lentamente por la mitad de manera longitudinal. Con gran sorpresa vio que de él, aparecía un rostro de un anciano. Al observarlo con detenimiento se reconoció, era él mismo, pero con todos los años encima. El anciano tenía un rostro que proyectaba paz y armonía, el rostro le sonrió levemente y Águila Nocturna fue invadido de una sensación de bienestar. Cerró nuevamente los ojos para hundirse en ese sentimiento, cuando escuchó otro chasquido y al abrir los ojos, vio como el rostro del anciano se partía y de él surgía su imagen pero sin ninguna expresión, como si fuera una escultura, estaba observando atentamente cuando la escultura se partió y de ella surgió el rostro de un niño. Tenía los ojos grandes, una mirada llena de ternura y de sus labios delgados se delineaba una sonrisa de completa felicidad y armonía.
Águila Nocturno sintió un dardo ardiente que se incrustaba en su corazón. Por primera vez en muchos años tenía algo más que un leve recuerdo, tenía la certeza de que ese niño era él. Un cuasi recuerdo, un sentimiento y una seguridad interior de que él había sido muy feliz en su niñez. De sus ojos empezaron a derramarse lágrimas, su cuerpo empezó a vibrar y el zumbido del escarabajo se hizo más fuerte, hasta que lo abarcó todo.
Las piernas se le aflojaron y calló por tierra. El rostro del niño seguía prendido a sus ojos, sentía que estaba a punto de recordar. De pronto escuchó el canto de una mujer, una voz tan conocida y amada, que le evocaba seguridad y amor, cantaba una canción de cuna, y claramente sintió la mano de esa mujer de rostro indefinido y nebuloso, que acariciaba su frente y sus lacios cabellos. Águila Nocturna tenía mucho tiempo que no sentía la seguridad y el bienestar, que ese cuasi recuerdo le evocaba.
Algo en sus adentros encontró su base, algo indefinible se ensambló y le produjo una oleada de bienestar, que lo hizo que se abandonara totalmente en la oscuridad del tiempo y de los recuerdos que estaban por llegar.