Siguiendo la enseñanza del Señor de los Dardos de Fuego, el guerrero se introduciría bajo la tierra, para librar su batalla con las fuerzas de la gravedad, que atraen a los cuerpos, precipitando su caída y generando su corrupción.
De la misma manera que el sol, Águila Nocturna se introduciría en el mundo de la materia y la corrupción; el dominio del Señor y La Señora de la Muerte. Libraría su batalla con las fuerzas que corrompen a la energía luminosa y espiritual; y regresaría purificado y renovado a la superficie, para iniciar su ascenso luminoso.
El guerrero se preparó, tomando un baño de temascal, donde fue tallado su cuerpo con plantas que le desprendían todas las impurezas energéticas y reanimaban sus tejidos. Acto seguido se realizó una ceremonia de pedimento, para que ayudaran todas las advocaciones de “Aquél por quien se vive” al Guerrero en su entierro. Finalmente una noche fue conducido por cuatro sacerdotes al interior de la cripta, quienes le dieron las instrucciones.
Águila Nocturna debía pasar diez días en cada una de los extremos de aquella cruz subterránea. Cada diez días entraría un sacerdote a media noche y haría sonar un caracol para que el Guerrero cambiara de posición y le dejaría a la entrada un cántaro de agua y volverían a cerrar la entrada, con una gran piedra a modo de puerta.
A los cuarenta días llegaría una comitiva para desenterrarlo y regresarlo al mundo de la luz, limpio y renovado, por la energía de la Madre Tierra.
Águila Nocturna fue puesto en la esquina Norte de la cruz, que representa el mundo de la razón. Al retirarse los sacerdotes con las antorchas, el guerrero se quedó en la más absoluta oscuridad. Se escuchó como un eco lejano, el ruido de la gran piedra, que era movida para cerrar la entrada.