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y morales de nuestra herencia milenaria, la Toltecáyotl, que nació desde los milenarios tiempos de los olmecas.

La misión divina.

Los mexicas se auto denominaron el pueblo “sostenedor del Sol”. Y se asignaron la misión divina para sostener y conquistar “la tierra rodeada por las aguas celestiales” a través de la imposición de su dios tribal Huitzilopochtli, en sustitución del milenario Quetzalcóatl. Las reformas de Tlacaelel cambiaron el sentido espiritual de la religión y de la sociedad y le dieron un sentido material. Tlacaelel uso las formas toltecas, pero definitivamente cambió su fondo. Es por esta razón que el simbolismo de la religión mexica nos resulta poética, en sus prácticas totalmente deshumanizadas.

“¿Cómo admitir que la creencia en la tiranía del Sol sobre la vida física haya podido enraizar en el corazón de los hombres? Más verosímil es pensar que sólo por la fuerza pudo implantarse y que la espiritualidad de algunos aspectos de la vida azteca debía provenir de una tradición antigua, traicionada en su esencia en beneficio de una estructura temporal dominada por una implacable voluntad de poder.” (Laurette Séjourné. 1957)

Para llevar a cabo esta titánica empresa la sociedad se militarizó. Las escuelas dejaron de tener el carácter místico espiritual y pasaron a formar cuadros de guerreros de “batallas materiales”. El Telpochcalli se transformó en una academia militar para los macehuales donde se formaba a la tropa. El calmécac pasó a ser una escuela de los pililis o hijos de los nobles, para formar cuadros de oficiales. La batalla florida espiritual de los toltecas, pasó a ser una guerra para tomar prisioneros y llevarlos al sacrifico ritual para “alimentar” al Quinto Sol e impedir su muerte y el fin del Imperio Azteca. La dualidad de Tláloc-Quetzalcóatl se cambió por la de Tláloc-Huitzilopochtli.

“Morir en el combate, o mejor todavía, en la piedra de los sacrificios, era para ellos la promesa de una dichosa eternidad: porque el guerrero caído en el campo de batalla, o sacrificado, tenía asegurado su lugar entre los “compañeros del águila”, los quauhteca, que acompañaban al         168