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trabajaban mas por su gusto que por fuerza; unas preparando la harina, las otras tejiendo ponchos. La mujer de Huentrupan, una tia gorda en forma de bola presidia las faenas. El viejo Huentrupan sentado en el suelo sobre pellones, presenciaba todo con aire patriarcal. En fin, aquello respiraba bienestar i tranquilidad. Ya llevo dicho que cerca de la cordillera los indios tienen siembras. Aquí las fisonomías no tienen ese aire salvaje i feroz que habiamos reparado en los indios situados mas al Este.

Despues de algun rato, me fuí a hacer una visita a Trureupan, que vive como a una milla de distancia, en las orillas de otro riachuelo, Cuando llegué, mi digno amigo, el cacique, estaba en su choza. Figuraos un hombre gordo, con barriga enorme, i tan enorme que le era imposible verse los pies sino sentado. Estaba casi desnudo como todos los indios en sus toldos. Los ojos colorados, salidos de las órbitas, i a causa, del calor del dia, un pié de lengua fuera de la boca, con el mismo movimiento alternativo que la de los perros cansados; aunque sentado, tenia en la mano un baston a manera de cetro; a sus pies un cántaro de agua, de la cual se echaba a cada instante es la cabeza para refrescarse esteriormente, i a grandes i repetidos tragos el interior; al mismo tiempo sudaba i soplaba como un fuelle de fragua, tal es el retrato de mi amigo, el cacique Trureupan: tenia la espalda sostenida por un barril vacio, en otro, a manera de almohada, apoyado el codo: atento presenciaba una partida de naipes, empeñada en un círculo de unos veinte mocetones, con caras coloradas por las contínuas borracheras. Hablando jeográficamente, no habia mas que una milla de distancia entre los toldos de Huentrupan i los de Trureupan, pero considerando las caras feroces de los asistentes, i las honradas fisonomías de la toldería vecina, uno hubiera podido creer que habia mas de mil leguas de distancia.

A mi llegada, Trureupan dió a su cara de borracho el aspecto mas risueño de que era capaz. Le hice un regalo; i por medio de José Vera, me dijo que sentia mucho la manera descomedida con que se me habia tratado en mi viaje anterior, pero que esperaba que yo habría olvidado todo. Miéntras que conversábamos, las mujeres curiosas, como todas las hijas de Eva—que hayan nacido en el toldo del indio o bajo el techo de jente civilizada, se habian acercado. Mi larga barba les causaba admiracion; me trajeron tijeras para ver si queria cortarla. Trureupan me presentó uno de sus parientes, un indio viejo, de cara asquerosa, i para manifestar que habia olvidado lo que habia pasado la primera vez, quiso que yo le diese la mano i le tratase de cuñado.