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no se quejaban siquiera: lento el paso y la mirada iracunda, juntáronse todas, y juntas se pararon á contemplar el estrago.

Cundió el fuego con espantable rapidez; su base era todo Lecároz; su cúspide se perdia en las nubes.

Viéronle desde lejos los hombres de los montes, asi como los que habitaban en los valles, y se asustaron; pero cuando oyeron referir la lastimosa historia, claváronse las uñas en las palmas de las manos y callaron.

La hoguera era inmensa; y en medio de ella sonaban tiros.... ¡Ay! era que los heridos enemigos, no pudiendo presentarse ni huir, se habian refugiado en los pajares por esconderse, y allí morían abrasados y abrazados á sus fusiles que candentes estallaban al espirar el defensor carlista.

¡La hoguera era inmensa! y los soldados se replegaron con paso á retaguardia por no poder sufrir tanto calor. Las mujeres no echaron ni un pié atrás.

Ya, por último, las tropas Cristinas deshicieron aquella formación compacta para desfilar al llano.

Marcharon: y como fuesen por tortuoso camino en prolongada hilera, las armas á discreción y los hombres muy callados; parecían en su conjunto una larguísima serpiente de aceradas escamas que se desliza y huye cautelosa porque le habian incendiado el matorral de su guarida.

Marchaba yo como uno de tantos otros cabizbajo y encerrado en mis meditaciones, cuando mi amigo Mr. Saintyon, coronel francés, que de orden de su Gobierno seguia al cuartel general, me tocó en el hombro y volví hacia él la cabeza.

Entonces el coronel, levantando el brazo, me señaló un objeto á corta distancia de la población que ardia; era el contorno de una mujer inmóvil, erecta, plantada como una estatua. Me preguntó el coronel diciéndome: ¿qué os parece? A lo que le respondí: «me recuerda á la mujer de Lot frente á Sodoma.» El noble extranjero me replicó: «Ese es el cuadro, pero en verdad que Sodoma tenia mayor culpa.» Luego continuamos marchando en la fila, porque éramos anillos de aquella larga serpiente que se deslizaba.


Antonio Ros de Olano.