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LA ILÍADA

más fuerte, á quien dolieran la indignación y los reproches de los hombres. Éste ni tiene firmeza de ánimo ni la tendrá nunca, y creo que recogerá el debido fruto. Pero, entra y siéntate en esta silla, cuñado, que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra, y por la falta de Alejandro; á quienes Júpiter nos dió tan mala suerte á fin de que sirvamos á los venideros de asunto para sus cantos.»

359 Respondióle el gran Héctor, de tremolante casco: «No me ofrezcas asiento, amable Helena, pues no lograrás persuadirme: ya mi corazón desea socorrer á los troyanos que me aguardan con impaciencia. Anima á éste, y él mismo se dé prisa para que me alcance dentro de la ciudad, mientras voy á mi casa y veo á la esposa querida, al niño y á los criados; que ignoro si volveré de la batalla, ó los dioses me harán sucumbir á manos de los aqueos.»

369 Apenas hubo dicho estas palabras, Héctor, de tremolante casco, se fué. Llegó en seguida á su palacio que abundaba de gente, mas no encontró á Andrómaca, la de níveos brazos, pues con el niño y la criada de hermoso peplo estaba en la torre llorando y lamentándose. Héctor, como no hallara á su excelente esposa, detúvose en el umbral y habló con las esclavas:

376 «¡Ea, esclavas! Decidme la verdad: ¿Adónde ha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desde el palacio? ¿Á visitar á mis hermanas ó á mis cuñadas de hermosos peplos? ¿Ó, acaso, al templo de Minerva, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan á la terrible diosa?»

381 Respondióle la fiel despensera: «¡Héctor! Ya que nos mandas decir la verdad, no fué á visitar á tus hermanas ni á tus cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de Minerva, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan á la terrible diosa, sino que subió á la gran torre de Ilión, porque supo que los teucros llevaban la peor parte y era grande el ímpetu de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa, como loca, y con ella se fué la nodriza que lleva el niño.»

390 Así habló la despensera, y Héctor, saliendo presuroso de la casa, desanduvo el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la gran ciudad, llegó á las puertas Esceas—por allí había de salir al campo,—corrió á su encuentro su rica esposa Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, que vivía al pie del Placo en Tebas de Hipoplacia y era rey de los cilicios. Hija de éste era, pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces le salió al camino. Acompañábale una doncella llevando en brazos al tierno infante, hijo amado de Héctor, hermoso como una