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Antonio Perez (Retrato)

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


ANTONIO PEREZ.

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ANTONIO PEREZ
Sublime Estadista y Político Filósofo. Secretario del Rey Felipe II: tan famoso por sus infortunios como por sus escritos. Nació en Madrid en 1544, y murió en París en 1611.


Era hijo este célebre hombre de aquel no menos célebre Gonzalo Pérez, Secretario que había sido de Cárlos V, y natural de Monreal de Hariza en Aragón. Como desde niño le llevó su padre á los viages que hizo fuera de España con motivo de algunas importantes negociaciones, o de acompañar al Emperador en sus guerras; pudo recibir los principios de la lengua latina de buenos maestros: tales fueron Pedro Nuñez en Lovayna, y Sigonio en Venecia. Pero no acabó su primera educación hasta que, vuelto á Madrid su patria, le proporcionó Gonzalo los demás estudios y conocimientos que pudiesen prepararle para digno sucesor suyo en su eminente cargo. Los deseos y el pronóstico del padre se cumplieron en lo que se llama favores de la fortuna; pero hízose superior á ella el hijo, sabiendo sufrir sus rigores contra la común espectacion de los émulos.

Secretario de Estado de Felipe II, quando gozaba de su gracia y particular confianza fue derribado de su alto puesto al polvo y miseria de una cárcel, donde padeció trabajos y tormentos reservados solo para gravísimos crímenes. Su muger Doña Ana Coello, asida de tres hijos y tres hijas de tierna edad, siguió á Antonio en su suerte. Nueve años vivió esta triste familia como sepultada en un encierro, hasta que en abril de 1599 por la benignidad del nuevo Rey Felipe III y mediación del Marqués de Dénia fue puesta en libertad, pero privada de ver al padre, que emigrado en Bearne, como desde una atalaya segura veía á los confiados y á los desesperados, caer aquellos, y levantarse estos. Había escapado Antonio Pérez de su prisión de Madrid en 1591, refugiándose á Zaragoza baxo del escudo de los fueros de su naturaleza, que no le sirvieron sino de avivar sus persecuciones, y de poner en peligro extremo al Reyno de Aragón. Forzado á huir de España, se acogió al amparo del Rey Cristianísimo Henrique IV. Allí, á pesar de la distinción que le merecieron su talento y su desgracia, llevó una vida privada; sin querer jamás aceptar empleos con que le brindaron, por no hacerse odioso ó sospechoso á su patria, contentándose con algunas pensiones para su sustento, hasta que le sobrevino la muerte en París en 1611.

Sobrevivió veinte años á su primera persecución, por mas que los hombres, que no pueden dar la vida, procuraron quitársela con disfavores: jurisdicción que les hizo ver Antonio Pérez que solo tenían en ánimos pequeños, porque los grandes estómagos digieren veneno como vianda ordinaria. Harto, pues, vivió para su consuelo el que vió en pocos años enterrar uno á uno á tantos de sus enemigos, y verdugos de su familia, arrebatados de en medio de sus venganzas; y demasiado para su dolor, el que no habia de ver jamás asidas las ramas de sus hijos al tronco de su padre: tronco solo, qual le dexó desgajado y desnudo tal ventisca de furor y saña. En efecto, desesperados sus perseguidores de no poder, contra la gracia de las gentes, acabar á un cuerpo muerto, que tal era ya ausente; hubo miedo en España de amarle, y de ser amado de él, detenida la corriente á las obras naturales, y cerrados todos los pasos y puertos á esta vitualla sustento del corazón humano. Tan obstinada persecución acaso dió mas valor á Antonio Pérez del que tenia por sí. Confírmalo él mismo quando dice: que el perseguir al casi muerto es levantarle en alto, es resuscitarle, es estimarle, es subirle de precio. En el juicio de su causa (decia él mismo) no juzgaban sus contemporáneos todos de una manera: muchos, conforme á la razón y libertad del ánimo; no tantos, conforme al respeto que los mandaba; pocos, conforme á la landre de la adulación humana, de que estaban heridos. Para la posteridad son aún un enigma no menos los vicios que las virtudes que le despeñaron de la cumbre de su prosperidad y privanza. No sin misterio se daria él mismo el nombre de monstruo y juguete de la fortuna; porque en sus escritos mas se sienten sus querellas que se muestra la injusticia de sus agravios. Por qualquier lado que se mire, siempre se ve a un hombre, grande por la gracia que alcanzó, y mayor después de haberla perdido. Luego que dexó de ser el entretenimiento en la scena del mundo, se desengañó á sí mismo, mas no á los que entraron á representar su papel; labrándose con los infortunios, y la necesidad de tomar la pluma para pintarlos, el mérito de eloqüente escritor, para lo qual le habia dado la naturaleza facúndia, la educación elegancia, y la adversidad fuego y energía: ojalá hubiese afectado menos ingenio y erudición. Se trasluce, sin embargo, que escribía con el recato de un cortesano que aún recelaba decir la verdad de todo lo que sentía: de aquí es que, á pesar de sus desventuras, que debieran haberle criado un humor desabrido, y su edad y desengaños infundídole muy mala opinión de los hombres; jamás se descompone, ni cae de su dignidad, en sus cartas, ni quando se retrata, ni quando se querella: parece que las escribía el dia después de haberlas dictado el dolor ó el despecho.

Las obras que trabajó ausente de estos Reynos, son: las Relaciones de su vida, con el nombre de Libro del Peregrino, á que después añadió los Comentarios, y el Memorial de lo que contienen. El que leyere este libro, decia el Autor, á fe que puede salir medroso de la fortuna, y de sus favores. En las Cartas familiares gasta comunmente cierto donayre y gentileza de estilo, muy necesarios para templar sus duelos, y mostrar que no estaba caido el ánimo, porque en la resistencia á los golpes de la suerte adversa conocería que valia mucho el corage, si no para vencer, á lo menos para morir peleando: satisfacción propia en los trances últimos humanos. Disimulando á Antonio Pérez todo lo que tenia del gusto de su tiempo, y de su natural enamorado, aun de sí mismo; ningún escritor castellano ha manifestado como él mas gallardía en las metáforas, mas viveza en las imágenes, ni reunido el mérito, poco común entonces, de decir mucho en pocas palabras. Y como por otra parte junta calidades opuestas entre sí, podríamos presumir que tomó; de Séneca, lo agudo y sentencioso por propia inclinación; y de Tácito, lo profundo, conciso y nervioso por necesidad, quando tuvo que pintar por el mal lado la naturaleza humana, y la vida de la Corte. Su estilo por lo general es animado, lleno de calor y valentía; y quando esto falta, lo suplen las gracias y el aliño. Cautiva casi siempre, é interesa; pero también se le conoce al Autor que se escuchaba él mismo, y se pagaba.


Véase también a Antonio Pérez en Wikipedia