Juan de Herrera (Retrato)
JUAN DE HERRERA.
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La arquitectura, como las demás bellas artes, estuvo sepultada en España entre el abandono y la negligencia á que la reduxéron la incursión de los Bárbaros Septentrionales y las continuas guerras para expeler á los Moros. La suntuosidad y osadía de algunos edificios góticos fueron los esfuerzos mayores del arte en aquellos tiempos; obras con todo muy distantes de la hermosa proporción y sublime elegancia de la arquitectura antigua. Pero á fines del siglo XV, al paso que la nación sacudía el yugo de los Sarracenos, sacudía también la rudeza y la ignorancia; y las artes se abrigaron y crecieron a la sombra del laurel de la victoria. Desde entonces los edificios fueron adquiriendo regularidad y nobleza por los esfuerzos de los dos Berruguetes y otros buenos maestros, hasta que en la edad de Felipe II todos ellos fueron eclipsados por el ilustre Juan de Herrera, natural de Movellan en Asturias.
Dedicóse en sus principios á la profesión de las armas: viajó por la Italia y por Flandes; y se dice que su mocedad fue disipada y licenciosa; mas el instinto, que guia al hombre de genio aun en medio de sus extravíos, no le dexa perder todas las horas. Quando volvió Herrera á España, su inclinación hacia el arte y sus talentos; prometían tales esperanzas, que le hicieron conocer del Rey; el qual le dio una pensión para que acabase de formarse al lado y en la escuela de Juan Bautista de Toledo. Era este un grande arquitecto, que unia otros muchos conocimientos al magisterio de su arte. De él aprendió á desterrar enteramente de los edificios el gusto gótico, á seguir los grandes modelos de la antigüedad, ya trasladar á sus obras la unidad y simetría en la disposición, la grandiosidad en las proporciones y el gusto noble y Sencillo en los adornos.
La época mejor de las artes españolas, y el campo mas grande que se abrió jamas á los ingenios que las cultivaban fue la obra del Escorial. Toledo encargado de dirigir la fábrica, y que habia hecho los diseños, murió muy á los principios de ella. Herrera le sucedió, llenó completamente el vacío que dexaba, y casi obscureció su reputación. Él no solo executó superiormente, y aun mejoró en parte los planos de su maestro; sino que trazó y dispuso por sí mismo otras cosas muy principales. Una de ellas es el templo, obra magnífica, acabada y que encierra en sí tantas preciosidades admirables.
La obra del Escorial, como todas las grandes producciones del talento humano, ha sido ponderada con entusiasmo, criticada con nimiedad, zaherida con envidia. Se ha dicho que el edificio tenia mas fuerza que elegancia, y menos belleza que robustez: que el estilo de su arquitectura era tímido, y acaso pobre: que la cúpula podría tener mas elevación y gallardía: que el coro usurpaba el despejo y claridad á la Iglesia: que el efecto del altar no era grandioso. Pero Toledo y Herrera hicieron un Monasterio, y no un palacio: pero la arquitectura es la menos libre de las bellas artes, y ellos tendrían en sus pensamientos que acomodarse tal vez á los caprichos, y siempre á la economía de quien les encargaba la obra: pero para apreciarla justamente y medir la fuerza de espíritu de sus arquitectos, es preciso trasladarse á aquella soledad; y contemplando la fábrica, admirar la acorde proporción que reyna entre la muchedumbre inmensa de sus partes, la grandiosidad que respira todo el edificio, y verle como luchando en solidez y magestad con las altas sierras que le rodean.
Otras muchas obras trazadas por Herrera se ven en diferentes pueblos de España; y en todas ellas luce la noble sencillez, y el gusto grandioso que caracterizan su estilo. Nosotros no citaremos mas que la Lonja de Sevilla, que bella con su simplicidad y elegancia, causa á la vista el mismo efecto que la hermosura, mas agradable siempre quanto menos es el luxo que la recarga.
Herrera gozó de la estimación y honores debidos á su mérito. El célebre Jacobo Trezo grabó su retrato en una medalla que se conserva en el Escorial. Felipe II le estimó sobre manera; y le hizo Aposentador mayor de Palacio, y Trazador de las Reales fabricas. Murió en Madrid el año de 1597 con el nombre del mejor Arquitecto de España, y con la gloria de haber hollado la carrera de su arte sin competidor y sin igual.