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ñido de rojo, sino un huevo de mármol, regalo también del tendero obsequioso!

—¡Es una criatura que vale más que pesa!—murmuró Bargamot, sintiendo inundar su corazón una ola de ternura paternal.

Pero sus plácidos pensamientos fueron turbados del modo más abominable: en la calle Posadskaya sonaron de pronto unos pasos irregulares y una voz enronquecida y balbuciente.

«¿Quién andará por ahí?», se preguntó volviendo la cabeza.

Y se llenó de indignación. ¡Era Garaska! ¡Garaska en persona, borracho! ¡Sólo faltaba eso! ¿Dónde se habría emborrachado? Eso no era fácil averiguarlo. El hecho era que estaba borracho perdido. Su actitud, que le hubiera parecido extraña, misteriosa, a cualquiera que no conociese las costumbres del arrabal, no se lo parecía, ni mucho menos, a Bargamot, que había estudiado a fondo la psicología del vecindario en general y la de Garaska en particular.

Garaska, cuando estaba beodo, acostumbraba a ir por en medio del arroyo; pero aquella noche, como impulsado por una fuerza irresistible, había torcido de pronto, en la calle Posadskaya, hacia la izquierda, y se había encontrado inesperadamente con las narices a un centímetro de la pared. Lleno de asombro, apoyó en ella las dos manos, tambaleándose, e hizo acopio de fuerzas para luchar contra aquel obstáculo que parecía haber surgido, súbito, de la tierra; mas lo pensó mejor y girando, no sin dificultad, sobre los talones, se dispuso a salir de la acera. Y