. citados.
  8. Choisy, L'Art de batir chez les byzantins. París, 1883.
  9. Martínez Añibarro, obra citada.
  10. El Sr. Martínez Añibarro supone que esta parte del monumento es posterior á la conquista de Toledo; nosotros la creemos algo anterior, y parece confirmarlo el hecho de que en 1054 ya se estaba edificando.
  11. Véase La antigua iglesia de Silos, artículo publicado por el que esto escribe en La Ilustración Española y Americana correspondiente al 22 de Enero de este año.