“De hecho, la conclusión a que nos vimos obligados a llegar fue que en la época prehispánica los sistemas de cultivo habían alcanzado niveles de eficiencia y de productividad comparables, sino superiores, a las formas contemporáneas más avanzadas. La leyenda de una agricultura de mera subsistencia, o bien capaz solamente de generar escasos excedentes, quedó destruido.” (Ángel Palerm 1990)
El período Preclásico fue la base, los cimientos del desarrollo y posterior esplendor del México Antiguo. Casi seis milenios de elaborar por nosotros mismos, una de las civilizaciones más antiguas e importantes del mundo, de la cual hoy somos sus indiscutibles herederos legítimos.
El México contemporáneo tiene sus cimientos más profundos en este periodo formativo. Nuestra dieta básica, la sabiduría curativa de la naturaleza y nuestra forma de relacionarnos con ella. Nuestra relación inconsciente con la educación. Nuestras formas de organización social, tienen sus más hondos orígenes en esos casi seis mil años de desarrollo humano.
No podemos negar que esta sabiduría se ha enriquecido con la de otros pueblos y culturas en un mundo globalizado desde 1492. Que hemos sufrido una de las más devastadoras agresiones culturales de la historia de la humanidad, donde no sólo la cultura sino la condición de seres humanos nos trataron de arrebatar los invasores colonizadores. Sin embargo, a pesar de los pesares ahí está y sigue evolucionando. Es la fuerza vital que nos guía y orienta a pesar de no verla o escucharla viene desde el remoto pasado. En ocasiones se manifiesta sutil y casi invisible, en ocasiones se siente telúrica y expansiva de adentro hacia fuera. Pero siempre está presente en nuestro Ser. 28