Fiesta universal

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<< Autor: Manuel González Prada

Publicado en Los Parias, periódico de Lima, 1905.


El 1 de mayo tiende a ser para la Humanidad lo que el 25 de diciembre para el mundo cristiano: una fecha de alegría, de esperanza, de regeneración.

Los cristianos celebran el nacimiento de un hombre que, sin tenerse por Dios, dice lo suficiente para que le juzguen divino: titulándose hijo de un padre que probablemente no existe, viene a redimirmos de una culpa que seguramente no hemos cometido. Según la historia o la leyenda, ese hombre se hace crucificar por nosotros; pero el sacrificio no sirve de mucho, dado que hoy la mayoría de la Humanidad se condena por no conocer el Syllabus ni el catón cristiano. Un redentor que nos hubiera redimido del hambre, dándonos una simple fórmula para transformar los guijarros en pan y el agua en leche, habría hecho más que Jesucristo con todos los sermones y milagrerías del Evangelio.

Los revolucionarios saludan hoy el mañana, el futuro advenimiento de una era en que se realice la liberación de todos los oprimidos y la fraternidad de todas las razas. El creyente y el ateo, el mahometano y el judío, el budista y el bramano, lo mismo que el negro, el amarillo y el blanco, todos, en una palabra, tienen derecho de venir a regocijarse, todos son llamados a cobijarse bajo los pliegues de la bandera roja. Los cristianos guardan un cielo para unos y reservan un infierno para otros; los revolucionarios buscan un paraíso terrestre donde hallen cabida lodos, hasta sus implacables enemigos.

El 1 de mayo carecería de importancia y se confundiría con las fechas religiosas y patrióticas, si no significara revolución de todos para emancipar a todos. La revolución de una clase para surgir ella sola y sobreponerse a las otras, no sería más que una parodia de las antiguas convulsiones políticas.

Se ha dicho y diariamente sigue repitiéndose: La emancipación de los obreros tiene que venir de los obreros mismos. Nosotros agregaremos para ensanchar las miras de la revolución social, para humanizarla y universalizarla: la emancipación de la clase obrera debe ser simultánea con la emancipación de las demás clases. No sólo el trabajador sufre la iniquidad de las leyes, las vejaciones del poder y la tiranía del capital; todos somos, más o menos, escarnecidos y explotados, todos nos vemos cogidos por el inmenso pulpo del Estado. Excluyendo a la nube de parásitos que nadan en la opulencia y gozan hoy sin sentir la angustia del mañana, la muchedumbre lucha desesperadamente para cubrir la desnudez y matar el hambre.

A todos nos cumple dar nuestro contingente de luz y de fuerza para que el obrero sacuda el yugo del capitalista; pero al obrero le cumple, también, ayudar a los demás oprimidos para que destrocen las cadenas de otros amos y señores.

Los instintos de los hombres no se transforman súbitamente, merced a convulsiones violentas: con la guillotina se suprimen las cabezas de algunos malos; con las leyes y discursos o con tempestuosos cambios de autoridades, no se improvisan buenos corazones. Hay que sanearse y educarse a sí mismo, para quedar libre de dos plagas igualmente abominables: la costumbre de obedecer y el deseo de mandar. Con almas de esclavos o de mandones, no se va sino a la esclavitud o a la tiranía.

Por eso creemos que una revolución puramente obrera, en beneficio único de los obreros, produciría los mismos resultados que las sediciones de los pretorianos y los movimientos de los políticos. Triunfante la clase obrera y en posesión de los medios opresores, al punto se convertiría en un mandarinato de burgueses tan opresores y egoístas como los señores feudales y los patrones modernos. Se consumaría una regresión al régimen de castas, con una sola diferencia: la inversión en el orden de los oprimidos.

Braceros y no braceros, todos clamamos por una redención, que no pudo venir con el individualismo enseñado por los economistas ni vendrá con el socialismo multiforme, predicado de modo diferente por cada uno de sus innumerables apóstoles. (Pues conviene recordar que así como no hay religión sino muchas religiones, no existe socialismo sino muchos socialismos.)

Pero, ¿nada se vislumbra fuera de individualistas y socialistas? Lejos del socialismo depresor que, sea cual fuere su forma, es una manera de esclavitud o un remedo de la vida monacal; lejos también del individualismo egoísta que profesa el Dejar hacer, dejar pasar, y el Cada uno para sí, cada uno en su casa, divisamos una cumbre lejana donde leemos esta única palabra: Anarquía.