hecho pedazos, y aun se oyó después la voz del cura navarro que gritaba: «¡agárrate á Cristo!....»
¿Y el Chori? preguntarán los lectores de este recuerdo: del Chori no hubo más noticia durante la guerra civil; y solo se sabe que una vez desatendidos los machos por su dueño, tuvo de ello aviso un comisario; y viéndolos sin oficio, fueron relegados por vagos á servir plaza de acémilas en la legión argelina; hasta que en tal faena, matados antes que flacos y antes flacos que rendidos, murieron de hambre cargados de raciones.
¿Y de aquellos tantos y tan bizarros oficiales que vieron huir al Chori de la prisión sin moverse en su daño ni en su ayuda?
¡Oh acción generosa y propia de compañeros en la guerra.....! Aquellos atrevidos militares, al presenciar suceso tan extraño, sintieron uno y otro y todos á un tiempo, las virtudes teologales en lo intimo, por el orden siguiente:
Sintieron la caridad y dejaron huir al preso. Sintieron la esperanza de su salvación y aguardáronla con la confianza de la fe; y como la adversidad del lance de baraja les habia enagenado la propiedad de la suma del copo, la remitieron al cura de Aquerreta, diciéndole á quien pertenecia.
Cierto que por el momento conmemoraron la pérdida del fugitivo por ser este gran tercio en los juegos de azar; pero ellos que estaban acostumbrados á ver que desaparecían sus amigos en los azares de muchos combates, quedáronse conformes y siguieron fumando, bebiendo y jugando: que de esta manera es el hombre de guerra educado por la costumbre; amante de la existencia del compañero y despreciador de la suya; gente viciosa para las inteligencias estrechas y para los corazones tacaños; pero no asi para las nobles inteligencias, ni para los corazones generosos; no asi para las inteligencias que abarcan y para los corazones que miden, que en la gente de guerra reside una virtud más grande que las virtudes comunes, acompañada necesariamente por muchos vicios pequeñuelos.