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Pedro Fernández de Castro (Retrato)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


EL CONDE DE LEMOS.

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D. PEDRO FERNANDEZ DE CASTRO,
Conde de Lemos, Virrey de Nápoles, y Presidente del Consejo de Italia, buen político y el mejor Protector de los sabios de su tiempo. Nació en Madrid por los años de 1576 y murió allí el de 1622.


Don Pedro Fernandez, ó Ruiz de Castro, hijo primogénito de D. Fernando Ruiz de Castro y de Doña Catalina de Zúñiga, Condes de Lemos, y como tal Marques de Sarria, nació en Madrid por los años de 1576. Su padre, que merecia un singular aprecio á Felipe II, así por la grandeza de su cuna, como por las excelentes qualidades de que estaba dotado, le procuró una educación brillante; proporcionándole en el seno de su familia todos aquellos conocimientos que hacen recomendable la crianza de un jóven esclarecido.

Heredero D. Pedro no solo de su casa, sino también del ingenio y del buen gusto, que estaban como vinculados en ella, se aprovechó de los desvelos de su zeloso padre, y no rehusó ningún trabajo para recoger el fruto de su tierno afán. Aprendió varios idiomas, se instruyó en diferentes ramos de las letras humanas, y adquirió tal afición al estudio, que no tuvo mayores delicias después que la continua lectura, y el trato freqüente con los sabios de su tiempo.

Con estos adornos, que brillan mas en aquellos en quienes por desgracia se consideran menos necesarios, se presentó por la primera vez en la Corte, llamado de Felipe II, para que le sirviese de Gentilhombre de Cámara. La exactitud y esmero con que desempeñó esta plaza, y el modo con que se conduxo en el difícil trato con los cortesanos, dieron bien á conocer á aquel Rey observador que su talento no debía estar ocioso, y dispuso con su padre ocuparle en otros destinos. La muerte de este Soberano ocurrida á poco tiempo, burló sus proyectos; pero prevenido Felipe III no menos que su augusto Padre en favor de este jóven benemérito, los realizó, acaso con ventajas. Le dio las Encomiendas de Santibanez y de la Zarza, en la Orden de Alcántara; le hizo Procurador general de la misma Orden, Presidente del Consejo Real de las Indias; y en el año de 1610, siendo ya Conde de Lemos, le despachó patente de Virey y Capitán general de Nápoles.

Desde su primera aurora habia comenzado el Conde á manifestar sus brillantes luces; pero quando mas se dexáron ver fué en su conducta, luego que tomó las riendas del gobierno del Vireynato. Sus sabias providencias, tanto militares como políticas, ahuyentáron de aquellos dominios los enemigos del Estado, que eran muchos y poderosos, diéron autoridad á las leyes y á los magistrados, contuvieron crímenes de toda especie, que se cometían impunemente, arregláron las costumbres, y pusiéron órden en el sistema económico. Su genio activo y zeloso apenas le permitía el preciso descanso para la vida: en los afanes públicos, en los negocios particulares y privados, ahora administrando justicia, ahora visitando las cárceles, los hospitales y casas de educación: aquí persiguiendo al delincuente y vicioso, y allí consolando al verdadero pobre y desvalido, no habia parage adonde no acudiese, ni objeto alguno que no lo fuera de su atención y su cuidado.

No por esto se privaba del dulce trato de las Musas, á quienes habia consagrado su primera inclinación. Quando fué á Nápoles habia llevado consigo á los hermanos Argensolas y á otros ingenios sobresalientes, y con ellos pasaba todos los momentos que de hurto de sus desvelos podia sacrificar al reposo. Su palacio, templo de Astrea, lo era también de Apolo, cuya lira suspendía los trabajos del Conde, y le hacia suave el enorme peso de la administración de justicia y del gobierno. Aun se conservan algunos fragmentos de los exercicios poéticos en que el Conde y su familia se ocupaban muchos ratos; y es bien sensible que no se hayan conservado igualmente muchas composiciones graciosísimas, que eran el objeto de su diversion, y de las que solo resta una estéril noticia.

Del Vireynato de Nápoles fue promovido el Conde el año de 1616 á la Presidencia del Consejo de Italia: esta suprema magistratura, premio correspondiente á sus grandes servicios en aquel Reyno, le proporcionó nuevos motivos de acreditar su mucha política, y de hacer uso de los preciosos y abundantes recursos de su ingenio; pero al mismo tiempo le envolvió en tantos y tan grandes cuidados, que despreciando el de su salud por atender á ellos, la perdió hasta el extremo de no alcanzar ningún medicamento quando quiso repararla, y murió arrebatadamente en la flor de su edad el 19 de Octubre de 1622.

Por desgracia vivió pocos años el Conde; sin embargo los llenó tan dignamente, que á pesar de su muerte temprana, el feliz desempeño de sus muchas ocupaciones políticas, y su amor decidido á las ciencias y á sus profesores, le colocarán siempre en el número de aquellos sugetos eminentes que han dado honor á su patria. No fué literato solo porque quisiéron que lo fuese los sabios a quienes protegia, como intentó persuadir algún émulo de sus glorias: es verdad que en este concepto le alabáron entre otros los Argensolas, Villegas, y sobre todo Cervantes; pero si en sus elogios tuvo alguna parte la gratitud, no la tuvo menor la justicia. Su Comedia la Casa confusa, algunas poesías líricas que también compuso, y la Descripción de la gubernacion de los Quaxos, que dedicó á su padre, le hiciéron acreedor á la fama que aquellos sabios esparciéron de su bien cultivado talento, y á la corona que en la batalla del viage al Parnaso de Cervantes, le adjudicó Apolo, y le remitió á Nápoles por Mercurio. Por falta de sucesion del Conde, aunque casado con Doña Catalina Sandoval, su prima, hija del gran Cardenal Duque de Lerma, recayéron sus estados en su hermano D. Francisco, que murió Monge Benedictino en el Monasterio de Búrgos.


Véase también a Pedro Fernández de Castro en Wikipedia