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XXVII

Pero al tender Eduardo la mirada
y ver en todas partes alegria,—
sin sospechar, el inocente, nada,
sin refleccion madura todavia,—
las profecias de su madre amada
imájenes creyó de fantasia;
juzgando sólo esceso de ternura
el maternal terror de la amargura.

XXVIII

Apénas si el agüero de la duda
miró en la cresta reposar del monte,
ó si un presentimiento, con sañuda
fiereza, vió cruzar el horizonte!....
Ah! nunca el alma, de recuerdos viuda,
el huracan del porvenir afronte,
si ha de caër cobarde en la vergüenza
de que un acceso de pasion la venza!

XXIX

El amó; porque es ley ineludible
amar de corazon; y una vez sola,
dicen algunos con verdad plausible:
débil verdad que la rutina inmola!
Sintió vibrar su cuerda más sensible,
y se encontró—juguete de la öla,
siguiendo la corriente,—de improviso
ante el altar de un ídolo, sumiso.