“flexibilidad” para representar las múltiples facetas de ese concepto tan complejo.
“El principio de unicidad inherente a la religión –principio que tiene muy poco que ver con la calidad y el número de los dioses- significa que el hombre ha descubierto un centro en sí mismo y que concibe el universo a partir de ese centro. Es decir, que la esencia de todo sistema religioso reside en la revelación de un alma individual estrechamente ligada al alma cósmica: se trata, en una palabra, de la divinización del hombre.
No siendo sino perecederas producciones del intelecto sometidas a las circunstancias sociales, los dioses son secundarios y, considerados como un fin en sí, no pueden inducir más que a error. Así pues, si no queremos que una religión se nos oculte bajo el amontonamiento de inertes detalles técnicos, es necesario esforzarnos por redescubrir la revelación que, inevitablemente, está en su origen.” (Laurette Séjourné. 1957)
Debemos de tomar en cuenta que poco es lo que sabemos en verdad de la religión de los Viejos Abuelos. En parte, porque a partir del período Postclásico (850 a 1521 d.C.) los propios dirigentes en la decadencia, transgredieron las normas religiosas que los maestros toltecas habían decantado y que permitieron un milenio de paz y armonía de los pueblos del Anáhuac. Más aún, cuando Tlacaelel y los mexicas con sus reformas ochenta y un años antes de la conquista, cambiaron dramáticamente el sentido místico espiritual religioso, por un sentido guerrero material imperialista.
Y en parte también, por la negación e incapacidad de los colonizadores y misioneros por entender una religión que era totalmente diferente a la suya. Donde, además, pesaba el epíteto de demoníaca y primitiva. Los investigadores contemporáneos siguen tomando como base “científica” lo que “dijeron los vencidos y lo que interpretaron los vencedores”, sin desarrollar una mentalidad descolonizada para tratar de descifrar nuestro milenario legado religioso. Pues atrás de él, encontramos un vasto tesoro filosófico, pleno de eterna sabiduría universal. 69