Página:Revista de España (Tomo VI).djvu/576

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Fonseca, ordenándoles que comenzasen por el Cabildo de Toledo.

No es posible pintar el espanto de los canónigos cuando supieron la orden. Acordaron por de pronto oponerse con todo su poder. Dijeron que no permitirían ser visitados por otros que por los Arzobispos, rechazaron unánimes á los dos Comisarios y acudieron á la Santa Sede. Cisneros quiso contener este principio de rebeldía con su acostumbrada severidad, y al efecto mandó á sus Vicarios que prendieran y encerraran en castillos de su jurisdicción á los tres que aparecían como cabezas de los revoltosos. Atemorizados los otros acudieron á la Reina para quejarse de la persecución de que eran objeto, y por fortuna del Cabildo los Diputados que nombraron y fueron á la Corte eran personas de indudable talento y consumada habilidad, distinguiéndose sobre todo el magistrado D. Francisco Alvarez, hombre de autoridad por sus años y de fama por su inteligencia. Bien demostró la última en el discurso que dirigió á la Reina Católica, discurso discreto y habilísimo, en cuyo exordio habló de la confianza que les daba la justicia y religión de S. M., del dolor de hallarse obligados á quejarse del Arzobispo, á quien siempre hablan tenido tanto respeto y veneración, y de la necesidad en que se hallaban de haberse de justificar de la desobediencia y rebeldía de que se les acusaba, como si ellos hubiesen rehusado recibir su corrección. Señora —seguía diciendo el discreto y suavísimo Alvarez,— nosotros queremos ser corregidos, no por el capricho de los Comisarios, que no tienen rectitud en su inquisición ni autoridad en sus reprensiones, sino por un juicio prudente y severo, cual nosotros podemos esperarlo de un Prelado tan esclarecido y celoso en la disciplina como el nuestro. El Cabildo de Toledo siempre ha sido venerable, y no es decente sujetarle á otros que á aquel que es su cabeza. Vuestros antecesores, Señora, que han fundado esta Santa Iglesia, han querido que sus Ministros conservasen su dignidad y no fuesen sujetos sino á la censura de su superior legitimo: si nosotros lo merecemos, sea por aquel á quien Dios y la Religión hubieran dado poder.

Estas y otras razones, no menos delicadas y justas, del corto discurso que Alvarez pronunció, produjeron el mejor efecto en el ánimo de la Reina, quien dio una respuesta agradable á los Diputados del Cabildo de Toledo, salvando, como es de suponer, la autoridad y la dignidad del Arzobispo. Francamente manifestó aquella gran Reina su opinión á Cisneros, diciéndole que era ocasionado á