“Tras la caída de los dioses y el desquiciamiento del orden cósmico, vino la perturbación del orden humano, la conversión violenta de los señores de la tierra en servidores de los conquistadores, y la alteración de sus tradiciones y formas de vida. La violencia y el cambio substituyeron la estabilidad del orden antiguo, de manera que la irrupción cotidiana de la violencia acentuó la sensación de vivir una alteración del tiempo, un “tiempo loco”, una era de cataclismo total...” (Enrique Florescano. 1987)
Los mexicanos contemporáneos, por efecto de la colonización mental y cultural que hemos sufrido a lo largo de estos cinco siglos, no podemos dimensionar cabalmente el tamaño de la tragedia que vivieron nuestros antepasados y lo que ha significado y significa para nosotros como pueblo y como seres humanos. Y por efectos de la educación colonizada, al parecer no nos importa. El sistema educativo oficial, los medios masivos de difusión, los intelectuales, artistas e investigadores están de tal manera deformados, que unos refuerzan la colonización y los otros no tienen la capacidad de romper la inercia de la colonización mental. Pero esta “hecatombe” cimbró totalmente el mundo indígena conocido hasta antes de la invasión, el mundo de nuestros Viejos Abuelos y nos sigue marcando hasta nuestros días.
Otros pueblos en la historia de la humanidad han sufrido cataclismos
similares y al paso del tiempo han logrado recuperarse. Sean por
causas humanas o producto de la naturaleza. Pero la diferencia
sustancial con nuestro pueblo fue la saña brutal, la violencia
deshumanizada y la absoluta intolerancia, con la que sistemáticamente
los conquistadores primero y después los colonizadores, destruyeron la
cultura y la identidad de los vencidos a través de borrar su memoria
histórica, desaparecer sus lenguas, minimizar y desvalorizar sus
conocimientos, despojarlos de los espacios físicos, sagrados, sociales y
religiosos, y destruir y perseguir a su milenaria religión, matar a sus
sacerdotes y destruir sus templos. Nunca en la historia de la
humanidad se ha quitado a un pueblo, durante cinco siglos, su
condición de seres humanos y su cultura. Este drama no sucedió hace
cinco siglos, por desgracia es la cotidianidad en la vida nacional de
muchos mexicanos. Ahora matizado y subliminal, pero con el mismo
219