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POLÍTICA DOMÉSTICA 141

humana, que lucha contra el espíritu de admirable bondad que el Divino Maestro ha enseñado, tanto con su ejemplo como con su palabra. Ninguna persona sinceramente cristiana ostenta virtudes, ni juzga conciencias, ni cita vidas ante el más desapiada- do de los tribunales.

En la sociedad, lo mismo que en el seno de la familia, nada tan indiscreto como el fastuoso aparato de virtudes heróicas, desmentidas en cada instante por una manera de obrar vulgar y egoista. Conti- nuamente en contradicción con las propias máxi- mas, se procede como los gobernantes que hablan sin cesar de economías y disipan por mil modos los tesoros de la patria; que hablan de libertades públi- cas, y adoptan procedimientos arbitrarios. Es me- nester no dar el espectáculo de semejantes inconse- cuencias, si se quiere que en la frente de la autoridad se conserve la aureola que debe coronarla. Hacer el bien sin vanidad y con la buena y natural sencillez que el corazón debe mostrar siempre, ¿no es la mejor manera de inspirar á los demás la convicción de que se obra en favor de ellos y de que el pensa- miento de hacerlos felices es el pensamiento domi- nante? Las obras son mucho más persuasivas que las palabras, la vanidad es casi siempre indicio de un alma que siente su impotencia para el bien, y que quiere disimularla á sus propios ojos y á otros,