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haces de graníticas palmeras, y entre los nichos naturales que forman se yerguen estatuas.

¿ Qué idea de la vida y del poder tuvieron los reyes del Egipto, señores de pueblos esclavos que pasaban la existencia en construir sus templos y sus palacios? Aquí, Ramsés II, el faraón por excelencia, es representado por una legión de colosos. Sobre el obelisco se narran sus guerras y sus glorias, y sobre todo su campaña contra la confederación siro-khitita. En un bajo relieve puede verse al templo como en su época, estremecido por los cantos de las procesiones de año nuevo, y la visita de los dioses de Tebas. Se ensalzaba al rey entre nubes de incienso quemado y lágrimas de mirra evaporadas ; se le ofrecían las guirnaldas de Pahuru y los ramos de Pihathor. Eamses II gozaba del esplendor de aquellas pompas, posibles por el oro arrancado a sus minas de Akiti y por las riquezas consagradas a los pueblos vencidos. El templo era consagrado a Amon-Ea, el padre sol, y él brillaba con una partícula de su Doble como intermediario en la tierra. Y aun en el día de su muerte, su gloria iba a ser más excelsa, al transfigurarse y fundirse con el astro, en un solo haz de rayos. Mientras no le llegaba ese día de cruzar el imperio de Occidente, su poder, después de conquistar la paz con victorias, cubrió al