Retrato de don Julio A. Costa
Don Julio A. Costa nació en Buenos Aires el año 1855, no teniendo hoy aun 31 años. Fueron sus padres don Pedro Costa y doña María Islas, Oriental el primero, aunque Argentino por larga residencia y por sentimientos y esfuerzos comunes con nuestros patriotas liberales durante la época de la tiranía y después, formando parte ambos de familias distinguidas de Montevideo y Buenos Aires.
Julio A. Costa dedicado por sus padres al estudio del derecho que ha cursado casi por completo, se distinguió desde temprano en las aulas, en que era el más joven entre sus compañeros, por aventajadas condiciones intelectuales, aunque su espíritu ávido de acción, no les consagrara siempre la atención debida.
Perdió sus padres á los diez y seis años, entrando á esa edad débil sin más recursos propios que una pequeña herencia que ellos le dejaban, á la vida de hombre libre y responsable.
Fué empleado sucesivamente en los estudios del doctor Cosme Becar, y del doctor Sabiniano Kier esposo de su hermana nuestra distinguida dama Valentina Costa de Kier, —después en la Contaduría de la Nación y en la Convención Constituyente, ascendiendo siempre en sus modestas posiciones y en el aprecio de sus amigos.
En ese intérvalo hizo como miembro del partido autonomista la campaña del 74 en el Regimiento 3 de Guardias Nacionales y en el puesto de Teniente de la compañía mandada por Máximo Paz.
Bajo la administración de Avellaneda quedó vacante por renuncia del doctor Terán el puesto de Secretario de la Comisión de Bibliotecas Populares, que pretendido por varios, fué sacado á concurso, obteniéndolo Costa por unanimidad de votos de la Comisión con honrosísimos conceptos de ésta y previa una prueba escrita á que concurrieron los candidatos.
Fué designado al poco tiempo para ocupar el puesto de Secretario del Consejo de Educación de la Provincia de Buenos Aires que presidia Sarmiento, prestando importantes servicios, entre otros la Dirección y co-redaccion de la revista «La Educacion Comun» y el estudio y solución de la cuestion Edificios de Escuelas, que hoy se levantan en la Provincia con los recursos y por los medios que él presentó y estudió entonces en escritos publicados, y que más tarde ha seguido el Consejo de Educación á proposición del doctor Diego Lafuente, según creemos.
Ya habia manifestado su afición al periodismo escribiendo accidentalmente artículos que fueron bien recibidos, en El Nacional de que también antes fuera cronista, y en otros diarios.
En este tiempo contrajo matrimonio con la bella señorita Agustina Paz con quien eran novios desde niños, haciendo los felices esposos una vida doméstica retirada y modesta, y siendo su casa un modelo de hogar noble y sencillo.
Poco antes del 80 fundó y redactó El Gráfico, primer ensayo entre nosotros de diario ilustrado á la manera de Charivarí, que se publicó durante dos años, actuando en política como diario independiente, y colaborando en él escritores de nota.
Prescindente como periodista lo fué también como partidario en los sucesos del 80, aun cuando retenido en la ciudad por sus sentimientos de Porteño, é incapaz por carácter de permanecer dentro de su casa en esos momentos, hubo de salir á la calle, asistiendo, más como espectador que como actor, á los combates de Barracas y la Convalecencia al lado de su amigo personal el coronel Garmendia.
Fué redactor político de El Diario en su primer tiempo, dejando la redacción cuando se diseñó la actual división política.
Dos años mas tarde fué llevado por sus amigos á la Cámara de Diputados, y poco después se hizo cargo de la Dirección de La Tribuna Nacional formando parte de su redacción, en la que escribió sin obligación diaria y siempre que se presentaban cuestiones que podia tratar con su genial libertad de espíritu.
Su estilo se destaca y se impone a la lectura, además del humour y del selecto gusto literario, por la sinceridatl de sus manifestaciones, que dá á sus escritos la novedad de que otros se privan por sujetarse al convencionalismo del fondo y de la forma.
Dedicóse con preferencia á la prensa, su tarea predilecta, sobrecargada en este caso por el esfuerzo perseverante y absorvente de hacer un diario de un cadáver, limitándose en la Cámara á llenar con lealtad y con decoro sus deberes políticos, y asistiendo rara vez á las sesiones, aún cuando fué escuchado con gusto alguna vez que tomó la palabra en cuestiones de derecho parlamentario.
En la prensa es además du una intelectualidad, un carácter, y su personalidad simpática y firme levanta y sostiene el diario que dirije al nivel en que se conquista el aprecio y el respeto de amigos y adversarios.
Así su retiro de ella, después de dejar levantado en tres años un diario como La Tribuna Nacional, ha sido deplorado por todos sus colegas como no lo ha sido hasta ahora el de miembro alguno de la prensa, y encuentra en todos la consideracron y el afecto que merece un hombre jóven que es ya un hombre público, que es un hijo de sus obras desde la edad en que otros son sólo los hijos de sus padres, que ha llenado con honor una vida de treinta años, y que ha pasado por la prueba de las alturas sin perder la cabeza, guardando la independencia del carácter, las consideraciones debidas á sus adversarios, y el cariño á sus amigos de siempre, que ellos saben retribuirle.