Juan Martínez Siliceo (Retrato)
EL CARDENAL SILICEO.
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D. Juan Martinez Siliceo nació en el año de 1486 en Villagarcia de Estremadura, de padres bien humildes. Su destino hubiera sido como el de ellos vejetar pobrísimamente en el campo, si su carácter no le hubiera hecho aborrecer la oscuridad de aquella condición, y aspirar á otra carrera mas grande. Muy jóven era, quando estos pensamientos le arrancaron de la casa de su padre, con intento de ir á Roma á probar fortuna. Pero la falta de medios para proseguir su viage, le detuvo en Valencia, donde estudió la Filosofía que entonces se enseñaba. Allí se grangeó por amigo á un Religioso, con el qual pasó á París á los veinte y un años de su edad; y en aquellas escuelas prosiguió sus estudios sustentándose de limosna, hasta que un caballero prendado de sus bellas qualidades se le llevó á su casa, y le sostuvo en su indigencia.
La fortuna después empezó á cumplir sus deseos: á los tres años de su mansión en París le hicieron Catedrático de Filosofía; destino debido á su aplicación extremada, y á su afición al estudio. Allí fue donde latinizó su apellido de Guixarro, y se llamó Siliceo: mudanza que prueba el pedantismo del siglo decimosexto, y tal vez la flaqueza de nuestro héroe, que quizá se avergonzaría de ver la humildad de su origen en lo grosero de su apellido. Por entonces deseando la Universidad de Salamanca reformar los estudios de Filosofía, envió á París dos comisarios á escoger el Regente de Artes mas docto que encontrasen, y convidarle á venir á España á qualquier precio. Siliceo fue el elegido; y regresado á su pais, estando de profesor de Filosofía en Salamanca, logró una beca en el Colegio mayor de S. Bartolomé, de donde su reputación le sacó para Magistral de Coria.
Pero estos eran los ensayos de una carrera mucho mas brillante. Cuidando la Emperatriz madre de Felipe II en dar un maestro a su hijo, puso sobre los hombros de Siliceo el cargo de instruirle, eligiéndole entre los hombres mas célebres que entonces se conocían. Qual fuese el fruto de sus máximas y enseñanza en el entendimiento y carácter del Real Alumno, las acciones, y reynado de Felipe pudieran manifestarlo, si la capacidad de un maestro tuviera tanto influxo en la educación de un Príncipe, como tiene á veces en la de los particulares. Dícese que le ensenó las letras pueriles, la lengua latina, y otros conocimientos. Si los cuidados de Siliceo se limitaron á desplegar las luces de aquel Príncipe, es innegable que tuvieron un efecto conocido. Nadie ha tachado á Felipe II de falta de talento: él era activo y laborioso: velaba de contínuo sobre todos los ramos del gobierno, su penetración se extendía á todos los Gabinetes de la Europa, á todos los puntos de la inmensidad de sus vastos Estados: conoció, apreció los hombres y los talentos, fomentó las bellas artes. Es cierto que la Historia no concede las mismas ventajas á su carácter moral; pero en las acciones y escritos de su maestro nada hay análogo á los funestos principios que se le imputan, y Siliceo jamas será responsable de ellos á los ojos de la posteridad.
Sus instrucciones fueron magníficamente recompensadas: y aquel mismo hombre que saliendo de la humildad de los campos, se sostuvo sirviendo en Valencia, y estudió mendigando en París, se vio después Obispo de Cartagena, Arzobispo de Toledo, y ornado al fin de su vida con la púrpura de Cardenal. En esta elevación Siliceo igual á los honores que le rodeaban, manifestó tal grandeza de espíritu, y se portó en todas las ocasiones de lucimiento con una magnificencia y bizarría, que hiciéron olvidar enteramente la pequeñez de sus principios. Naturalmente activo y aplicado en las cosas arduas, era descuidado y floxo en las menores, y su carácter desabrido y poco flexible le tuvo siempre separado del gobierno y de los negocios públicos. Murió en 1557 llorado universalmente de los pueblos, que su liberalidad, humanidad y aplicación hicieron felices.