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A LA LAGUNA NEGRA

demas habian adelantado también a estos últimos; Vergara habia tenido la feliz idea de cortar en tajadas una de sus piernas—las de cordero, se entiende—i nos esperaba con la mesa puesta.

Por mantel habia un diario viejo, el mismo que sirviera de envoltorio a la bienaventurada pierna; por tenedor teniamos los dedos; pero el hambre no permitia a nadie fijarse en tales pequeñeces. Miéntras despachábamos el frugal almuerzo, el agradable murmullo del Manzanito, que corria jugeton a unos cincuenta pasos de nosotros, retozando por entre la umbria quebrada que le servia de lecho, i la fresca brisa que cariñosa refrescaba el ambiente, nos arrullaban i hacian llegar a nuestros oidos esa muda e inimitable melodía de la naturaleza.

Una cachada de hurpo hecho con las cristalinas aguas del Manzanito nos sirvió de refresco i refresco agradable.

Pocos minutos despues continuábamos nuestra ruta mas contentos i satisfechos que si saliéramos de un festin.

El camino seguia siempre por esa especie de prominencia de acarreo o quizá las ruinas en que el agua i las nieves pudieron convertirla.

Todos saben cuánto las nieves destrozan las mas duras rocas; así es que no tiene nada de estraño que los continuos rodados que producen, rodados que a cada paso se ven en esas cerranias, hayan concluido, en union de la accion atmosférica, por convertir esa alti-planicie en lo que ahora es.

Como decia, el camino continuaba siempre por