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Página:Daany Beédxe.djvu/205

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articulaciones. Su piel, las venas y tendones lo mantenían hechizado. No daba crédito al prodigio de estar vivo y tener un cuerpo.

Después siguió con sus piernas, su pecho y abdomen. Con sus ojos acariciaba, con sus manos sentía; tanto la tersura de la piel, como su tibieza y elasticidad. La aurora estaba irrumpiendo en el horizonte; hacia el Oriente, empezó a emerger majestuoso el Señor de los Dardos de Fuego.

Águila Nocturna se dio cuenta, que estaba a los pies de una construcción. La claridad le permitió apreciar las paredes de un arco de piedra, que estaba exactamente arriba de él. Le llamó mucho la atención, que las piedras estuvieran perfectamente pulidas y ensambladas. Pocas veces se podía apreciar este trabajo, por lo general, los edificios estaban recubiertos de una capa de estuco; profusa y bellamente decorados, con temas del conocimiento secreto de los Viejos Abuelos toltecas. Cuando estaba concentrado en el trabajo de las piedras, de pronto, se empezó a iluminar el arco.

Inmediatamente alzó la vista y vio, como un rayo de luz, que se desprendía del horizonte, se incrustaba en la superficie plana, como de una banqueta, que se encontraba invertida en lo más alto del arco. Por algún efecto desconocido, la luz cobraba más potencia y solo iluminaba el espacio que cubría el inmenso arco de piedra.

Águila Nocturna sintió, como esa luz literalmente lo penetraba, encendiendo su cuerpo como una antorcha resplandeciente. Su cuerpo primero experimentó un aumento en su temperatura y después lo recorrió una sensación de energía y plenitud. Sintió una presión en el pecho, que fue desvaneciéndose a medida que lo inundara la certeza de que la muerte se había quedado atrás, en aquel inmenso y deshabitado acantilado, en la Sierra Norte, en donde había saltado al vacío.

Lentamente se incorporó y observó el lugar. El arco de piedra tenía una altura de cuatro cuerpos humanos y se componía de dos estructuras rectangulares, que a la altura de un cuerpo, comenzaban a

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