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cap.
darwin: viaje del «beagle»

gente que se alimenta de vegetales siente una necesidad irresistible de tomar sal. Los indios nos saludaron con joviales inclinaciones de cabeza al pasar a todo galope, llevando delante una tropa de caballos y detrás una cuadrilla de escuálidos perros.


12 y 13 de septiembre.—En esta posta me detuve dos días, aguardando un piquete de soldados que el general Rosas tuvo la atención de enviar a participarme su próximo viaje a Buenos Aires, recomendándome que aprovechara la oportunidad de la escolta. Por la mañana cabalgamos hasta unas lomas cercanas, a fin de inspeccionar el país y examinar la geología. Después de comer, los soldados se dividieron en dos partidas para ejercitar su destreza con las bolas. Clavaron dos picas en tierra, a una distancia de 35 metros; pero de cuatro o cinco veces que tiraron sólo una dieron en el blanco. Las bolas pueden lanzarse a unos 50 ó 60 metros, pero con poca seguridad de acierto. Lo cual, sin embargo, no se aplica a un hombre a caballo, pues cuando la velocidad de éste se añade a la fuerza del brazo, se dice que pueden alcanzar con eficacia un blanco situado a 80 metros. Como prueba de su fuerza mencionaré que en las islas Falkland, cuando los españoles asesinaron a varios de sus compatriotas y a todos los ingleses, un joven español amigo de éstos huía a todo correr; pero un hombre llamado Luciano le siguió galopando con su caballo, intimándole que se detuviera, pues sólo deseaba hablarle. En el momento preciso en que el fugitivo estaba a punto de alcanzar el bote, Luciano le arrojó las bolas, acertándole en las piernas con tal fuerza que le derribó, dejándole insensible por algún tiempo. Luciano, después de haberle dicho las cuatro palabras que deseaba, le dejó escapar. Nos contó que le habían quedado grandes verdugones en las piernas, donde se le habían