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chile septentrional y perú

ra en una amplia extensión permitiría determinar el día preciso en que la corteza terrestre, distendida ya en sumo grado por las fuerzas subterráneas, cediera, se rajara, y, en consecuencia, temblara. Sin embargo, es dudoso que esta hipótesis explique cumplidamente las lluvias torrenciales que caen en la estación seca durante varios días, después de un terremoto no acompañado de erupción; tales casos parecen indicar alguna conexión más íntima entre las regiones atmosféricas y subterráneas.

Como hallábamos escaso interés en esta parte de la barranca, regresamos a la casa de D. Benito, donde estuve dos días recogiendo conchas y madera fósiles. Abundaban en número extraordinario los grandes troncos de árboles convertidos en sílice, empotrado en un conglomerado. Medí uno que tenía 15 pies de circunferencia. ¡Cuán admirable es que cada uno de los átomos de la materia leñosa de este gran cilindro hayan sido desplazados y reemplazados por sílex con perfección tanta, que se conservan vasos y poros! Estos árboles florecieron aproximadamente en el período cretáceo inferior de Europa, y todos ellos pertenecían a la tribu de los abetos. Era divertido oír a la gente del país discutir la naturaleza de las conchas fósiles por mí recogidas casi en los mismos términos usados hace un siglo en Europa, esto es, «si eran o no piedras talladas así por la Naturaleza». Mi examen geológico del país extrañó bastante a los chilenos en general, que no podían convencerse de que no anduviera en busca de minas. Esto me ocasionó frecuentes molestias. Para hacerles comprender el objeto de mis exploraciones, me pareció lo más fácil preguntarles cómo es que no se interesaban por estudiar los volcanes y terremotos por qué unos manantiales eran calientes y otros fríos; por qué había tantas montañas en Chile y ninguna en La Plata. Estas sencillas preguntas satisficieron e impusieron silencio al mayor número; pero