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La muerte de Jesús (Lista)

De Wikisource, la biblioteca libre.
(Redirigido desde «La muerte de Jesús.»)
El Tesoro de la Juventud (1911)
El libro de la Poesía, Tomo 17
La muerte de Jesús.
de Alberto Lista

Nota: se ha conservado la ortografía original.


El literato y poeta español Alberto Lista (1775-1848) canta el sublime sacrificio del Gólgota en la siguiente oda, que está considerada como una de sus obras maestras.


LA MUERTE DE JESÚS

E

RES tú el que velando

La excelsa majestad en nube ardiente,
Fulminaste en Siná? ¿Y el impío bando
Que eleva contra ti la osada frente,
Es el que oyó medroso
De tu rayo el estruendo fragoroso?

Mas ora, abandonado,
lAy! pendes sobre el Gólgota, y al cielo
Alzas gimiendo el rostro lastimado;
Cubre tus bellos ojos mortal velo,
Y su luz extinguida,
En amargo suspiro das la vida.

Así el amor lo ordena;
Amor más poderoso que la muerte;
Por él de la maldad sufre la pena
El Dios de las virtudes, y el león fuerte
Se ofrece al golpe fiero
Bajo el vellón de cándido cordero.

¡Oh víctima preciosa
Ante siglos de siglos degollada!
Aun no ahuyentó la noche pavorosa
Por vez primera el alba nacarada,
Y hostia del amor tierno,
Moriste en los decretos del Eterno.

¡Ay! ¡Quién podrá mirarte,
¡Oh paz, oh gloria del culpado mundo!
¿Qué pecho empedernido no se parte
Al golpe acerbo del dolor profundo,
Viendo que en la delicia
Del gran Jehová descarga su justicia?

¿Quién abrió los raudales
De esas sangrientas llagas, amor mío?
¿Quién cubrió tus mejillas celestiales
De horror y palidez? ¿Cuál brazo impíe
A tu frente divina
Ciñó corona de punzante espina?

Cesad, cesad, crüeles;
Al Santo perdonad; muera el malvado;
Si sois de un justo Dios ministros fieles,
Caiga la dura pena en el culpado;
Si la impiedad os guía
Y en la sangre os cebáis, verted la mía,

Mas ¡ay! que eres tú solo
La víctima de paz que el hombre espera.
Si del Oriente al escondido polo
Un mar de sangre criminal corriera
Ante Dios irritado.
No expiación, fuera pena del pecado.

Que no, cuando del cielo
Su cólera en diluvios descendía,
Y a la maldad que dominaba el suelo
Y a las malvadas gentes envolvía.
De la diestra potente
Depuso Sabaoth su espada ardiente.

Venció la excelsa cumbre
De los montes el agua vengadora;
El sol, amortecida la alba lumbre
Que el firmamento rápido colora,
Por la esfera sombría
Cual pálido cadáver discurría.

Y no el ceño indignado
De su semblante descogió el Eterno.
Mas ya, Dios de venganza, tu Hijo amado,
Domador de la muerte y del averno,
Tu cólera infinita
Extinguir en su sangre solicita.

¿Oyes, oyes cuál clama:
Padre de amor, ¿por qué me abandonaste?
Señor, extingue la funesta llama
Que en tu furor al mundo derramaste;
De la acerba venganza
Que sufre el Justo, nazca la esperanza.

¿No veis cómo se apaga
El rayo entre las manos del Potente?
Ya de la muerte la tiniebla vaga
Por el semblante de Jesús doliente,
Y su triste gemido
Oye el Dios de las iras complacido.

Ven, ángel de la muerte;
Esgrime, esgrime la fulmínea espada.
Y el último suspiro del Dios fuerte
Que la humana maldad deja expiada,
Suba al solio sagrado,

Do vuelva en padre tierno al indignado.
Rasga tu seno, oh tierra;
Rompe, oh templo, tu velo. Moribundo
Yace el Creador; mas la maldad aterra,
Y un grito de furor lanza el profundo:
« Muere... Gemid humanos:
Todos en él pusisteis vuestras manos.»