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M. VALDEMAR

tres días recien. Independientemente de la tisis, se sospechaba que el enfermo tuviera un aneurisma en la aurta; pero aeerca de este punto los síntomas oseosos hacían imposible un diagnóstico exacto. Era la opinión de los dos médicos, que Mr. Valdemar moriría á las doce de la noche del día siguiente, poco más ó menos. Eran entonces las siete de la tarde. Día sábado.

Al separarse del lado del paciente, para conversar conmigo, los Dres. D*** y F***, le habían dado el último adiós. Su intención era no volver más; pero á mí pedido, convinieron en examinarlo de nuevo á las diez de la noche del domingo.

Cuando se hubieron marchado, hablé libremente con Mr. Valdemar respecto á su próxima disolución, así como sobre el experimento propuesto, aunque con más especialidad. Profesaba aún un gran deseo — hasta un ansioso deseo — de llevarlo á cabo, y me exhortó á que lo comenzara de una vez. Dos enfermeros, una mujer y un hombre, había en la casa para cuidarlo; pero no me sentí con la confianza necesaria para empeñarme en una tarea de ese caracter, sin que más testigos que ellos, pudieran declarar en caso de un accidente repen­tino. Diferí pues la operación hasta cerca de las ocho de la noche siguiente, cuando la llegada de un estudiante de medicina (Mr. Teodore L***) con quien tenía alguna relación, me hubo libertado de los últimos escrúpulos. Había pensado, primeramente, esperar á los médicos: pero fui inducido á proceder por las repetidas instancias de Mr. Valdemar, y por mi con­vicción de que no había un momento que perder, pues se moría rápidamente.

Mr. L*** fué tan amable· que accedió á mi deseo de